Decía Sánchez Dragó que trabajaba 365 días al año y 366 si éste era bisiesto. Los que conviven conmigo puede que estén hartos de oírme decir que, jubilado de Telégrafos, trabajo todas las semanas del año, traduciendo con la tecla, a veces, largos procesos de investigación, por lo regular, con gastos. Textos de extensión variable que luego publican las diversas entidades con las que colaboro. Y que ‘SE SEPA’, gratuitamente. (1)
Pero también deseo decir que “habiendo obtenido de los conocimientos facilitados por los hombres pasados y presentes” cuanto escribo pertenece a la comunidad a la que devuelvo con gratitud, los beneficios recibidos. (2)
Debo decir, no obstante, que de vez en cuando, me tomo algún respiro, para que el diablo no se ría de la mentira. Y venido de unos días en el norte de España, improviso estos renglones que espero sean del interés de los lectores de EL ADELANTADO.
Tenía preparado para esta ocasión un nuevo QUE SE SEPA, con el añadido de II, dada la expectación que, parece tuvo el primero. La controversia que su contenido provoca, da lugar a que, quien tenga algo que decir, lo diga y que luego los lectores saquen sus propias conclusiones, que de eso se trata.
Así, pues, ‘QUE SE SEPA II’, al que seguirá también un tercero y, posiblemente, alguno más, esperará su turno pacientemente en este viejo ordenador que cualquier día dice basta y hasta aquí hemos llegado.
Me ha parecido oportuno, aplazar los temas ‘serios’ para después del verano y contar este suceso que pretende ser hilarante o cuando menos, capaz de arrancar alguna sonrisa. Lo cual no viene mal ante tantos ataques que pretenden amargarnos la vida a toda costa.
Veamos: No ha mucho apareció a la entrada de mi portal y en el suelo, una braguita de mujer. Parecía haberse desprendido de un tendedero. Y estuvo allí un tiempo hasta que alguien la recogió y puso sobre una barandilla cercana.
Probablemente el viento la desplazó de dicha barandilla y volvió a ‘decorar’ el suelo hasta que, sospecho, que los empleados privados de la limpieza, volvieran a colocarla donde estaba con anterioridad.
Transcurrido un tiempo y dado que tenía anunciada una visita de cierto porte para fecha inmediata, pensé que la buena imagen de las viviendas quedaba disminuida por semejante contingencia.
Así que, dada mi condición de ‘jefe de portal’ y que debería acudir al ‘super’ a reponer, pensé recoger el adminículo en cuestión, meterle en el carrito de la compra y arrojarle al primer contendor hallado al paso.
Pero he aquí que, al pasar por delante del último de los portales, se abrió la puerta y apareció una vecina con la que mantengo buena amistad y no porque me lea, que también. Llevaba ésta el mismo objetivo y lo primero que hizo al verme fue decirme: “¡Qué, a la compra!”. A lo que respondí: “¡Pues si!”, embargándome de inmediato una gran frustración por tener que aplazar mis intenciones. No me parecía oportuno realizar semejante operación en presencia de la señora. Y lo aborté, iniciando animada charla con las novedades de la última reunión de la Asociación de Vecinos de la Comunidad.
Llegados ya al primer contenedor, lo miré de soslayo y no hubo nada. Seguimos hasta el Centro Comercial y allí nos separamos dejando, por mi parte, el carrito de la compra en un lugar adecuado.
A pesar de que había mucha gente no tardé en elegir las diez o doce cosas que, con alguna variante, suelo comprar. Las fui poniendo en la cesta con ruedas del establecimiento y en un tris, tras, me detuve ante la primera caja que pillé al paso. Deposité tan menguada compra en la correa transportadora ac hoc de la misma y mientras la cajera, con su habitual destreza, contabilizaba mis adquisiciones, me dispuse a retomar el carrito con su diminuta carga y acercarlo a la zona adecuada.
Habría metido ya, uno tras otro, la mitad de los consumibles, cuando la cajera dio un tremendo salto sobre su asiento como si le hubieran pinchado en el culo. Y tras el descomunal brinco, saltó hacia mi carrito y sin mediar palabra, comenzó a sacar, como una posesa, cuanto había dentro.
¿Pero qué le pasa a ésta? Pensé. Y lo mismo la gente de la cola y de las cajas aledañas. El papel. Se había terminado el papel. Por lo tanto, la compra se quedaba sin registrar. Y después de sacar, uno tras otro, el cuarta o quinta artículo, salió junto a un bote de tomate la reticente braguita que se mostró espléndidamente sobre la bandeja ac hoc. Los presentes no acertaban a creer lo que estaban viendo.
No sé si en la historia de los supermercados en los que no se vende ropa, se habrá dado un caso semejante. El gentío aumentó exponencialmente y los comentarios formaron la parte literaria de unos vídeos capaces de competir con los más afamados de Julio Iglesias.
La verdad es que la cajera no se inmutó para nada. Profesional ella, se dedicó al recuento de los productos, una vez que resolvió el problema de la falta de papel en la maquinita. Por mi parte, habiendo ya toreado en incontables plazas, traté de que ésta no pasara de ser una más. Recogí la prenda, una vez que se paseara olímpicamente por la correa transportadora y la metí, como si tal cosa, dentro del carrito.
Pagué con la tarjeta bancaria y emprendí mi regreso a casa, en tanto que se producía la dispersión del público. Al pasar por delante del contenedor, paré por si pudiera estar a mano la braguita y deshacerme de ella. Pero no fue posible porque se hallaba en el fondo. atrapada por la compra. Continué pensativo, dando vueltas al magín para ver cómo y cuándo podría deshacerme de la contumaz prenda.
Ya en casa, extraje los consumibles del carrito y los deposité en los distintos espacios asignados a los mismos: el frigorífico, las alacenas ac hoc, etc. Y quedó la susodicha prenda en espera de una nueva oportunidad; oportunidad que nuevamente hubo de ser aplazada por el confinamiento que produjo la pandemia.
Un cierto día, Colás, mi otro yo, el hombre que siempre va conmigo, me dijo: Jefe, ¿por qué no la pones en un marco y lo cuelgas en alguna parte?. No le hice caso. Y no por falta de ganas, si no por la simple razón de que ya no me queda un mínimo espacio para colgar nada.
La ya popular prenda entre familiares y amigos y ahora más conocida por los lectores de El ADELANTADO, fue por fin solemnemente depositada en el contendor, pocos días después de terminado el confinamiento.
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(1) Comencé a escribir antes de los 13 años, con alteraciones diversas con el transcurso del tiempo.
(2) Francisco Peralto. Poemas en Moguer. Corona del Sur. Málaga 268-02
* Académico Honorario de San Quirce.
