Juan Antonio Delgado de la Rosa
En este mes de octubre, concretamente el 22, cumpliría José María Díez- Alegría 108 años. Recordarle es de justicia y más con respecto a la conexión que tuvo con el magnífico obispo Antonio Palenzuela. Cuando el jesuita salió de la Compañía de Jesús por causa de su obra “Yo, creo en la esperanza” (diciembre de 1972. Un librito que por aquel entonces costaba 120 pesetas, editado por la rama bilbaína de la editorial belga Descleé de Brouwer e incluido por su creador editorial, José Arana, también jesuita, en la colección que llevaba como título El credo que ha dado sentido a mi vida), le dio cabida legal el obispo de Segovia Antonio Palenzuela en virtud del Código de Derecho canónico, canon 687: “El miembro exclaustrado queda libre de las obligaciones y queda bajo la dependencia y cuidado de sus superiores y también del Ordinario del lugar”; y canon 693: “Si el miembro es clérigo, el indulto no se concede antes de que haya encontrado un obispo que le incardine en su diócesis”. Mons. Palenzuela, pues, recibió en abril de 1973 a Díez-Alegría como sacerdote diocesano de Segovia, dejándole libertad para fijar su residencia.
Díez-Alegría estuvo siempre agradecido por este gesto del obispo Antonio Palenzuela. Realmente ambos intelectuales cristianos tenían mucho en común que hoy es más que necesario recordar para nuestra sociedad. Querían resaltar el valor permanente de la vida humana, impulsando la construcción de un cambio histórico, donde los oprimidos fuera reconocida su dignidad y sus posibilidades de transformar la sociedad.
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Para Díez-Alegría, Antonio Palenzuela era profundo cristiano, hombre de gran austeridad y humildad y gran teólogo que vivía de forma sencilla en un modesto entresuelo en una pequeña casa, vistiendo de forma modesta con su sotana, sin ningún distintivo… eso sí, tenía las mejores obras de teología contemporánea en español, francés y alemán.
Antonio Palenzuela fue un prelado tolerante y abierto que se ofreció incondicionalmente a recibir en su diócesis a un jesuita considerado rebelde que se ataviaba con su gorro de astracán, desviado dogmáticamente. Pero, el obispo de Segovia monseñor Palenzuela le acogió como a un hermano. No debemos olvidar que el lema de don Antonio era que donde estaba el espíritu, estaba la libertad. Díez-Alegría en este sentido es un ejemplo de libertad de espíritu y de valentía en defensa de la justicia y de la verdad. Es fiel a su conciencia y al evangelio. Esta fidelidad vale más que todas las pertenencias y es una fuente de paz y de gozo interior, que la pequeña vicisitud de la salida de su congregación no puede ni si quiera empañar.
Por todo ello, Díez-Alegría quiso agradecer a Antonio Palenzuela su acogida fraterna visitando al obispo pocos días antes de fallecer, en la residencia en la que estaba ingresado. En esta visita iba acompañado Díez-Alegría por el sacerdote Mariano Gamo. Fue un momento entrañable. Gracias.