Las atribuciones de “Falsa Bandera” se han intensificado sin tregua desde el pasado abril. El Ministerio de Defensa de Venezuela emitió entonces un comunicado donde denunciaba una supuesta operación de “Falsa Bandera” cuya responsabilidad se atribuía a Guyana en complicidad con Estados Unidos. El objetivo, según dicha notificación, era atacar una plataforma petrolera de la firma estadounidense ExxonMobil en una zona marítima de incierta titularidad. El presidente estadounidense, Donald Trump, había vuelto al Despacho Oval en enero y nombrado inmediatamente a Marco Rubio, de ascendencia cubana, secretario de Estado. El documento de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) manifestaba su compromiso con la integridad del territorio nacional, soberanía e independencia y se publicó tras una denuncia similar formulada por la vicepresidenta, Delcy Rodríguez.
La escalada se agravó en la zona recientemente, en concreto el 2 de septiembre. Estados Unidos atacó y hundió una embarcación que supuestamente trasladaba droga, falleciendo los once tripulantes. Apenas dos semanas después, Donald Trump anunció en su red social (Truth, “verdad”) que el ejército de Estados Unidos había ejecutado “un segundo ataque contra cárteles del narcotráfico y narcoterroristas, identificados con seguridad y extraordinariamente violentos, en el área de responsabilidad del Comando Sur”. En esta ocasión, murieron también otros tres tripulantes. Quizá con ánimo de embrollar aún más la situación, Trump añadió: “Derribamos de hecho tres barcos, no dos, pero ustedes vieron dos”, sin aclarar nada sobre ese misterioso tercer ataque. Para entonces, Estados Unidos ya había desplegado ocho buques militares y un submarino en el Caribe.
El ministro de Interior venezolano, Diosdado Cabello, anunció poco después que su departamento había desmontado en sus costas operativos falsos de tráfico de narcóticos organizados por la DEA, agencia antidroga de Estados Unidos. Se trataría, según las autoridades bolivarianas, de maniobras engañosas que luego serían presentadas por EEUU como pruebas del tráfico ilegal. El responsable de Interior declaró: “Esa lancha con droga era una operación de ‘Falsa Bandera’ de la DEA”, remarcando el intento de vincular a su país con el narcotráfico.
Simultáneamente, a unos 9.000 kilómetros de distancia, en Polonia, también saltó a la palestra el concepto “Falsa Bandera”. En la noche del 9 al 10 de septiembre, una veintena de drones presuntamente rusos penetraron en el espacio aéreo polaco. Las defensas polacas, con el concurso de los aliados, derribaron, según la información suministrada, al menos cuatro de esos drones. La alerta afectó a los aeropuertos de Varsovia, Lublin y Rzeszów, pero provocó también la invocación por parte de Polonia del artículo 4 del Tratado de Washington de la OTAN, que abre determinadas consultas en caso de que un Estado miembro considere amenazada su integridad territorial. La Alianza Atlántica puso en marcha la operación Eastern Sentry, con el fin de reforzar la vigilancia aérea, marítima y otras capacidades defensivas en el flanco oriental.
Rumania se convirtió cuatro días más tarde en el segundo país de la zona que detectó en su espacio aéreo un dron (o avión, según algunos medios) de posible procedencia rusa. El ministro de Defensa rumano, Ionut Mosteanu, comunicó en redes sociales que dos aviones F-16 despegaron el 13 de septiembre desde la Base 86 Fetesti, al suroeste de Rumania, en persecución del dron invasor. Cabe recordar que Ucrania es una de las fronteras de Rumania, cuya longitud ronda los 600 kilómetros.
Como no hay dos sin tres, el 19 de septiembre se conoció otra acusación contra el régimen de Putin: tres cazas rusos MiG-31 violaron el espacio aéreo estonio en las inmediaciones de la isla de Vaindloo, en el golfo de Finlandia, durante do ce minutos. Al parecer esas naves desactivaron sus transpondedores y no atendieron a las peticiones de los responsables del tráfico aéreo. La gravedad del percance se agudizó cuando esos aparatos rusos fueron interceptados por aviones F-35 italianos bajo misión de la OTAN en el Báltico, en el marco de la operación Baltic Sentry, destinada a mejorar la respuesta aliada ante actos desestabilizadores. También Estonia ha solicitado consultas con la OTAN invocando el artículo 4 al considerar amenazada su seguridad.
Sin apenas respiro, y en plena escalada de tensiones, el 24 de septiembre se detectó otra oleada de drones junto a las bases militares del oeste de Dinamarca, en la zona de Jutlandia. Los aeropuertos de Aalborg (de uso civil y castrense) y Billund se vieron forzados al cierre, además de avistarse aparatos de probable origen ruso en Esbjerg, Sonderborg y Skrydstrup, donde operan aviones de combate daneses, los F-35 y F-16. Otros drones sobrevolaron algunas plataformas de petróleo y gas de Dinamarca por el Mar del Norte e inmediaciones del puerto de Korsor. Los mandatarios daneses consideran que se trata de un ataque de los denominados “híbridos”, o sea, de bajo coste, con impacto político, propagandístico y psicológico, y que entorpecen la posibilidad de imputar su origen con absoluta fiabilidad.
La Alianza Atlántica ha afirmado que utilizará todos los medios para disuadir de nuevas violaciones del territorio de sus estados miembros. En las amenazas de tipo híbrido, estos incidentes sirven para probar la capacidad de respuesta ante provocaciones o violaciones aéreas de relativa gravedad. Además, permiten evaluar la fortaleza de las alianzas tejidas entre países y medir el grado de desarrollo de las defensas, en un contexto de incremento exponencial de los gastos militares en toda Europa. Otra complicación ante estas acciones es la extrema dificultad de achacar con garantías la autoría, lo que limita las posibilidades de respuestas contundentes.
El régimen de Putin ha negado la veracidad de esta cascada de incidentes de corte bélico. Rusia exigió el 19 de septiembre pruebas de la supuesta incursión con drones en el espacio aéreo de Polonia, ocurrida diez días antes. “La situación se repite una y otra vez como una fotocopiadora. Aún no están claras las circunstancias de lo ocurrido, no se ha completado la necesaria investigación, no se han recabado pruebas convincentes y el culpable ya ha sido designado. Y este es, por supuesto, la Federación Rusa”, aseguró María Zakharova, portavoz de Exteriores. Para ella, las acusaciones vertidas desde órganos europeos y atlánticos son “gratuitas”. Y añadió: “No se ha presentado ninguna circunstancia concreta sobre las malas intenciones de nuestro país”. Lamentó igualmente que se desdeñen “las explicaciones del Ministerio de Defensa” y denunció “una nueva fase de la gran campaña informativa con el fin de demonizar a Rusia, movilizar mayores apoyos para el régimen de Kiev y también intentar torpedear el arreglo político del conflicto en Ucrania”. “Tal precipitación con la que Rusia fue responsabilizada por lo ocurrido y la categórica negativa de las autoridades de Polonia a la propuesta de consultas del Ministerio de Defensa hablan de una absoluta falta de interés del Occidente colectivo a la hora de establecer una imagen real del incidente”, remachó.
Más recientemente, Zakharova apuntó que Ucrania está preparando una operación de “Falsa Bandera” en Polonia o Rumanía para culpar a Moscú y provocar un choque directo con la OTAN. La portavoz de Exteriores rusa amenazó con el inminente estallido de un conflicto a gran escala, si se confirman las informaciones de medios de comunicación húngaros sobre supuestos tejemanejes de Zelenski para organizar una operación de “Falsa Bandera” en Rumania y Polonia. Entre esos proyectos, se encontraría la utilización por parte del Gobierno de Zelenski de drones rusos reparados y cargados con explosivos que atacarían infraestructuras estratégicas.
Una larga tradición en evolución constante
El término “Falsa Bandera” (false flag, en inglés) se acuñó en el siglo XVI y procede de choques navales en los que barcos piratas o militares utilizaban banderas de naciones extranjeras para engañar a sus enemigos. Con ese ardid podían aproximarse al enemigo y atacar sin levantar sospechas.
En tiempos modernos, se mantiene la esencia: se pergeña un embuste mediante operaciones encubiertas diseñadas para apuntar falsamente hacia un responsable elegido, que puede ser un Estado, grupo político o ejército. Así se justifican represalias, se manipula a la opinión pública o se encubre la autoría real de los hechos. Estas prácticas suelen sumarse a estrategias de propaganda y manipulación, y facilitan una legitimación temporal de guerras, golpes de Estado o acciones militares a gran escala.
Lejos de desaparecer, el recurso de “Falsa Bandera” muestra gran vigor durante los albores del siglo XXI. Las técnicas han evolucionado hacia formas de guerra híbrida y digital, como los ciberataques. Hackers respaldados por Estados lanzan ataques informáticos mediante direcciones IP, malware o lenguajes de programación vinculados a terceras potencias, para desdibujar el rastro informático y desorientar a los investigadores. Esta modalidad de agresión se ha atribuido a Corea del Norte, Rusia o Irán, si bien permanecen dudas. La enorme cantidad de información y su velocidad de transmisión en nuestros días ha sofisticado los recursos para controlar la narrativa. El atacante busca que el acto provocado parezca responsabilidad de un tercero, al tiempo que se propaga velozmente la versión oficial, siempre más rápida que una investigación periodística y/o independiente. A veces es preciso aguardar décadas hasta conocer la verdad. Aquí se mencionan algunos casos históricos
Ataque al acorazado Maine (1898)
La prensa estadounidense, con los periódicos de William Randolph Hearst a la cabeza, señaló a España como culpable de la explosión del Maine en el puerto de La Habana. Ese detonante sirvió de pretexto para la Guerra Hispano-Estadounidense, si bien investigaciones posteriores apuntaron hacia una explosión accidental.
Incendio del Reichstag (1933)
Los nazis apuntaron inmediatamente hacia un comunista holandés como responsable del incendio que destruyó el Parlamento alemán. Hitler aprovechó la indignación social para aprobar el Decreto del Incendio del Reichstag, que suprimió libertades civiles y permitió la persecución de opositores.
Operación Himmler (1939)
La Alemania nazi organizó una serie de ataques falsos en la frontera con Polonia. Fue especialmente eficaz el asalto a una estación de radio en Gleiwitz ejecutado por soldados alemanes disfrazados de polacos. Estos hechos se atribuyeron a “agresiones polacas” y sirvieron de justificación propagandística para la invasión de Polonia que dio paso a la Segunda Guerra Mundial.
Operación Northwoods (1962, no realizado)
El Estado Mayor Conjunto de EEUU diseñó un plan secreto para atentar en territorio estadounidense y culpar de los ataques a Cuba. El clima de Guerra Fría justificaría una invasión, pero el presidente John F. Kennedy rechazó el plan y no llegó a ejecutarse.
Incidente del Golfo de Tonkín (1964)
Estados Unidos afirmó que barcos norvietnamitas habían atacado varias veces a destructores estadounidenses en aguas internacionales. Un enfrentamiento inicial sí tuvo lugar, pero el segundo ataque fue inexistente o se malinterpretó. El presidente Lyndon B. Johnson lo utilizó para sacar adelante en el Congreso la resolución de Tonkín, que abrió la puerta a la intervención masiva de EEUU en Vietnam.
Guerra de Chechenia (1999)
Cerca de 300 personas fallecieron en septiembre de 1999 por explosiones en edificios residenciales en Moscú y otras ciudades rusas. El Kremlin culpó a separatistas chechenos, lo que sirvió como pretexto para la segunda guerra de Chechenia, si bien varias fuentes apuntaron a la responsabilidad original de los servicios de inteligencia rusos. El episodio se considera un cuarto de siglo después un posible caso de “Falsa Bandera”, pero sigue sin probarse oficialmente.
Guerra en Georgia (2008)
Durante el conflicto en Osetia del Sur, tanto Rusia como Georgia se acusaron mutuamente del comienzo de las hostialidades mediante ataques trucados. La intervención rusa se fraguó merced al control de la narrativa, proceso que debilitó la posición internacional de Georgia.
Guerra en Siria (desde 2011)
El régimen de Bashar al-Ásad acusó a grupos rebeldes de fabricar o escenificar ataques químicos para culpar a su gobierno y forzar una intervención internacional. Sin embargo, ONG´s y la ONU afirmaron que muchos de esos ataques fueron perpetrados por fuerzas gubernamentales.
Ucrania y la invasión rusa (2014 y 2022)
Durante los días previos a la invasión de 2022, los servicios de inteligencia de EEUU y la propia OTAN advirtieron de que Moscú planeaba operaciones de “Falsa Bandera” en el Donbás, como atentados o ataques simulados contra civiles, con el fin de presentar a Ucrania como agresora y justificar la invasión.
