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La carretilla de Paco Tapias

por Eduardo Juárez
30 de abril de 2023
en Tribuna
EDUARDO JUAREZ

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Es el ser humano demasiado peculiar. Sometido a múltiples factores implicados en su definición, resulta, cuando menos, improbable definir su singularidad. Da lo mismo el esfuerzo que uno dedique a lo largo de una extensa vida, que nunca llegará a un concepto asumible en lo aceptable. Infinitamente únicos en la normalidad, solemos esconder aquello que nos hace especiales en una suerte de cortina de incomprensible nadería, grisácea monotonía de triste normalización ocultadora de un millar de chispeantes destellos de genialidad única. Cubiertos por ese velo gris que todo lo ensombrece, acallamos el grito de cada uno, escondiendo nuestra individualidad maravillosa en genéricos conceptos empeñados en describir una ingente multitud multicolor de esperanzas ahogadas en el término. Ya sea entre los tejidos entintados de la bandera que corresponda, apretados por los hilos secos que ya no soportan ni un teñido más, o bajo el paraguas de la idea más peregrina y cotidiana, seres humanos de toda condición y género, creencia y descreimiento palmario, venimos penando nuestra absoluta extravagancia callada y peregrina en un silencio aleccionado por la normalización permanente de las formas, el decoro y la insultante bonhomía, esa que enarbolan los que ni son buenos, ni humanos.

Metidos, pues, en este oxímoron galopante en que se ha convertido la identidad que, en lugar de identificar, acaba diluyendo nuestra huella dactilar en una palabra de triste dicción, resulta asombroso encontrar un paisano, una amiga, lo que sea, despreocupado por el qué dirán para salir sin tapujos ni zarandajas del corsé social identitario en el que nos movemos de unos siglos a esta parte. Capaces de sacudirse cualquier cliché impuesto, campan por la sociedad envueltos en un descaro altamente saludable, dejando en un lugar ignoto de su memoria las normas impuestas por los mentecatos empeñados en constreñir la verdadera libertad. Defensores del albedrío más auténtico y feliz, viven alejados de las normas autoimpuestas por una educación que esclaviza la espontaneidad, esa que tanto alabamos en otros y nunca practicamos. Desde el anarquista que quiso fundar un partido político al paisano que interrumpió una procesión en la semana santa sevillana para peerse en tiempos inquisitoriales, nuestra sociedad ha dado una plétora de personas alejadas de la norma digna de estudio. Políticos idealistas defensores de una idea en la que realmente creían; profesores sin gola y preocupados por el aprendiz que no estudiante; generales antibelicistas y terroristas enfrentados a la violencia; socialistas católicos y cristianos comunistas; nacionalistas del mundo, hombres feministas de frente sin perfil impostado y mujeres en plural reconocidas por su esfuerzo y no por la singularidad de la ocasión explotada en estomagante publirreportaje politizado.

Algunos, digo, deciden vivir la vida alejados de las convenciones. Despreocupados de la norma que todo lo somete, pasean su normalidad ofensiva para el común abotargado de tanta matraca equivalente. Desecho el uniforme que fuere, viven en singular sin género y carentes de desinencia que los agrupe. A veces inidentificables, otras señalados burdamente por la gentuza que, deseando ser de aquella manera, tritura todo lo que se aleje de su mísero y aburrido costumbrismo, estos tréboles de cinco hojas montados sobre un unicornio, medio dragón, medio hipogrifo aleonado, no paran de enseñar a quienes quieren aprender que la vida solo es una, individual, intransferible e indefinible, cuando, por la razón que sea, se es libre de verdad.

Supongo que así fue Paco Tapias durante los más de noventa años que decidió pasear su extraña espontaneidad. Siempre apegado al terruño que le vio nacer, trasegó año tras década entre parcelas y jardines, chiquillos y buen vino de desbocado sabiamente macerado a escondidas. Ora jardinero en el palacio real, ora portero mayor en las Navillas, sentado a la sombra de un cedro inmenso o recostado al frescor de ese cenador de piedra verrugosa que construyera en la umbría de la cacera que baja del Cambrones por la cañada, no recuerdo alguna vez que alguna convención social preocupara a semejante compañero. Si bien es cierto que gustaba, como todos, de las setas segovianas, también lo es que prefería las afrancesadas de pie azul, esas que nadie tose y que el bien tapaba con alguna boñiga seca durante las largas noches invernizas de la sierra; lo mismo que el vino añejo de color terroso y la chorrilla de capa caída y embotada en barrica de roble. Parco en palabras, siempre bien escogidas y, como habría hecho Sócrates de haber nacido entre la Atalaya y la Pedrona, de profundo sentido superficial, de modo que fuera tu mente la que trabajara y no la suya. Aquella, acostumbrada a lanzar el anzuelo atado a un aparejo al que no prestar ni la más mínima atención, solía divagar entre la cama del zorzal acostado y aquella vieja carretilla que apoyara un día sobre la hacina de roble y encina recién cortados por su yerno. Acurrucado sobre la carretilla que una vez llevara leña al fogón, ladrillo al tapial y greda de zahorra a la senda de la canaleja encabritada, Paco Tapias soñaba con un vivir diletante de honrado esfuerzo colectivo.

Y, dormitando apretado en la vieja carretilla que una vez trabajara en aquel empeño ya olvidado, Paco Tapias pasó una vida envidiable de compromiso familiar y empeño comunitario. Fue español sin banderas y segoviano descreído; obrero comprometido y paseante distraído; jardinero de árboles y cultivador de flores; bebedor sin sed y comensal agradecido de no comer ni media tortilla con una tajada de remolacha arrimada a una escurrida sardina de espina esquelética; orador de tres palabras con dos señas y Maestro silencioso seguidor de Fray Ejemplo.

Quisiera este que suscribe, queridos lectores, encontrar pronto esa carretilla bendita que nos haga descansar en un herraje infame y levantar la vista tras la siesta hacia un horizonte sin resquemor alguno, dolor de alma o músculo contraído por la condenada razón que nos simplifica hasta diluirnos en la nada llena de sentido incomprensible.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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