Tenía otra columna prevista para hoy, pero el calendario me ha puesto un balón dentro del área para pegarle con el alma. Y allá voy. Este domingo la Gimnástica tiene ante el Adarve una cita con la historia. Una final. Un partido en el que las dinámicas no importan, los antecedentes son cifras vacías y el público mete goles. Que la Segoviana no depende de sí misma para disputar la Fase de Ascenso a Primera RFEF es una certeza tan grande como que ese dato no es definitivo cuando hablamos de la Sego. No hay un solo escenario que la estadística contemple y que este club no haya vivido en su historia reciente. Ninguno. Y la experiencia nos dice que nada está decidido hasta que acaba el partido. O incluso después.
No puedo describirles con palabras las sensaciones que me asaltan según se acerca la fecha del partido. Y van más allá del resultado. Me siento tan identificado con ese escudo, esos colores, que lo que me emociona verdaderamente es la opción de ser testigo directo de una lucha deportiva por alcanzar objetivos tan gratificantes para la entidad. Les estaría mintiendo si les dijera que el marcador me da igual, pero lo cierto es que para mí no es lo más importante. Démosle valor a disfrutar del camino que nos ha traído hasta aquí.
He leído artículos e informes sobre probabilidades, porcentajes, sensaciones, antecedentes y consecuentes. Mañana cuando ruede el balón, con seguro más de 2.000 espectadores en la grada, nada de eso valdrá. Si al final toca festejar o no será cuestión de muchos factores, pero la realidad es que a la Gimnastica Segoviana ya no le sale cruz con tanta frecuencia como antes.
