No hace demasiado tiempo, en un partido de fútbol de categorías inferiores que dirigía un joven colegiado, un reducido grupo de padres se dedicó a criticar sus decisiones cada vez con palabras más gruesas, hasta llegar al insulto. Fue entonces cuando una persona muy vinculada al fútbol se acercó a ellos y les preguntó si sabían quién era chaval. Resultó que el árbitro era el hijo de un amigo de varios de los que le estaban insultando.
No hay un deporte en el que haya visto tal grado de exasperación en la grada que en el fútbol. Cierto es que en casi todos los deportes hay algún problema, pero es indudable el balompié gana por mucha diferencia al resto. Los incidentes del pasado domingo entre familiares de los jóvenes jugadores de la Gimnástica Segoviana y el CD Las Navas no vienen sino a corroborar este hecho.
La mano dura que impuso la Segoviana en su régimen interno con respecto a estas situaciones no es más que el fruto del hartazgo del club, que desde hace algún tiempo viene salpicado por incidentes de este calado, aunque quizá no tan graves como el del pasado domingo. Pero que un chaval que apuntaba maneras y que ya estaba siendo convocado con la selección autonómica, termine probablemente expulsado del club porque sus padres no pudieron contenerse en la grada, es cruzar otra línea.
No puedo dejar de pensar que el problema nunca está en el campo, sino en la grada. Si los partidos de fútbol en categorías de formación se jugasen a puerta cerrada, los incidentes se rebajarían al mínimo. Entiendo que pagarían justos por pecadores, pero los chicos se dedicarían a jugar, que es lo que les gusta, los árbitros a continuar con su formación y coger experiencia, que es lo que quieren, y los familiares podrían darse un paseo, que siempre viene bien.
Y todos tranquilos.
