Con el lanzamiento de “El futuro es hispano”, Carlos Leáñez plantea una audaz propuesta: superar los relatos que fragmentan al mundo hispánico y activar su potencia global desde la lengua, la cultura y el ciberespacio.
—¿Cómo articularía usted una identidad común hispánica?
—En toda cultura, las creencias y la lengua son los grandes factores de ordenación. Las creencias religiosas, en nuestro caso de matriz católica, nos proporcionan un marco de sentido, un eje vertical axiológico que da cohesión y propósito. La lengua, por su parte, es como una red con un entramado específico que lanzamos al mar de la realidad. Con ella extraemos una pesca de significados que es única y que nos permite ver el mundo e interactuar con él desde nuestra especificidad cultural. Contar con una plataforma mundial con unas bases comunes tan sólidas debería traducirse en una mayor relevancia política. Entonces, ¿dónde está el problema? En que, si bien la cultura está articulada por los factores anotados, los pueblos que los compartimos vivimos, en gran medida, de espaldas los unos a los otros. Aquí sí cabe una acción deliberada de articulación que se acelerará gracias al ciberespacio.
Si tuviera que resumir el desafío en una sola idea, diría que nuestra cultura está integrada, pero sus pueblos se desconocen o peor: se malconocen. Y mientras persista esto, no generaremos la potencia que podríamos tener y que, de hecho, ya tuvimos cuando la unión no era solo cultural, sino también política.
—Habla de relatos «inhabilitantes» que nos mantienen dispersos e irresolutos. ¿Podría describir con ejemplos concretos cuáles son esos relatos y cómo condicionan nuestra capacidad de acción colectiva?
—Desde los siglos XVI y XVII, el poder hispánico fue el blanco de un ataque propagandístico. Todo poder de alcance global es combatido por quienes aspiran a ocupar su lugar. La conciencia de lo que la hispanidad fue y la potencialidad de lo que podría volver a ser, alimenta una guerra cultural constante contra nosotros.
El objetivo de esta guerra es generar lo que llamo relatos inhabilitantes: una conciencia falsa, especialmente inoculada en nuestras élites —políticas, empresariales, culturales—, que nos convence de que estamos condenados a vivir en pequeñas unidades políticas fragmentadas, incapaces de ejercer una soberanía real. Nuestra misión sería servir de proveedores de materias primas para el mercado mundial, de lugar de reposo para los amos del mundo o de factorías de ensamblaje. Un rol de subordinación y alienación.
Estos relatos impiden a nuestras élites ver el horizonte amplio.
Un ejemplo paradigmático y asombroso lo vemos en el mundo editorial. Teniendo un mercado potencial de cientos de millones de lectores, la mayoría de las editoriales renuncian a esa escala. Y lo que ocurre en el mundo editorial sucede en todos los demás ámbitos.
Una gran tarea del siglo XXI es usar las herramientas a nuestro alcance, como el ciberespacio que nos reagrupa de forma natural por lengua y cultura, para incidir en esas élites. Debemos impulsarlas a abandonar los comportamientos que nos someten, a adoptar metas de soberanía efectiva y parámetros de desarrollo propios.
—Sostiene que la hispanidad ofrece una vía para trascender el darwinismo, nihilismo, relativismo, totalitarismo y fundamentalismo. ¿Qué rasgos propios de la tradición hispánica le confieren esa capacidad transformadora, y por qué no otra civilización o comunidad lingüística?
—Lo que sustrae a la civilización hispánica de esas corrientes es, esencialmente, su cultura de base católica. En el núcleo del catolicismo hay dos ideas que lo cambian todo: que todos los seres humanos son hijos de Dios y, por tanto, poseen una dignidad inalienable. Y que todos están dotados de libre albedrío. Este ADN cultural genera un modelo civilizatorio distinto al anglosajón, al islámico o al chino. Pero, también lo hace distinto al de otros imperios católicos. En el proyecto hispánico, la Corona gravitó en torno a la fe de una manera única: hizo del principio católico un eje central de su acción en el mundo, no un mero instrumento legitimador. Si observamos a Francia, vemos que su poder político ha tendido a instrumentalizar la fe para sus propios fines. Ello derivó en una acción imperial esencialmente depredadora. La forma en que el poder político hispánico convivió con el catolicismo, en cambio, generó equilibrios singulares entre la fe y la razón, el individuo y la comunidad, la compasión y la exigencia, la libertad y el orden, que son únicos. Ahora bien, este camino civilizacional fue inviabilizado a comienzos del siglo XIX con las secesiones hispanoamericanas. La Hispanidad, como propuesta de plenitud humana en sociedad, entró en un largo paréntesis. Creo firmemente que el XXI es el siglo del despertar. Pero esto no se logra con nostalgias o hermosas ensoñaciones, sino redimensionando y actualizando las grandes nociones que nos informaron en el pasado y aprovechando inteligentemente la plataforma histórico-cultural hispánica global.
—Usted señala una corriente de revisión de la historia y de lucha contra la leyenda negra. ¿Qué fuerza tiene actualmente?
—Nada es más impredecible que el pasado: lo que nos marca es su interpretación, no lo realmente ocurrido. Durante décadas, el relato dominante-inhabilitante nos condenó a la vergüenza en España y al resentimiento en Hispanoamérica, paralizándonos. Lo que en mi libro llamo la “rebelión hispanista” es el proceso que está revirtiendo esta situación en cuatro olas.
La primera ola, signada por libros como Imperiofobia, de Roca Barea, demostró con rigor la falsedad de la leyenda negra: el ominoso velo fue rasgado. La segunda, marcada por la película Hispanoamérica, canto de vida y esperanza, de José Luis López-Linares, pasó de desmontar la mentira a mostrar la grandeza de la obra construida en común: fuimos capaces de portentos mientras nuestra unión era no solo cultural, sino también política. La tercera, facilitada por internet y un creciente autoconocimiento, consiste en la intensa conexión digital entre hispanos de todos los países para intercambios de todo tipo: se palpa mediante ella concretamente la realidad de una gigantesca comunidad que va más allá de nuestros pequeños países. Y, dentro estos intercambios, hay un subconjunto que busca incidir en una consciente aceleración de la cohesión panhispánica. Emblemática allí resulta la asociación cultural Héroes de Cavite. Finalmente, la cuarta ola busca federar estos esfuerzos a través de iniciativas como el Protocolo de Santa Pola para coordinar una acción conjunta. Estas olas —todas vigentes y en mutua potenciación— han roto el monopolio del relato negrolegendario y lo están haciendo retroceder: hemos pasado de una narrativa que nos condenaba a la parálisis a un debate vibrante que nos abre a la recuperación de la autoconfianza del gigante hispánico, condición sine qua non para recuperar la potencia. Y este debate ya está incidiendo de manera clara en la política concreta. La propia presidenta del Perú acaba de aseverar algo inimaginable hace pocos años de boca de primer magistrado hispanoamericano alguno y que, sin embargo, es de sentido común: “Perú es heredero de los incas y de España” y cabe asumir las dos herencias. Este es el discurso que, en zigzag, con altibajos, va avanzando, no los viejos resentimientos a la Scheinbaum.
—Dedica un bloque al ciberespacio: ¿de qué manera la red y las redes sociales refuerzan o debilitan el poder global de la hispanidad?
—Existe una ecuación de poder casi infalible: gran población, lengua única, vasto territorio unificado. ¿Ejemplo? Los Estados Unidos. Gracias al ciberespacio, la hispanidad cumple hoy con esta misma ecuación: más de 500 millones de personas, una lengua compartida y, lo más importante, el ciberespacio, que se ha convertido en un gran territorio común sin fronteras donde interactuamos en tiempo real.
Esta combinación genera una dinámica de poder formidable, un potencial que no se ha desplegado por dos razones: primero, vivimos en un profundo desconocimiento mutuo; y, segundo, seguimos prisioneros de los relatos inhabilitantes.
Pero estos frenos están siendo superados: las redes sociales están acelerando un proceso de conocimiento mutuo sin precedentes, y la rebelión hispanista pone en retirada a los relatos inhabilitantes. La ecuación de poder ya está plantada y las condiciones para su activación están dadas. Es inminente.
—¿Cuáles serán, en su opinión, los principales obstáculos internos y externos para llevar a cabo el futuro hispano que imagina?
—El principal obstáculo interno es la hegemonía, en lento retroceso, de los relatos inhabilitantes: la narrativa de la vergüenza y el resentimiento. Sus promotores —numerosos— cuando son de buena fe, creen actuar en nombre de una justicia reparadora. En la práctica, implantan la disolución y la impotencia, nos impiden reconectar con la grandeza.
Los obstáculos externos principales son los que llamo gladiadores globales: no desean en modo alguno el advenimiento de otro competidor en la arena global. Los hay de dos tipos: los formales, grandes estados y corporaciones gigantescas; los informales, grandes mafias y organizaciones criminales o abiertamente terroristas que ya controlan vastos territorios —en Venezuela, en México, en Colombia— balcanizando de facto muchos de nuestros estados y anulando aún más su soberanía. Si bien no se privan de herramienta alguna, su instrumento más eficaz —no termina de ser percibido cabalmente y no apela a la violencia física— es la guerra cultural. A través de películas, videojuegos, mensajes y símbolos, se les hace un mantenimiento constante a los relatos inhabilitantes. Un ejemplo reciente y claro es la producción animada Batman Azteca de Warner Bros.
—Si su propuesta pasara de la teoría a la praxis, ¿qué políticas o iniciativas internacionales propondría para reforzar la cooperación hispánica en ámbitos como educación, ciencia o cultura?
—Esta propuesta ya está en plena praxis. Gracias al ciberespacio, asistimos a una explosión inédita de intercambios interhispánicos en tiempo real. Este fenómeno está generando un mayor conocimiento y cohesión entre nosotros, lo que inevitablemente ejercerá una presión de abajo hacia arriba sobre nuestras élites para acelerar la cooperación. Esto podría ser aprovechado para forzar la creación de un organismo internacional panhispánico, la Comunidad de Países de Lengua Española. Los francófonos tienen su Organización Internacional de la Francofonía; los lusófonos, su Comunidad de Países de Lengua Portuguesa. Nosotros carecemos de un ente similar. La Asociación de Academias de la Lengua (ASALE) existe, sí, es panhispánica, de acuerdo, y hace una labor encomiable, ciertamente, pero se limita al cuidado del corpus de la lengua (gramática, léxico, ortografía). El ente sugerido se ocuparía en una primera instancia de la lengua exclusivamente, pero yendo más allá de la misión de ASALE. Se trataría de coordinar acciones de capacitación lingüística para garantizar que los hispanohablantes dominen suficientemente su propia lengua para agregar así valor y poseer discernimiento efectivo. Se trataría igualmente de coordinar el pleno equipamiento tecnológico del español, sin el cual estaríamos en la imposibilidad de sobrevivir en estos tiempos. Nos referimos a la digitalización de nuestra lengua, su despliegue en el procesamiento de lenguaje natural, en la inteligencia artificial, en la plenitud de la terminología científico-técnica… y también a proteger el idioma de ataques que lo reduzcan o alteren mediante el uso de algoritmos perniciosos. Se trataría de igual manera de asegurar un acceso universal y de calidad al ciberespacio en todo el ámbito hispánico (velocidad, ancho de banda, etc.), ya que es gracias al ciberespacio que tendrá lugar la aceleración panhispánica. Se trataría asimismo de garantizar el uso del español en todos los ámbitos en los territorios donde es lengua oficial y de conquistar su uso como lengua de trabajo efectiva en todos los organismos internacionales relevantes, muy especialmente en la ONU y la Unión Europea: clave para negociaciones efectivas. Por último, merece atención panhispánica el diseño de una acción conjunta para la expansión y el prestigio del español en zonas clave como Estados Unidos, Brasil, China y en estados europeos como Francia, Reino Unido y Alemania.
En definitiva, dado que la lengua española es la locomotora de nuestra cohesión interna y de nuestra irradiación en el mundo, la creación de esta Comunidad de Países de Lengua Española, que en un primer tiempo debe circunscribirse a asuntos relacionados a la lengua, es un paso práctico y fundamental.
—A modo de cierre, ¿cómo visualiza usted la Hispanidad dentro de 50 años, y qué rol cree que desempeñará en el liderazgo global?
—De no lograr superar los relatos inhabilitantes, la veo disuelta en un mundo caótico. Pero, de superarlos y entrar en una espiral cohesiva, la visualizo en diálogo con el mundo y viviendo desde sus propios parámetros de equilibrio entre fe y razón, exigencia y compasión, libertad y orden, individuo y comunidad. Y la veo, desde allí, contribuyendo de manera relevante a un impostergable reequilibrio axiológico del planeta que dé más sentido y plenitud al humano afán.
