En el tranquilo paisaje serrano de Casla, un latido cultural ha cobrado forma y nombre desde hace casi cuarenta años: La Colodra. Esta asociación no solo existe, irradia una fuerza colectiva que pulsa con afecto, creatividad y comunidad. Hoy, queremos elevar nuestro reconocimiento más cálido a quienes la han sostenido y a quienes hacen de ella un faro vivo en lo rural.
La fuerza de La Colodra no se mide en cifras, pero no pueden pasar inadvertidos sus casi 400 socios, en un municipio de alrededor de 150 habitantes. Esa poderosa correspondencia entre lo humano y lo cultural habla de un compromiso que trasciende números. Lo que nació en 1987 como un sueño compartido por un grupo de vecinos solidarios, hoy se convierte en voz y cobijo para muchos—un hogar común presidido por el afecto.
Creer que desde lo pequeño puede surgir lo grande es una verdad que La Colodra encarna. Su presencia constante en la vida de Casla —no solo en el mes de agosto, sino todo el año— se transforma en la prueba de que la cultura arraiga cuando se siembra con alma. Ser un motor cultural en lo rural no es una labor fácil; es compromiso, ilusión, trabajo sostenido y generosidad compartida.
En junio de 2024, La Colodra recibió el Premio Comunidad de Villa y Tierra, otorgado por el Centro Segoviano de Madrid. No fue un mero galardón: fue un abrazo institucional a su historia de más de 36 años. Fue la provincia, fue Castilla y León, reconociendo que la dedicación diaria —esa de quienes organizan, aportan, cultivan— construye comunidad y esperanza.
Ese premio late con dignidad y gratitud: el valor de quienes tejen redes humanas, de quienes retienen memoria y la entregan con alegría. Nos recuerda que la cultura es un bien compartido que fortalece la vida rural cuando se pone al servicio de todos.
La Colodra es un modelo generoso que habla de cultura como vínculo: con el pueblo, con lo propio y con la palabra compartida. Su trayectoria susurra a otros pueblos rurales: sí se puede, sí merece la pena, sí florece cuando hay comunidad.
En tiempos en que lo urbano suele robar la atención cultural, rescatar esta llama desde lo pequeño es un acto de fe y de belleza. Casla, con La Colodra, nos enseña que la cultura no solo alimenta la mente, sino también el corazón. Que el valor de lo hecho en común puede reverdecer la identidad colectiva, generar orgullo, fortalecer lazos, construir memoria.
En cada rincón de la provincia y más allá, harían bien en mirar este ejemplo y tejer sus propias historias desde lo cercano, lo humilde, lo compartido.
En el año 1987 tuve el honor de ser distinguido como socio de honor de la Asociación La Colodra. Sigo de cerca su actividad constante y por ese motivo quiero agradecer a todos los socios, que con su presencia hacen de La Colodra un corazón palpitante, a La Junta Directiva y colaboradores, que con entrega anónima sostienen esta aventura cultural y a todas las personas, vecinas o visitantes, que han encontrado aquí un refugio compartido de arte, memoria, compañía y creatividad.
Gracias por ser comunidad, por encender lo común, por resguardar lo local, por transformar lo que podría ser ordinario en algo extraordinario. El pulso de La Colodra late en cada sonrisa, en cada aplauso, en cada palabra compartida. Que ese pulso inspire a otros, que esa chispa sea contagio y esperanza.
El ejemplo de La Colodra nos invita a creer que, en el mundo rural, no todo está perdido: hay polos de creación, comunidades que sostienen la cultura, manos que labran lo común, voces que cantan lo propio. La simiente puesta en 1987 sigue brotando con fortaleza y corazón. Gracias, La Colodra, por recordarnos que en lo pequeño puede despertarse lo grande. Que tu luz siga iluminando Casla, la provincia y el espíritu de una España querida.
