Seguramente será una de las fotos más icónicas que he visto en los últimos años. Tal vez, incluso aparecerá en los futuros libros de historia del siglo XXI. Me refiero a esa fotografía en la que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, están sentados frente a frente en una lujosa sala hipóstila vaticana. Están sentados en dos sillas sencillas, sin ninguna mesa que los separe y sin aparentes protocolos —aunque estoy seguro de que hay mucho trabajo detrás del momento— sin ninguna legión de asistentes ni de traductores que medien en la comunicación y en el centro de una sala llena del boato de los palacios romanos, esos que representan la neutralidad universal. Y el lugar no es baladí. Los protagonistas están a poco más de un metro el uno del otro —podrían darse la mano— encorvados, apoyados con sus codos en las rodillas y escuchándose con interés en una postura de acercamiento y comprensión. ¡Escuchándose! ¡Vaya novedad! Es una fotografía llena de comunicación no verbal que, entendido su contexto, conocidos sus antecedentes, sus personajes, el lugar y el momento, cobra una especial trascendencia. A ella se suma otra foto menor en que el francés Macron conversa con Starmer y Trump mientras mantiene una mano amistosa sobre el hombro de Zelenski. Mirando ambas fotos, pero particularmente la primera, pienso que el entierro de Francisco no ha sido simplemente una despedida de un líder espiritual histórico. Sus exequias se han convertido en un lugar de acercamiento internacional, en una oportunidad para la paz en Ucrania, en un paréntesis de tensiones políticas y, sobre todo, en aquello que el Papa Francisco más deseaba; encuentro y diálogo. Francisco gana. Perdone el lector el paralelismo, pero me recuerda a la leyenda —verdadera o no— en la que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, ganó en Valencia su última batalla después de haber muerto. Ojalá que Francisco, un luchador de la palabra, la justicia y el diálogo, pueda también ganar su particular contienda por la paz en Ucrania, aunque sea después de muerto. De ser así, lo habría conseguido como el mito de El Cid, antes de ser enterrado.
De momento lo único que queda es la esperanza encarnada en la fotografía de dos líderes mundiales hablando, simplemente hablando y en posición proactiva de escucha —queriendo escuchar, que ya es mucho— sentados uno frente al otro y ajenos a la histriónica parafernalia que conlleva la ridícula política actual. ¿No es eso lo que debemos pedir a los políticos? Si de mí dependiese, yo los dejaría ahí, a todos, sentados y hablando como un cónclave civil hasta que hubiera fumata blanca de paz en Ucrania. Desde luego, aunque sólo sea por lo novedoso, es impactante y ejemplificador. Quiero pensar, además, que Bergoglio, desde su perseverancia y la altura moral de su ministerio, ha tenido mucho que ver en este acercamiento. Ojalá sea así y podamos decir sonriendo y con perfecto acento argentino: Va por vos, Francisco. Va por vos.
