Es difícil, cada vez más, encontrar la esencia natural de las cosas. La lógica del ilógico consumo de masas, cuyo desarrollo permite disponer de casi cualquier producto en casi cualquier lugar y en casi cualquier momento, despoja de este valor a las cosas. Uno puede encontrar tomates que no saben a nada o, como diría Danza Invisible, «naranjas en agosto y uvas en abril».
Algo así le pasa al deporte que, como producto de consumo de masas, pierde su esencia. Esta pasada semana he visto un par de partidos de baloncesto con relativa tranquilidad. No completos, porque en la sociedad que vivimos no hay tiempo para sentarte dos horas en el sillón un martes, pero sí un ratito como para reflexionar.
El final fue interminable; en los constantes parones, en la cancha no dejaban de pasar cosas que no eran deporte
Uno de esos partidos era el de los Clippers contra los Magic de la NBA. El final fue interminable; en los constantes parones, en la cancha no dejaban de pasar cosas que no eran deporte: bailes, acrobacias, sorteos, concursos… ¡Oiga, que quiero ver baloncesto, no teatro ni quizshows! La calidad de la imagen, eso sí, inmejorable.
El otro partido fue el del Barça contra el Estrella Roja de la Euroliga. Aunque el sistema de competición está también orientado al negocio, esto ya es otra cosa; en parte, gracias al ambiente del antiguo Pionir de Belgrado, con los intensos fans del Estrella Roja preocupados por el partido. Y nada más.
Por cierto, me senté el domingo, entre comida y despacho, también a ver las últimas siete vueltas del último Gran Premio de Fórmula 1 que decidía el Mundial. Reconozco, yo que he catalogado de tostón este espectáculo, que estuvo emocionante.
En fin, que reivindico la esencia del deporte desde aquí y, también por ello, y como homenaje en el 20 aniversario de su fallecimiento, he puesto a Mirza Delibasic tirando a canasta en mi foto de perfil de WhatsApp. Feliz Navidad a todos.
