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La fuerza poética de Dylan y Cohen asalta las pantallas

por Miguel López
9 de marzo de 2025
en Segovia
El músico junto su pareja por entonces, la artista Suze Rotolo, en la sesión de fotos para el disco The Freewheelin’.

El músico junto su pareja por entonces, la artista Suze Rotolo, en la sesión de fotos para el disco The Freewheelin’.

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Coinciden estas semanas dos producciones audiovisuales que rescatan el proceso de cristalización poética de un par de trovadores cuyo esplendor llega desde los años sesenta hasta hoy: Bob Dylan y Leonard Cohen. La primera, una película recién estrenada y ahora en cines, cuenta la irrupción del genio de Minnesota en el panorama musical; la segunda es una miniserie de ocho capítulos que recrea el fuego amoroso que unió en una isla griega al canadiense con una joven madre noruega. Ambas comparten la poesía y efervescencia cultural de un momento histórico sin parangón.

La película Un Completo Desconocido (A Complete Unknown) narra el despegue poético y musical de Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. El director se llama James Mangold, cuyo biopic sobre Johnny Cash (En la Cuerda Floja, 2005) confirió prestigio a su currículum; el cineasta Mangold también oficia como guionista junto a Jay Cocks, si bien el propio Dylan orientó la narración, cambió algún nombre (Rotolo se convierte en Suze, en vez de Sylvie), supervisó diálogos e impuso algunas ausencias.

El título Un Completo Desconocido es sencillamente perfecto. Ahí se concentra todo. Las tres palabras proceden de un verso escrito para Like a Rolling Stone, canción de la cosecha de 1965 que supuso una revolución cuántica en la capacidad expresiva del rock. El verso (Un Completo Desconocido) sintetiza tanto el contenido del filme como el misterio que siempre ha acompañado a Robert Zimmerman (Duluth, 1941), nombre y apellido que sucumben ante Bob Dylan precisamente en los días que ambientan el largometraje.

Más allá de la nula fama del muchacho de provincias que llega a Nueva York en los años sesenta, el desconocimiento del título alude al resultado de las indagaciones en torno a la fuente poética que arrebató la mente de Dylan cuando llegó a la Gran Manzana, con una mano delante y otra detrás, pero con la guitarra como tabla de salvación para no ahogarse en sus furias creativas. La intriga del momento se extiende hasta hoy, por lo que Un Completo Desconocido también sirve como balance de lo que realmente se sabe de su mundo interior tras casi setenta años en el candelabro. Parece increíble, pero se ignora casi todo lo esencial tras ser escrutado durante medio siglo por una legión de estudiosos abducidos por el genio inexpugnable. Robando una frase de JFK, de Oliver Stone, este artista es “un misterio envuelto en un acertijo dentro de un enigma”. Y así permanece tras las dos horas y veinte minutos de proyección, como Un Completo Desconocido. Sí, un título perfecto.

Un Completo Desconocido es el título que lleva la reciente película sobre Dylan.
Un Completo Desconocido es el título que lleva la reciente película sobre Dylan.

El relizador ha utilizado como báculo el libro Dylan Goes Electric!: Newport, Seeger, Dylan, and the Night that Split the Sixties (2015), escrito por Elijah Ward. Es solo uno de los cientos y cientos de libros que han explorado con microscopio cada minuto de esos años mercuriales, un big bang que continúa expandiendo ese inefable universo poético. Existe incluso otro volumen que se llama Bob Dylan: A Bio-Bibliography” (1993) de William McKeen donde figura, junto a datos biográficos, una interminable lista de libros, publicaciones, artículos y resto de materiales dedicados a desentrañar el arcano. Exacto: es un libro dedicado a los libros dedicados a Dylan. Y eso que en los últimos treinta años desde su publicación se ha multiplicado gravemente la producción literaria en torno al fenómeno.

El director del filme no ha querido perderse en una maraña de datos, afortunadamente. Ha preferido que mande la eficacia del relato, quizá convencional o demasiado respetuoso con las exigencias comerciales, pero válido para disfrutar cómodamente del extenso metraje y cosechar aplausos sobre un personaje siempre controvertido.

La cinta gira en una órbita distinta a la magistral No Direction Home (2005), firmada por Martin Scorsese, o a la de I’m Not There (2007), de Todd Haynes. Ambos documentales se suman -junto a otros más- a los títulos que cubren exhaustivamente el giro musical eléctrico que alejó a Dyan de muchos creyentes en el folk, pero que también le acercó a sí mismo y al universo cultural que estalló en esa década. La obsesión por ese instante seminal se debe a la certeza compartida de que Dylan llega ahí a un punto sin retorno, cruza el Rubicón, quema las naves para evitar la vuelta atrás y avanza hasta hoy por un territorio completamente desconocido. Cómo él.

Algunos dylanófilos de la rama erudita descalifican la película por falta de rigor histórico. La revista Rolling Stone ha indicado los 27 errores que se tragan los espectadores y que no se ajustan a los hechos comprobados en los ríos de tinta dedicados al prodigio. Pero la verdad verdadera es que las incorrecciones son muchas más y no conviene cargar ninguna culpa en las ausencias que facilitan el relato y la taquilla. Las drogas o su esposa Sara son dos de las carencias más llamativas, pero no son errores y navegan entre el veto del protagonista o las licencias legítimas al servicio del relato.

La película retrata la vida del artista hasta 1965.
La película retrata la vida del artista hasta 1965.

El cineasta ha reconstruido con admirable plasticidad la atmósfera del Nueva York que se encontró Dylan. También ha encontrado al mirlo blanco capaz de interpretarlo con verosimilitud, pero también con un talento sobrado para cantar sus canciones con gracia y emoción. El mirlo blanco se llama Timothée Chalamet (1995). Ha empleado cinco años para pulir y definir a su personaje. Las actitudes ensimismadas, sus resbaladizas relaciones amorosas y musicales, las miradas, sus excentricidades o las contradicciones en su devenir quedan plasmadas con eficaces gestos y miradas. Como apunta Manuel Cova en su reseña publicada en Dirty Rock, por la película desfilan “el Dylan de la motocicleta Triumph que se mueve como un disparo de bala en el cuello de las convenciones. El Dylan que se viste a la moda como un nuevo Rimbaud con camisa de topos. El Dylan que enamora mujeres vistiéndose con los múltiples ‘dramatis personae’ que viven en su armario. El Dylan de los prodigios zigzagueantes que aturden y abruman. El genio que sobrevive a su voz descoyuntada. El poeta. El Músico. El imprescindible”.

El actor francoamericano retrata con puntería a ese chaval que contiene multitudes en su interior, como diría Walt Whitman. Tras esta película, el intérprete es ya uno de los grandes de su generación. “Me preguntan cuánto me ha costado imitar a Dylan y, en verdad, yo no pienso en esos términos”, ha explicado. Y remata: “Bob Dylan está vivo en Malibú y solo hay uno. Nunca pensé en dar vida a un fantasma. Nosotros somos interpretes humildes. Ahora que juzgue el público”.

El hábitat musical y los compañeros coetáneos de oficio quedan igualmente bien reflejados. Aparecen y desaparecen nombres trascendentales como Woody Guthrie, al comienzo y final de la película, más otros protagonistas de su tiempo como Pete Seeger (Edward Norton, fabuloso, como representante de las esencias del folk en su vertiente sindicalista), Joan Baez (Monica Barbaro), Al Kooper, Albert Grossman, Michael Bloomfield, Odetta, el sonido de los Kinks…

Las ocho nominaciones a los premios Oscar que recibió A Complete Unknown se han convertido en cero estatuillas tras la reciente ceremonia, pero eso no menoscaba el interés de la película ni el buen relato sobre uno de los personajes fundamentales en la cultura del siglo XX.

Cohen, poeta en tránsito hacia la música

La otra producción que llega a las pantallas no alcanza la dimensión de Un Completo Desconocido, pero sí aporta información sobre el vendaval poético y musical que arrastró a la juventud de esos años. So Long, Marianne se titula la serie sobre la etapa griega de Leonard Cohen, estrenada recientemente en Movistar. Son ocho capítulos dedicados a la azarosa historia de amor entre el escritor canadiense (y músico en ciernes) y la nórdica Marianne Ihlen. Ambos coincidieron desde lejanas procedencias a miles de kilómetros en Hidra, una isla de cuento en el mar Egeo, en el despertar de los sesenta, un periodo de transformación personal y artística que unió intensamente a ambos enamorados durante cerca de una década, si bien los lazos de honda amistad se extendieron hasta sus muertes, acaecidas en 2016 con apenas cuatro de meses de diferencia.

“Estoy un poco detrás de ti, lo bastante cerca para cogerte la mano”, escribió Cohen para el funeral de su amor isleño. La auténtica Marianne aparece en la serie y se recuerda el mensaje que la envió el canadiense: «Este viejo cuerpo se ha rendido, como el tuyo también. Nunca he olvidado tu amor y tu belleza. Pero eso ya lo sabes. No tengo que decir nada más. Buen viaje, vieja amiga. Nos vemos en el camino. Amor y gratitud sin fin”.

Marianne Ihlen junto a Leonard Cohen.
Marianne Ihlen junto a Leonard Cohen.

Rebobinando medio siglo, Hidra era una fiesta para los espíritus rabiosamente jóvenes del momento de forma similar al ambiente bohemio en el que sumergió Dylan al aterrizar en Greenwich Village. La isla griega vibró como un refugio donde la creatividad y las ansias artísticas confluyeron atraídas por su ambiente y belleza, un imán para talentos como lo fueron otros espacios de ensueño: Woodstock, Tánger, Saint Paul de Vence (Chagall vivió tanto en Hidra como en esta localidad, más conocida por Picasso) o St. Ives, entre otras muchas burbujas de efervescencia cultural. Por la serie desfilan poetas como el canadiense Irving Layton (Peter Stormare) o los escritores George Johnston y Charmian Clift. No puede faltar Alen Ginsberg, uno de los motores poéticos de la contracultura, interpretado por Ben Lloyd-Hughes.

Cohen y Marianne Ihlen compartieron sus toboganes emocionales, con subidas hasta las estrellas de la pasión y descensos hacia dolores infernales sin cura. O como dice la canción que da nombre a la serie, “para reír y llorar y llorar y reír de todo de nuevo”. No eran feos y aún no sabían que tenían la música.

Los directores de la serie, Øystein Karlsen, Ingeborg Klyve y Tony Wood, han recreado con intensidad los vaivenes de esos días de mar, vino y rosas, con tensiones y clímax continuos. El protagonista Alex Wolff guarda parecido con Cohen e interpreta también con cierta solvencia sus composiciones tras preparar concienzudamente su papel. La bellísima Thea Sofie Loch Næss encarna a Marianne, no con brillantez, pero sí con una hermosura que vale para la historia. La noruega vive con un pie en el aire y el otro sobre una cáscara de plátano tras su desembarco en la isla. El temprano embarazo se complica con la falta de compromiso del padre, el escritor Axel Jensen. Ella elige a Cohen como su náufrago favorito y él se entrega igual que haría José Luis López Vázquez: “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”.

Cohen publicó en esa etapa la controvertida colección de poesías Flowers for Hitler (1964), así como las novelas The Favourite Game (1963) y Beautiful Losers (1966). Una etapa mediterránea en busca de su destino artístico, con los versos ardientes mirando con interés creciente a la guitarra. Justo en 1967 compone So Long, Marianne. Tiempo de pocas certezas y derivas tan gozosas como abrasivas. Cosas de los verdaderos poetas en mutación.

“So long Marianne”, se llama la serie sobre la etapa griega de Cohen.
“So long Marianne”, se llama la serie sobre la etapa griega de Cohen.

Al año siguiente sale su primer disco: Songs of Leonard Cohen. Esas letras y melodias surgieron durante esos amorosos días. Sus caminos se separan en 1972, una década tras el flechazo inicial, justo cuando nace un hijo de Cohen, fruto de su relación con Suzanne Elrod.

Nueve años después de su muerte afloran notables trabajos audiovisuales sobre Cohen. Es curioso recordar que -además de esta producción canadiense y noruega- existe otro documental que ahonda en ese mismo periodo: Marianne y Leonard: Palabras de Amor (2019), igualmente digno de ver. Pero quizá el mejor sea I’m Your Man (2005), realizado en vida del cantante. La fuerza interpretativa de Nick Cave bastaría para encumbrar esta cinta, pero hay mucho más aparte de las versiones de Rufus y Martha Wainright o U2, entre otros muchos talentos. Y ese ingrediente de potencia sobrenatural es la palabra poética de Cohen, pura filosofía que conmueve hasta el paroxismo.

La misión poética obliga a existencias nómadas a quienes deben cumplirla. Tras Hidra, los amantes se desplazan a Oslo (la tierra de Marianne), y luego dan saltos por Montreal, Londres y en Nueva York. Allí acaba esa historia de amor, salvo el hilo cariñoso que guardan hasta el último aliento. Es lo que hacen los verdaderos trovadores desde la noche de los tiempos. Cohen se ha elevado por entonces como un artista de talla mundial. Debe proseguir su búsqueda hasta el final. Ya lo cantó en su elegía: “hasta la vista, Marianne”, despidiéndose desde el título.

Ambas creaciones, película sobre Dylan y miniserie sobre Cohen, tienen mucho en común, no únicamente la poesía y el despertar musical. Tal vez lo más relevante sea el rescate de esa mirada vital de los jóvenes, entregados a la causa de un universo personal mejor y más grande, frente al contraste que sitúa hoy a la juventud occidental en un achique de espacios, entre el derrotismo y el vacío, con esperanzas menguantes y falta de poetas tan extraordinarios. Aquellos fueron buenos tiempos para la lírica. Ahora lo son para los pájaros de mal agüero.

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