Con esta última, ya van cuatro las ediciones del libro ‘Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones’ de Inocencio ‘Chencho’ Arias (Albox, Almería, 1940) publicado por primera vez en 2016 por la editorial Plaza Janés. Arias, en la diplomacia española, ha ocupado cargos tan relevantes como secretario de Estado de Cooperación, subsecretario de Asuntos Exteriores, embajador de España ante las Naciones Unidas y portavoz del Ministerio de Exteriores con tres gobiernos diferentes de la democracia (UCD, PSOE y PP) hasta que en el año 2010 alcanzó la jubilación. Este polifacético diplomático español estará mañana en la librería Ícaro de Segovia (c/ Marqués del Arco, 36) a las 19.00 horas para la presentación y firma de su ‘diario de memorias’.
—¿Por qué decide Inocencio Arias escribir un libro sobre sus memorias?
—Me costó aceptar la oferta de la editorial. Me parecía un poco pedante. Insistieron, por fin decidí hacer algo un poco más amplio. Hay recuerdos míos, de la España pueblerina y provinciana de los cuarenta y los cincuenta, las escaseces, el atraso, las ilusiones de un mozalbete… pero también un recorrido por la situación internacional, como es el mundo de Hollywood, la ONU, cómo se comportaron en el exterior Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Felipe, Aznar, Zapatero… El libro no es solo memorias.
—¿Qué cree que es y qué debería ser un diplomático?
—Alguien que defiende y representa a España y a los españoles en el exterior. Esa es su profesión, no divertirse e ir a cocktails como cree mucha gente. Los cocktails, inevitables para un diplomático, son un peñazo. Debe ser discreto, tener mucho sentido común, leal al gobierno aunque no siempre esté de acuerdo, manejar los idiomas y no querer chupar cámara.
—¿Por qué «siempre creyó que los diplomáticos son unos mamones»?
—Lo cree mucha gente. Nuestra fama es de ser envarados, engreídos y finolis que no se quieren mezclar con la plebe. Es un error difundido por el cine y en lo que yo creía hasta que conocí, al terminar Derecho, a un puñado de diplomáticos. Había un mamón, sigo conociendo hoy a varios, pero la mayor parte no lo eran. También hay mamones entre los bomberos, los jueces o los conductores de autobús.
—¿Cómo se vive ocupando cargos tan relevantes, desde secretario de Estado de Asuntos Exteriores hasta embajador de España ante las Naciones Unidas, entre otros?
— Si te gusta la profesión de diplomático, y te gusta mandar —esto va con el cargo— puede ser apasionante y, en ocasiones, agotador. Tu horario se estira. Y te haces enemigos abundantes, claro. Si como Subse estás facultado para cribar los nombres de los que van a ser embajadores y hay, digamos 100 Embajadas que cubrir y 265 aspirantes a cubrirlas, es fácil deducir cuanta gente te va a hacer vudú maligno por las noches. Más de 100 de ellos no entienden que no hay sitio. Ellos se consideran mejores. ¿Por qué Zutanito y no yo?
—¿Qué hitos diplomáticos han propiciado o ayudado a llegar a la situación actual de España? ¿Y a qué personajes destaca en todos sus años como diplomático español?
—La entrada en la Unión Europea, después de las zancadillas de Francia y Giscard, ha sido decisiva. Aunque nos ha separado, un pelín, de Iberoamérica donde tenemos mucho que hacer. La entrada en la OTAN, que Calvo y Sotelo hicieron contra viento y marea, también tuvo meollo. Acababa con el posible tercermundismo de España y nos colocaba definitivamente en el mundo occidental. Me impresionó el israelí Simon Peres y, sin tratarlos personalmente, aunque los seguí, me chocó el cinismo de Mitterrand y la excelente oratoria de Obama.
—¿Ha sido feliz Inocencio Arias en sus cargos?
—Casi plenamente. Y aunque parezca sorprendente, más en mi profesión que en el Real Madrid. Había en el mundo del fútbol de mi época mucho más cinismo en los entresijos de los clubes que en la diplomacia.
—¿Por qué debería un lector elegir su libro? ¿Como entretenimiento/ocio, como libro de historia…?
— Le puedo recomendar mejores, no soy Vargas Llosa, ni el ahora olvidado Fernández Flores. Pero creo, está agotando la cuarta edición, que la gente lo encuentra ameno, legible, instructivo me dicen y bastantes me cuentan que hay capítulos en que se han reído mucho. Me encanta.
—¿Qué opinión le merece la ciudad de Segovia y qué supone para usted presentar el libro aquí?
—La belleza de la ciudad y la cercanía de Madrid la convierten para mí en algo único. Fue quizás la primera a la que traje a mi mujer (extranjera), a amigos andaluces que me visitan, a multitud de dignatarios extranjeros, a mis suegros a los que encantó… Luego, la comida… A nadie defrauda. Es estupendo. Y agradezco la amabilidad de Héctor, un librero con inquietudes y sentido de la profesión. Personas básicas en nuestras sociedades, en esta época en que el internet y los grandes almacenes lo arrasan todo.
—¿Piensa Inocencio Arias escribir una segunda parte de sus memorias?
—No estoy seguro. Mi ego está colmado. Plaza Janés me pide de nuevo que me lance, son muy convincentes, y algo habrá que hacer pero sin hablar demasiado de mí.
