Tiene nombre de emperador romano y es catedrático de literatura hispanoamericana de la Universidad Autónoma de Madrid, con abundante obra publicada ¿Los estudios de literatura en España e Iberoamérica ¿están en auge o en declive?
En auge no están, al menos en España, ámbito al que limitaré mis opiniones, por no conocer otros con la precisión requerida para emitir una valoración. Aquí no ha habido reforma de la enseñanza media, antes destino preferente de los graduados en Filología Española (en sus diversas variantes), que en las últimas décadas no haya resultado negativa. Eso ha afectado especialmente a la literatura hispanoamericana, que en aquella enseñanza nunca mereció gran atención y ahora ha desaparecido. El estudio de esa literatura entre nosotros se circunscribe, en consecuencia, a su presencia en grados y másteres universitarios.
Su expansión se inició en los años ochenta del siglo pasado, sin duda como efecto tardío del boom de la novela hispanoamericana. Su punto de partida fue quizá la creación, por el ministerio correspondiente, de dos cátedras de “Literatura hispanoamericana” asignadas a la Universidad Autónoma de Madrid y a la Universidad de Zaragoza. Yo ocupé la primera de ellas a finales de 1982. La ocasión permitió comprobar que en muchos centros universitarios del país, incluso en los de creación reciente, trabajaban especialistas en la materia que en los años siguientes irían consolidándose y que afianzaron unos estudios que antes solo contaban con profesorado específico en la Universidad de Sevilla y en la Complutense de Madrid, con representantes aislados en La Laguna o en Oviedo, y poco más. El interés de los estudiantes, que desde entonces se concretó en un elevado número de trabajos fin de máster y de tesis doctorales, fue decisivo a la hora de introducir asignaturas en los estudios de Filología Española, a pesar de la hostilidad o el desdén con el que solían recibirlas los especialistas en literatura española.
La presencia de la literatura hispanoamericana fue creciendo así hasta iniciado el presente siglo. No creo que haya mejorado en ninguna parte en los últimos tiempos. Los estudios parecen mantenerse donde se habían consolidado, sobre todo en la Universidad de Alicante, allí con el inestimable apoyo del Centro de Estudios Literarios Mario Benedetti, que facilita la presencia de escritores hispanoamericanos y de estudiosos en aquel campus. Los centros que llegaron a contar con departamentos específicos, como las Universidades de Sevilla y Complutense de Madrid, parecen mantener sus plantillas, aunque tales departamentos se hayan diluido en otros más amplios. Por lo demás, las últimas noticias que he recibido desde distintos centros distan de ser alentadoras, también en lo que se refiere al interés de los estudiantes por la investigación en esa materia. La Universidad Autónoma de Madrid no es una excepción.
¿De dónde proceden los alumnos de su cátedra de la UAM?
No imparto docencia desde que me jubilé el 31 de agosto 2019, aunque permanezco ligado a la Universidad Autónoma de Madrid como profesor emérito. Seguiré hasta que se concluyan las tesis doctorales aún pendientes bajo mi dirección. Mientras tuve alumnos, los de licenciatura o grado fueron los de los estudios de Filología Española, nativos casi en su totalidad. En los másteres que permitían iniciar las investigaciones para obtener el título de doctor la procedencia era variada, como las tesis doctorales que he dirigido confirman: de cuarenta y ocho, veintiséis han sido de españoles y veintidós de extranjeros (hispanoamericanos doce de ellos). Podemos suponer que esos porcentajes eran similares a los de los alumnos inscritos en mis cursos de doctorado o de máster. Quizás en los últimos años resultó llamativa la presencia de estudiantes procedentes de China, mujeres sobre todo, aunque la política cultural de aquel país ya parece haber cerrado esa etapa.
Uno de sus libros es La poesía hispanoamericana (hasta final del Modernismo). ¿Cree que conocemos en España suficientemente a autores hispanoamericanos anteriores al siglo XIX?
Fuera del ámbito académico y de los estudios de literatura hispánica, no creo que en España se conozca a ningún escritor hispanoamericano que no sea de tiempos más recientes. Tal vez algún madrileño se pregunte a quién remite la glorieta de Rubén Darío. En el campus de la Universidad Autónoma en Cantoblanco hay una calle dedicada a Sor Juana Inés de la Cruz, para perplejidad de los taxistas, de los empleados de correos y de la comunidad universitaria, incluida la de la Facultad de Filosofía y Letras.
Otro sería Teoría y crítica literaria de la Emancipación Hispanoamericana. ¿Qué nos puede decir de ello?
Precedidos por un estudio introductorio reuní en 1997 los ensayos de condición literaria que permiten seguir los afanes de los escritores que en el siglo XIX, durante las luchas por la independencia y las primeras décadas de las nuevas repúblicas, buscaron una cultura acorde con las exigencias de la época, orientada hacia la “emancipación mental” y la pretensión de conseguir una expresión cultural propia, en un proceso en buena medida ligado a la Ilustración y el Romanticismo.
También ha analizado el género ensayístico de la región. ¿Qué destaca en él y nos es en cierto modo poco conocido?
Me ocupé de eso en un modesto volumen que la editorial Taurus editó en 1990, dentro de una colección que pretendía abordar la literatura de España y de Hispanoamérica. Que se dedicaran veintinueve títulos a la producción peninsular y seis a la hispanoamericana es indicio de la relevancia que se daba a cada una. El libro se tituló Los géneros ensayísticos hispanoamericanos ante la necesidad de hacer referencia a la producción literaria no adscrita a los géneros identificados como teatro, poesía o prosa de ficción, empezando por las crónicas de Indias. Si alguno de los autores abordados es conocido hoy fuera del ámbito académico (Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Octavio Paz), no creo que lo sea precisamente por su condición de ensayista.
¿Qué problemas han preocupado a los hispanoamericanos en cada siglo reflejados en sus ensayos?
El ensayo literario permite conocer detalladamente el proceso seguido por las inquietudes intelectuales, dominantes o no, sobre todo desde la independencia: la pretensión de conseguir culturas de raigambre nacional, el dilema entre la civilización europea y la barbarie americana, las esperanzas de progreso que el positivismo acentuó antes de descubrir la triste realidad de sociedades enfermas, la reacción espiritualista que desde principios del siglo XX alentó las indagaciones en la identidad de cada país y del conjunto, las inquietudes sociales y políticas que potenciaron el desarrollo del indigenismo, la conciencia de las limitaciones del lenguaje con el consecuente cuestionamiento del alcance de la literatura, la relación de esta con los mitos y los sueños o con un inconsciente colectivo o sustrato secreto que se manifestaría a través de ella, la postulación de un dimensión maravillosa o mágica para la realidad latinoamericana y de una condición barroca para su cultura…
¿Ha leído La literatura nazi en América? ¿Qué opina de Roberto Bolaño? ¿Tiene algo de borgiano?
Borges es un lugar común a la hora de detectar el origen de las biografías ficticias de La literatura nazi en América y de otras a cargo de escritores hispanoamericanos, por sus aportaciones personales al género y por haber remitido su origen a Vidas imaginarias de Marcel Schwob. Tanto la tradición como el contexto de esa curiosa “novela” de Bolaño podrían enriquecerse con otros datos, desde luego ―la mención de Retratos reales e imaginados de Alfonso Reyes y de La sinagoga de los iconoclastas de Juan Rodolfo Wilcock resulta casi obligada―, pero este no es el momento adecuado para hacerlo. Dejando a un lado los relatos reunidos en Historia universal de la infamia, que poco o nada tiene que ver con biografías imaginarias y menos aún con La literatura nazi en América, podemos convenir en que escritores ficticios y obras apócrifas aparecen en textos de Borges, quien supo tomar la precaución de no reiterar esos temas hasta hacerlos repetitivos, y de no enfangarlos en la tediosa crítica literaria especializada, por imaginaria que también se pretenda. En cualquier caso, no hay riesgo alguno de atribuir a Borges un texto de Bolaño.
¿Por qué no hay ahora mismo un movimiento literario hispanoamericano tan rico como en los años del boom?
En el boom confluyeron circunstancias políticas y culturales determinantes para que en los años sesenta se prestara atención internacional a algunas novelas de un escaso número de narradores, aunque el entusiasmo que ellos suscitaron facilitara la difusión de otros que demostraban la riqueza pasada y presente de aquella literatura. La industria editorial aprovechó la tendencia y la potenció, y lo mismo se puede decir de los ámbitos académicos dedicados a los estudios literarios. El contexto favorable no tardó en desaparecer: el «caso Padilla» puso fin en 1971 a la casi unánime adhesión a la Revolución cubana, las editoriales encontraron otros filones, y ni los autores consagrados ni los que trataban de emularlos parecían conseguir resultados de repercusión similar a la alcanzada por La ciudad y los perros, Rayuela o Cien años de soledad. Cualquiera puede comprobar, no obstante, que la literatura americana en lengua española ha ofrecido desde el boom hasta hoy una producción de dimensiones inabordables y con frecuencia de calidad contrastada.
¿Sabe que trasladar libros de España a Hispanoamérica es increíblemente complicado y caro por las aduanas? No existe un mercado del libro en español unificado.
Lo sé. Eso ha repercutido en perjuicio de la llegada de ediciones hispanoamericanas a las librerías españolas, y ha afectado también a los préstamos interbibliotecarios y a la actualización de las bibliotecas.
Recientemente ha intervenido en la polémica del cierre de la sala de lectura de la Biblioteca de la AECID. ¿Qué era esta biblioteca, cuándo fue creada y qué valor internacional tiene?
José Luis Fernández del Amo y Antonio Fernández Alba, arquitectos de prestigio reconocido, proyectaron en los años sesenta del siglo XX el edificio de la actual Biblioteca de la AECID, que desde su apertura continuó enriqueciendo los fondos que en su sección “hispánica” se habían reunido en las sucesivas etapas previas de esa institución, nacida en 1941 con el llamado “Consejo de la Hispanidad”, al que sucedió el Instituto de Cultura Hispánica. Esa Biblioteca Hispánica compite hoy dignamente con la del Instituto Iberoamericano de Berlín a la hora de ofrecer los mejores materiales para la investigación sobre la cultura y la historia de Iberoamérica en Europa.
¿Qué fue el Instituto de Cultura Hispánica? ¿Fue útil? ¿Es quizás un poco paternalista transformarlo en la AECID?
No sé si puede considerarse paternalista la deriva hacia el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) y finalmente hacia la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), pero parece haber resultado letal para las funciones acordes con aquella denominación. El Instituto de Cultura Hispánica se creó en 1945, con las inquietudes culturales y políticas propias de la época. Ese pecado original no ha sido ajeno al reciente desdén padecido por la Biblioteca Hispánica, tengo constancia de ello. Quizás hayan influido también las propuestas descolonizadoras hoy de moda, que colocan bajo sospecha el interés de los investigadores por la América española, al menos cuando estos proceden de la antigua metrópoli o trabajan en ella. Desde luego, que quede claro, yo soy de los europeos que en ningún caso se dignarían conquistar América de nuevo, ateniéndome así a la profecía que Simón Bolívar estampó en carta al general Juan José Flores, allá por noviembre de 1830. Cada día crece mi admiración por la lucidez visionaria del Libertador.
¿Cómo cree que se podría detener la clausura de parte de la Biblioteca?
Solo un terremoto político podría salvar las salas de lectura, y ni aun así. ¿Qué harían con el personal de la calle de Almansa, sede cuyo alquiler vence a finales de este año 2024, sin posibilidad (dicen) de renovación?
Sus alumnos ¿aspiran a ser escritores, profesores, periodistas?
No tengo información precisa. Por lo que sé, la enseñanza ha sido el destino de la mayoría, aunque los hay que han encontrado espacio en el ámbito de la edición. Pocos eran los que pretendían convertirse en escritores, algunos lo consiguieron o están en ello. Muchos de los que se doctoraron conmigo trabajan en centros universitarios de sus países respectivos o de otros.
¿Qué recomendaría a las nuevas generaciones de estudiantes de literatura y humanidades?
Si se tratase de mis hijos, les aconsejaría que antes de iniciar esos estudios se lo pensaran bien y que examinaran otras opciones. De mantenerse en sus trece o de haberlos iniciado ya, lo mejor que se me ocurre decirles es lo que aprendí de Durandarte, el del corazón amojamado (Quijote, II, 23): “Para afrontar tiempos difíciles: paciencia y barajar”.
