Decía el médico de Valseca Gregorio Cardiel y de Nieva (Pinillos 1862-Madrid 1935) que “la experiencia personal adiestra más el ojo clínico que las mejores descripciones”. Sin duda, la afirmación fue fruto de esa perseverancia en su discurrir facultativo, ya que en sus veintiocho años como galeno de Valseca y la localidad vecina de Hontanares, tuvo que hacer frente a dos importantes pandemias. Primero, la de 1918, la conocida gripe española, y en segundo lugar, la epidemia de sarampión de 1923.
La epidemia de sarampión tuvo lugar durante los meses de febrero y marzo de 1923 y afectó a un total de 148 niños. Un número importante, sobre una población que superaba los 700 habitantes. Los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX ya se habían hecho constantes los brotes de esta enfermedad, pero fue dos décadas después cuando la incidencia colmó a la población. El sarampión, la tuberculosis, o la viruela, eran las principales incidencias médicas, y una de ellas, la sufrió el propio doctor, cuando apenas llevaba tres años asentado en la población y fallece de tuberculosis su hijo Tomás, de seis años.
Pero, ¿cómo llegó a Valseca la primera infección de sarampión durante 1923? El propio Cardiel, que se autoevalúa en un estudio como que no tenía mucha experiencia en las patologías de los niños, afrontó la misma con unos resultados más que satisfactorios para el volumen de la incidencia. Todo sucedió con la llegada de una niña al pueblo, que había permanecido unos días en Madrid con unos familiares, “cuando asistió a la escuela, y a las 48 horas de ser invadida, lo fueron todas las de su sección, siguiéndose después presentándose casos solo en las niñas, hasta pasados catorce días que enfermó el primer varón”, recoge el facultativo en su informe presentado en la Real Academia de Medicina de Madrid. Cardiel insiste en lo muy contagiosa que es esta enfermedad, “basta la presencia de un niño atacado de sarampión en una escuela para contagiar a la mayoría de los que con él han estado en contacto”.
Entre esos pronósticos iniciales, “puede confundirse el sarampión con un simple resfriado, acompañado de estornudos y de conjuntivitis, pero en este faltan los fenómenos generales y el exantema de la garganta”, detallaba. En el caso del sarampión de Valseca, el doctor Cardiel, en contra de la epidemia surgida a finales del siglo XIX, no era partidario del cerramiento de las escuelas públicas. “No encuentro acertada la tan antigua costumbre de cerrar las escuelas (al menos en los pueblos), por no ser en este sitio donde más fácilmente se contagien los niños, sino en las reuniones que tienen en los juegos propios de su edad”, destacaba.
El doctor define el sarampión como “una afección aguda, febril, contagiosa y epidémica (…), caracterizada por una erupción de manchas papulosas, rosadas, irregulares, y por una hiperemia catarral y secretoria de la membrana mucosa en las vías respiratorias”. Sobre la incidencia de la epidemia, “fueron ocho los atacados menores de un año, estando más predispuestos los de tres a cinco años, y sobre todo los que frecuentan las escuelas o sea los de seis a diez años”, detallaba Gregorio Cardiel, para añadir que “en algún caso llegaron a ser tan abundantes que exigieron el taponamiento nasal y no influyeron en nada en la marcha de la enfermedad”.
Asimismo, “en treinta casos los primeros síntomas fueron de diarreas abundantes (catarro gastro-intestinal), por cada niño hacía de 8 a 10 deposiciones diarias”. También narraba con pesadumbre, un triste caso, entendiendo que por la intensidad de la fiebre, podían aparecer fenómenos convulsivos: así sucedió a una niña de 16 meses, que llevaba cinco días con fiebre alta, a lo que dispuse que se le pusiera un baño general de agua templada y sinapizado, que lo menos serviría para quitar la gruesa capa de suciedad que tenía en todo su cuerpo. Al día siguiente se le notaba una mancha rojo-pálida en la cara y en el pecho, y la fiebre era de 41. Y por la tarde volvieron a aparecer las convulsiones con lo que la niña estaba abatida y murió en una de esas convulsiones”, describía con tristeza.
El doctor Cardiel también hace alusión a la última epidemia de sarampión en Valseca del año 1899, cuando se refiere en su análisis a las complicaciones sépticas que puede dejar el sarampión, como rinitis, conjuntivitis, otitis, estomatitis, deteniéndose en esta última, una enfermedad infecciosa y gangrenosa de la boca, que en la epidemia de 1923 no tuvo incidencia, “pero hace 24 años en la otra epidemia de sarampión que hubo en este pueblo, donde yo no ejercía entonces, pude observar tres seguidos de fallecimiento”, recordaba. La describía así, de un “olor fétido (gangrenoso), que invade no solo la habitación del enfermo sino las más próximas”.
Una última reflexión del doctor sirve para conocer la situación de los médicos de la época: “Si el médico titular tuviera la autoridad que debiera tener, si sus consejos fueran mejor atendidos por las familias en primer lugar, o se hicieran cumplir por las autoridades, podría en algunos casos evitarse la propagación de esta u otras pandemias, en las que apenas dado el alta al enfermo sale a la calle, o bien es visitado en plena enfermedad por otros, que no solo pueden ellos adquirirla sino ser los causantes de su propagación”. La pandemia la superaron felizmente 143 niños.
Comparaciones
La población valsequeña vivía con congoja esos días. Apenas unos años antes, había azotado al pueblo la conocida gripe española, creando tristes recuerdos entre los vecinos y el propio doctor Cardiel. En esta parte de la provincia, Valseca y Valverde del Majano tuvieron a sus habitantes en vilo, y se produjeron más de dos decenas de fallecimientos. Estas dos realidades, tan recientes, las compara Cardiel inevitablemente, “el diagnóstico del sarampión es difícil en muchas ocasiones sobre todo al presentarse el primer caso en una población donde no reina endémicamente y sobre todo si en ella existen casos de gripe (gripe española), que fue lo que ocurrió en este pueblo. Entonces no puede hacerse el diagnóstico hasta que no aparecen las manifestaciones morbosas de la piel”, precisa en sus explicaciones. “Sin embargo en la gripe los fenómenos nerviosos son más acentuados, el quebrantamiento más violento, el abatimiento más profundo, la fiebre del principio más elevada, no teniendo la remisión especial del tercer día que se presenta en el sarampión”, recordaba de aquellos intensos días de 1918.
Doctor Cardiel
Gregorio Cardiel escribió una bonita página de la historia de Valseca en la primera mitad del siglo XX. Los vecinos, una vez fallecido, le tributaron un homenaje y le dedicaron una placa en su vivienda cuya inscripción dice: “Para perpetuar la memoria del que fue insigne médico de este pueblo durante veintiocho años (1900-1928), Don Gregorio Cardiel y de Nieva, por su celo y amor a la profesión le dedican este homenaje los vecinos de Valseca. Octubre 25 de 1943”.
En Valseca cuajó una gran amistad con el boticario, Julio García Gurruchaga, fruto de la misma, años después sus hijos Mariano y Valentín Cardiel se unirían al boticario en el Laboratorio Farmacéutico Gurruchaga, fundado en 1918, que fue posteriormente ampliado en el barrio de Los Caños, donde permaneció hasta el año 1958. Precisamente, en la epidemia de sarampión referida Cardiel aplicó algunas pócimas del mismo, con otras botánicas, a falta de una medicina más sintética que llegaría más tarde.
