La Media Maratón de Segovia, esa privilegiada carrera en la que no hay un solo metro sin espectadores, sin cánticos. No es una exageración, cuesta imaginar un lapso sin palmas, esos ánimos anónimos. La ganadora, la salmantina Gema Martín, habló de “la vuelta a la normalidad por todo lo alto”. Y lo dice una auxiliar de clínica en una residencia de ancianos, uno de esos lugares que pagó el precio de la anormalidad. En este mundo incierto, con la guerra a unos pocos miles de kilómetros de distancia, la ciudad mostró por qué tiene sentido emprender esas luchas diarias, las que merecen la pena. “Falta humanidad y hoy aquí la he visto: gente que sale a animar a personas que no conoce de nada y se alegra por su triunfo”. El triunfo de unos 2.500 corredores que se enfrentaron a su circunstancia durante 21.097 metros en un día que amaneció con sus mejores galas y brindó una fiesta que, en efecto, invocaba a 2019, el último año en que pudo celebrarse.
Y eso que la XIV edición empezó con susto, pues el cronometrador, el encargado de una labor tan crucial como dar la salida, fue detenido en su hotel minutos antes de que comenzara la prueba. Los organizadores aseguraron que se debía a motivos de su vida personal y fue puesto en libertad, pero el contratiempo puso en riesgo la salida. Se valoró la opción de retrasarla diez minutos, pero el cronómetro se activó a distancia, desde Aranda de Duero, mediante un ordenador de la empresa Sport Chip, encarga del cometido; en cuanto sonó la salva de cañón, empezaron a contar los segundos.
La gran trampa del recorrido está en esos primeros metros, porque suena ‘Thunderstruck’, el himno oficioso de AC/DC presente en casi cualquier salida. Y porque esa excitación se contagia, máxime con una cuesta abajo que seduce a las piernas más frescas. El riesgo se multiplica en la subida hacia El Sotillo, otro caramelo para optimistas, sobre todo porque los globos de referencia que marcan los tiempos (1h30, 1h40, 1h45, 1h50 y 2h) están ahí, al alcance, y es complicado no dar un punto más para pegarse a ellos. Error: el primer consejo de una maratón es salir a un ritmo por debajo del óptimo, un ejercicio de prudencia.
La carrera entra en materia al paso por San Lorenzo, el barrio de la fraternidad. El primer avituallamiento, junto al pub Celia, plantea otro reto al atleta. Primero, coger el vasito en pleno tráfico; después, beber en plena carrera con un recipiente amplio que no es precisamente un pitorro. Hay que superar cada una de esas metas volantes porque la hidratación no es optativa. El recorrido pasa por la plaza, continúa por la zona baja del barrio y conduce a la alameda, un templo del running popular en el que picharon en apenas cinco segundos los dos globos de 1h30m. La primera cuesta rompedora llega ahí, asomándose al Monasterio de El Parral y desembocando en esos parajes soñados a los pies del Alcázar que tantas fotos de boda han presidido.
Lástima que la agonía no permita recrearse; es el ecuador de la prueba y llega la subida que separa el grano de la paja. Xavi Tomasa, que había testado a su compañero en cabeza en dos ocasiones, decidió ahí la prueba porque el paseo de Santo Domingo, por su constancia y su dureza, no perdona. Ver el Acueducto significa terminar el sufrimiento y, sobre todo, una sobredosis de ánimo, porque la ciudad explota en ese primer paso por el monumento milenario. Ahí recuerdas que estás haciendo algo grande y el agradecimiento de los corredores hacia esas palmas anónimas es infinito.
La dureza no termina ahí, pues la carrera continúa con el exigente callejeo por el casco histórico, con las visitas reglamentarias a la Plaza Mayor, otra explosión de ánimo, y al Alcázar. Tal es la dureza de ese tramo que la organización adelantó un kilómetro y medio el tercer avituallamiento, en la sede de Correos. Después, el lujo de ciertos tramos favorables; las piernas pueden bajar solas, por inercia, como si esos gemelos que ya empiezan a doler fueran tanques que domaran adoquines, una factura inevitable en Segovia. Es un momento de cierto optimismo, porque ya queda un tercio y cada atleta sabe, con más o menos certeza, el ritmo en el que le ha colocado el recorrido. Ya solo queda el postre.
Todo un tiramisú, porque supone subir desde San Millán hasta el parque de la Dehesa, toda una montaña con su rampa más hostil en el inicio de José Zorrilla, esa calle traicionera que parece aliviar al atleta cuando le recibe en su plaza para después recordarle que eso sigue subiendo. Los bomberos estaban en la rotonda donde termina la subida, una metáfora de alivio: el incendio de las piernas se va a extinguir. Ya solo queda bajar.
O no, aún faltan un par de pinchazos: la subida a la antigua cárcel y los adoquines de Muerte y Vida. Ese es el verdadero epílogo, porque Somorrostro es el principio del fin, hacia esa curva soñada de los Sindicatos donde vuelves a ver el Acueducto y saboreas el final; ves esos números gigantes en rojo y la hilera de espectadores que agradecen por última vez tu esfuerzo. Es el momento de vaciar las últimas gotas de la cantimplora muscular y darte el gusto de cruzar vacío la meta. Y yacer. O llorar. O simplemente coger el avituallamiento y huir de allí.
Tomasa, catalán con un sonoro acento andaluz, rentabilizó su viaje relámpago del sábado. Tras aprovechar su fuerza en la subida, este trabajador de la construcción abrió un colchón de 20 segundos al primer paso por el Acueducto que fue definitivo. “El público me ha llevado en volandas en los últimos metros, ha sido espectacular. El circuito es duro, los adoquines lo hacen aún más duro. Tienes bajadas y, de golpe y porrazo, viene una subida. Ahora estoy viendo que la llegada era en subida y durante la carrera no me he dado ni cuenta”. Habitual del asfalto, aunque también corre por montaña, fue tercero la semana anterior en la Maratón de Montpellier y ha ganado la prestigiosa media de Sitges. Paró el reloj en 1h9m10s, más de un minuto por delante de Diego Jiménez (1h10m30s).
Javi García, el mejor segoviano, fue tercero (1h13m40s), apenas 12 horas después de lograr en Valladolid el bronce en el campeonato de España por clubes de duatlón. “Ayer fue la muerte; acabamos a las siete y media de la tarde. Nos llamó la organización, así que había que salir”. Apenas tiempo para cenar, dormir y maldecir el despertador por el sonido y por robarle una hora, con alevosía. “Disfrutando del ambiente y del sol, que ha hecho un día espectacular. Yo creo que ha habido más gente que ningún año”. Porque las carreras de Segovia hay que hacerlas. “Son duras, pero el ambiente es espectacular. Los monumentos estaban llenos de gente, sonaba la música popular segoviana…” Escenas emocionantes.
La disciplina del corredor de élite obligó a Javi Guerra a entrenar 24 kilómetros a primera hora de la mañana, pero le dio tiempo a acudir a la entrega de premios. “Aquí se reúne lo mejor del deporte semiprofesional y popular. Es una fiesta, me entra envidia sana; mientras iba entrenando pensaba en lo que daría por estar corriendo aquí. Ojalá pueda correr algún año y pegarme el gustazo”.
Dos semanas después de ganar la Media Maratón de Salamanca, Martín dominó la categoría femenina y estuvo en el top-10 absoluto, séptima con 1h16m51s. “Hay que correr cerca de casa para compatibilizar trabajar, entrenar y competir”. Volvía diez años después a correr la distancia en Segovia y no ha prestado atención a sus perseguidoras, muy lejos: Cristina Giurcanu, segunda (1h21m57s) y María Jesús Vázquez (1h27m44s). “He salido a hacer a mi carrera; si me ganan es porque corren más que yo. La gente me decía, viene una cuesta en el 17 muy mala, y es que era muy mala de verdad”, sonríe. Esta fondista ha sido internacional por la RFEA en montaña, pista y cross. “Llevo dedicándome al atletismo desde los seis años; tengo 34 y es mi vida, no sabría vivir sin salir a correr”.
Esa sobredosis de vida que transmite el deporte fue ayer un sufrimiento compartido por más de 2.000 personas, en sus ritmos, tan distintos como la vida misma, pero unidos por un mismo fin.
