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La crisis de sentido

El número de suicidios sigue aumentando en todo el mundo.

por El Adelantado de Segovia
6 de octubre de 2024
en Opinion
JESUS FRANCISCO RIAZA
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El número de suicidios sigue aumentando en todo el mundo. En nuestro país, en 2022, se suicidaron 4.228 personas y es la primera causa de muerte en personas entre 14 y 28 años. Mirando a la infancia, el Teléfono de la Esperanza, dice que las niñas de entre 11 y 15 años llaman cinco veces más (735) que los niños de la misma edad (140). Según los expertos, detrás de estos números está el acoso escolar y la perturbadora influencia de las redes sociales. El suicida, adulto o niño, busca una salida inmediata al sufrimiento. No lo he leído, pero creo que tiene que influir el vacío existencial que provoca una educación que busca resultados inmediatos, el desprecio a los valores que dan sentido de la vida, la banalidad de los alicientes y la ausencia de herramientas para enfrentarse a las adversidades.

Los datos y estas situaciones nos deberían hacer reflexionar pero no tenemos ganas de reconocer que algo estamos haciendo muy mal porque cuestiona algunos de los paradigmas incuestionables sobre los que hemos contruido nuestro mundo de relaciones. Y los niños y adolescentes son sus primeras víctimas.

La obsesión porque los niños estén siempre ocupados, llenos de actividades que van más allá de un juego o una afición, sin tiempo para el juego gratuito, los propios padres reconocen que no puede ser bueno, pero es difícil nadar contra corriente. Con frecuencia, las familias siguen prefiriendo el entretenimiento y la banalidad a las propuestas que tengan algo que ver con la reflexión o la formación en valores. No niego que estén presentes en algunas actividades a las que se lleva a los niños, pero sí en otras. Fomentar la competitividad, el ganar a cualquier precio o el verse superiores a los demás, son actitudes que se desprenden continuamente de una forma de divertirse y que generan terribles frustraciones.

A los padres no les debería dar miedo que el niño diga “me aburro” porque incluso eso es algo sano para su formación. Ayudar al niño a valorar cosas que no son divertidas por sí mismas pero que suponen esa herramienta que va a necesitar cuando el tedio y la falta de sentido le atosiguen, cuando en las redes sociales se vea atacado o ridiculizado, cuando comprenda que tras las máscaras de los “tiktokers” solo hay vacío y negocio y cuando su ingenuidad se venga abajo por el desengaño provocado por una relación que ella o él confundían con el amor eterno, es un reto apasionante.

Soy consciente de que las catequesis parroquiales tenemos la batalla perdida frente a esas actividades que ofrecen diversión inmediata porque, además, nuestras catequesis son gratuitas. Ofrecer sentido o ser religioso, vivir un compromiso, sea creyente o no lo sea, no sólo no está de moda sino que los propios padres ni siquiera se paran a pensar en él aunque los niños hagan la comunión o se confirmen. No se dan cuenta de que esa educación sirve para ayudarles a poner unos cimientos sólidos en la vida de sus hijos y no meros oropeles frágiles que se lleva el primer vendaval.

Pero, es cierto que también nosotros, la Iglesia, las parroquias, tenemos que preguntarnos qué estamos ofreciendo. Cuando nuestras catequesis se quedan en una mera reunión para rellenar una ficha o para aprender de memoria una serie de oraciones que olvidan porque no las vuelven a rezar en toda la semana, ¿estamos dando respuesta a las necesidades de esos niños y de esos adolescentes? No creo que la utilización de modernos métodos que implican el uso de tablets o redes sociales sea el camino a seguir. Creo que lo que necesitan es hablar y ser escuchados, pero eso no quita para que me pregunte si no estaremos ocultando la riqueza del Evangelio con unos planteamientos anacrónicos.

Siento haber relacionado el problema de los suicidios con la necesidad de una formación espiritual. Evidentemente nosotros no vamos a solucionar un problema tan profundo y con tantas vertientes con unas catequesis. Pero lo cierto es que intentamos darle sentido a la existencia con esos valores que cimentaron nuestra civilización. Ayudar al niño y al adolescente a sentirse siempre acompañado por un Dios con el que puede hablar cuando la soledad y la tristeza le acosen, es una forma de levantar un muro ante la atracción que provoca el vacío y la búsqueda de una salida al sufrimiento.

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