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La fiesta de la Cruz de Coca

por Redacción
3 de mayo de 2020
Este año no se repetirán estas imágenes,hoy, en la fiesta de la Cruz. /NEREA LLORENTE

Este año no se repetirán estas imágenes,hoy, en la fiesta de la Cruz. /NEREA LLORENTE

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¿Será la primera vez que no se encuentren en Coca la Cruz Verde, otrora propiedad de la Cofradía que honra aquél descubrimiento arqueológico que Santa Elena realizase en los Santos Lugares allá por el siglo IV, con la Cruz de “piedra buena de Cardeñosa” que ordenó levantar en su testamento uno de sus más insignes cofrades, el hidalgo y bienhechor de la villa y su tierra Antonio de Setién?

sados, pues cuando aquel grupo de caucenses comenzó la andadura de la cofradía que aportase la fiesta más tradicional de cuántas componen el calendario caucense, corrían años duros, de pestes. Fue en el entorno de 1578 y quizá por influencia de los recién llegados Franciscanos a sus dominios del ya desaparecido Convento de San Pablo, cuando las noticias sobre esta hermandad afloran en el archivo parroquial. Y lo hacen a lo grande, pues muy pronto su fiesta principal, la del 3 de mayo, la que ellos anotan en sus cuentas como “Fiesta de la +”, diese comienzo a un despliegue que la llevase a gastos en danzantes, “xirimías” y tamborinos, que permitían llevar a cabo dos danzas, ataviados con “rostros” y cascabeles. También enramaban la Cruz verde, y festejaban más allá de lo permitido. Así lo reflejan las ordenanzas de 1776 cuando, en plena contracción del fenómeno cofrade en su expresión más barroca –flagelaciones de Jueves de la Cena incluidas– reconocían que los consumos de vino y comida se hacían sin más medida que la de sus desarreglados estómagos, generándose no pocos altercados. Y es que un manual de texto de Reino Unido ya formula una cuestión a la que muchas veces permanecemos ajenos, “¿eran los campesinos estúpidos?”. Pues no señor, no lo eran, ni tampoco menos inteligentes, como también plantea en páginas sucesivas el mismo manual. Sabían celebrar cuando podían, con música, con bailes y con el buen vino de la tierra.

El caso es, como decía al comienzo, que las cruces no se van a encontrar y que en Coca no habrá fiesta al uso. Aquella cofradía que diese sus primeros pasos en el cuarto final del siglo XVI, pronto se convirtió en la de mayor poder, como muestra un pleito en el cual se pretende ganar el primer puesto con su pendón verde en las procesiones. Y se enfrentará a la mucho más antigua cofradía del Hospital de la Merced. Coincidiría la cofradía con los últimos momentos de magnificencia Fonseca, aquellos que comportaron la ya citada llegada de franciscos y también los que supusieron la creación y consolidación –esto último por Mayor de Fonseca– de la cátedra de gramática que sirviese para iniciarse en estudios a cientos de caucenses antes de su desaparición a mediados del siglo XIX. Antes de que el castillo iniciase su deterioro y de que la villa pasase a tener índices de población realmente bajos. Y en estos años las cuentas de la cofradía se muestran más opacas, quizá en sintonía. Nos dejan constancia de que fue haciéndose propietaria de viñas y de bodegas… del muy afamado vino de Coca, celebrado por los grandes escritores del Siglo de Oro. Sabemos también que para ser cofrade era necesario pagar, en dos categorías: los que más, portaban las hachas encendidas en la muy barroca procesión del Jueves Santo –o de la Cena–; y los que menos, se insertaban entre las dos filas de hachas y se flagelaban.

Corrieron los años y las ideas ilustradas llegaron a la monarquía borbónica. Y entonces se produjo una purga significativa de las cofradías. Los gestos de devoción exaltados –que son a los que me refiero cuando hablo de cofradías barrocas– dieron paso a nuevas formas de celebración. El reflejo de todo esto lo encontramos en las ordenanzas de 1776. Reconocen, como recogía anteriormente, el desorden festivo. Pero al tiempo, volviendo en su actitud a los inicios del siglo XVII y al pleito por el posicionamiento de pendones, alardean de celebrar procesión más larga incluso que el propio Corpus Christi. Y esto era así porque salían de las murallas con su cruz verde, al encuentro ya citado al inicio de la cruz de Setién. Supo así, la Vera Cruz, ganarse el lugar principal. La llegada de la fotografía nos ha permitido llegar a imágenes de su celebración a comienzos del siglo XX, hasta poco antes de iniciarse de la República. Desde entonces, la cofradía deja de aportar datos, pero su legado, el mayor festejo de la villa -desplazado como en tantas localidades a mediados del propio siglo XX en beneficio de la fiesta veraniega- sirve aun para conocer a la Patrona de la Villa. Sirvan también estas líneas para honrar a todos los caucenses que durante casi cinco siglos han mantenido viva esta tradición. Y sirva también para tener el festejo más presente que nunca, aunque la “peste” nos impida celebrar con el mismo rigor que todos sus años anteriores.

¡Viva la Santa Cruz! ¡Viva Coca!

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