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La Alameda del Parral y la Huerta Grande

por José Luis Salcedo
19 de julio de 2021
en Segovia
Esta foto está hecha el domingo 19/7/1936. Es mi madre Teodora Luengo (de luto riguroso por la muerte de su padre) con mi hemano Jesús en brazos y el niño de 6 años que es mi persona. La foto se hizo al inicio de la jornada camino de la Huerta Grande.

Esta foto está hecha el domingo 19/7/1936. Es mi madre Teodora Luengo (de luto riguroso por la muerte de su padre) con mi hemano Jesús en brazos y el niño de 6 años que es mi persona. La foto se hizo al inicio de la jornada camino de la Huerta Grande.

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Al igual que en el siglo XIX se estableció la costumbre, entre los segovianos de aquella época, de pasar los días feriados del verano en el Valle de Tejadilla, hasta el extremo de que Segovia se quedaba prácticamente vacía, en los años de las décadas 30 y 40 del siglo pasado se generalizó pasar esos días de campo en la Alameda del Parral y en la Huerta Grande.

Ambos lugares realmente idílicos, o al menos así a mí me lo parecen, porque su arboleda de álamos, chopos, castaños, sauces y otras especies (hasta hay un membrillo) cubren de sombra casi todo el espacio y estando a la vera del rio Eresma en conjunto dan lugar a un microclima de una temperatura y humedad muy agradables. Así que muchos segovianos a primera hora buscaban un sitio de la Alameda que les gustara en el que extendía una manta que sería el lugar para estar, comer y merendar allí sentados bien en la misma manta o en la hierba. Esto perduró durante muchos años, siendo muy intensivo en la primera época después de la Guerra Civil.

Era tal la afluencia de gente que el señor Gildo Sanz, que era ordenanza de la Delegación de Hacienda, estableció un negocio consistente en el alquiler de barcas para navegar a remo por el rio. Particularmente los jóvenes y la soldadesca eran los mejores clientes y así pasaban un rato muy divertido. No faltaban alguno que en un falso movimiento se precipitaba de bruces en las frescas aguas con la mofa de los espectadores.

Es más para amenizar la fiesta, en la fuente de piedra que allí existe, probablemente diseñada por Pedro de Brizuela, al atardecer se colocaba un dulzainero (algunas veces el llamado Silverio cuyo nombre era Mariano San Romualdo) y con un tamborilero tocaban piezas de baile más o menos modernas y alrededor de la misma fuente se formaba un baile de rueda donde se mezclaba el personal paisano con los militares sin graduación para bailar con las mozas segovianas. Un inconveniente siempre vi yo en este baile y es que el pavimento al ser tierra pelada, aunque un poco se regaba, con el arrastre de las pisadas se levantaba un polvo que casi no dejaba ver a las personas a tres metros de distancia. Pero obviando este inconveniente así se solazaba la juventud durante la caída de la tarde hasta que el crepúsculo no permitía la visión. Seguro que muchos matrimonios salieron de aquellos bailes.

Otras familias, tal vez más maduras, cogieron la costumbre de pasar el día de campo en el recinto de la Huerta Grande, que tiene su entrada cerca de la citada fuente de la Alameda. Esta huerta perteneció al Monasterio de Santa María de los Huertos que lo habitaron desde su fundación en 1233 hasta su abandono en el siglo XVI a causa de las inundaciones. Yo hace pocos años visité estas ruinas y todavía se conservaba un pavimento en buenas condiciones que estaba protegido por un plástico.

Por aquellos años centrales el siglo XX la Huerta Grande estaba arrendada y era cultivada por un matrimonio de hortelanos que se llamaban el Tío Paco y la ‘señá’ Adela ya que la propiedad de la misma era de un coronel de la Artillería cuyo nombre era Eugenio Colorado (se comenta que ahora la propiedad es de Perico Delgado, el exciclista, pero este dato no lo he podido contrastar).

La Huerta Grande se distribuyó en tres espacios, en su parte baja para los cultivos propios de la huerta, la zona intermedia se destinó para el público y la zona alta que estaba prácticamente salvaje no era apta para permanecer en ella, pero sí que era accesible. Como la gente llevaba, en general, su comida y merienda, solía hacer un gasto en la huerta de la típica ensalada fresca con huevo, escabeche y aceitunas y una frasca de vino que les vendía el Tío Paco. Agua había en abundancia proporcionada por la llamada Fuente de la Teja además que pasaba y pasa el caz procedente la Fábrica de Borra.

Viendo que el negocio prosperaba, mi padre y mi tío Mariano, amigos íntimos de los hortelanos, tenían de profesión ebanistas por tanto sabían trabajar la madera, de acuerdo con ellos construyeron en la zona intermedia mesas y bancos muy decorativos con ramas retorcidas de los árboles, e incluso las barandillas de un puente que allí existe que cruza el caz igualmente lo decoraron de la misma forma y se implantaron unas bombillas que se encendían al oscurecer la tarde. Total que todos los días feriados se llenaba de gente y los hortelanos obtenían un beneficio extra de la huerta. Lo que no supe nunca, ni lo pegunté, es si mi padre y mi tío cobraron algún dinero por adecentar tan decorativamente la Huerta o bien trabajaron a título gratuito.

En fin que una buena parte de los segovianos que entonces éramos unos 16.000, humildemente pasábamos el día divinamente bien en la Alameda o en la Huerta Grande.

No quiere esto decir que no se frecuentaran otros lugares, ya que también se visitaban, por ejemplo El Tío Pintao, el Pinarillo, las riberas del Eresma principalmente Las Arenas, los Tres Chorros, el Molino del Arco, Lobones y el Zorroclín, etc. Así que a la hora de recogerse se veían grupos bullangueros que regresaban de pasar un día de campo confluyendo por las carreteras que desembocan en el Azoguejo. Estas pandillas siempre regresaban cantando, peor o mejor entonados, que secularmente canturreaban las canciones de moda: “París se quema, se quema París, con bombas de aro desde un Zeppelín, etc.”, otra de: “Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras tralará, etc.” y “las amapolas son flores del campo, etc.”

Eran otros tiempos, la humildad y pobreza secular del pueblo segoviano no hacía mella en su buen talante y en las ganas de divertirse con poco dinero; hoy día las preocupaciones habituales modernas nos agobian y ya somos distintos tal vez más amargados; el mal humor es continuo y éste constantemente está presente o a flor de piel.

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