El idiotismo ilustrado acaba de descubrir que las mas antiguas piezas escritas son facturas, o pagarés, o relaciones de cosas que probablemente uno confiaba a otro. De ahí ha deducido en un ejercicio de estupidez proporcionado (a su tontería) que el gran salto cualitativo del sapiens, una vez convertido en labrador y ganadero, fueron las matemáticas.
Nada que decir sobre la importancia de las matemáticas: antes, ahora y probablemente mañana. Pero lo importante aquí son las facturas y los demás documentos que cita el nuevo profeta del pasado. Porque en esos “papeles” de arcilla hay números, cantidades, y también “letras”: los conceptos a que se refieren aquellos números. Y no sé qué será más importante si saber que un montón de cosas son exactamente tantas; o saber qué cosas son. No es igual tener 10 conejos que 2 vacas, por mas que diez sea mas que dos Ya los granjeros mas antiguos expresaron esta realidad en un refrán realista, visual y olfativo: “Mas caga un buey que cien golondrinas”.
Sobre esta premisa falsa de la superioridad de los números sobre las letras se pueden construir muchas teorías. Todas apuntan a la cienciocracia, porque en esta apariencia de rigor los números se identifican con la ciencia a través de lo que orgullosamente se llamaron las “ciencias exactas”. Hasta ahora tienen en común su enorme debilidad fundamental y que curiosamente se sostienen por el modo de contarlas y no por la imperiosa racionalidad y rigor de sus conclusiones. Y no te digo cuando en vez de aplicarse a cosas se trasladan a los seres humanos.
Se da la paradoja entonces de que la creatividad literaria es lo único sólido de estas pretendidas construcciones “rigurosamente” científicas. Uno de los ejemplos más divertidos de esto es el gran discurso científico marxista sobre el inevitable triunfo del socialismo y el consiguiente fin de la historia en el paraíso obrero. El éxito de la historieta no se debió a “El Capital” (que no leyó ni su padre) sino al Manifiesto comunista: una epopeya popular, breve y sencilla, que recorría a grandes zancadas la historia de los miserables de la tierra, hasta su triunfo final en un cielo terrenal e igualitario, en el que todos se vestían con el mono proletario.
En fin, las grandes construcciones sobre nuestro futuro necesariamente científico, ateo y racional no pasan de novelas: tan aburridas o entretenidas como otras muchas sin esas pretensiones. Son construcciones narrativas de ficción disfrazada de ciencia.
Pedí a un doctor en matemáticas que me explicara el “big data”. Me respondió que era cuestión de sumar muy, muy, muy deprisa. Me quedé preocupado porque lo entendí enseguida. Casi inmediatamente se me vino a la cabeza una de esas “promesas” que sacó la prensa local hace mas de cincuenta años. Un ejemplar del género humano capaz de hacer divisiones y multiplicaciones larguísimas de memoria y de sacar cientos de decimales del número “pi”. Pensar fuera de estas mecánicas se le daba peor. No logró superar primero de matemáticas ante el asombro de los de su pueblo, que esperaban de él un premio Nobel o poco menos.
Los números cuantifican cosas. Sin cosas no tienen sentido para el común de los mortales, que habitualmente están ocupados y preocupados por cosas que tienen nombre, que se pueden (y suelen) escribir. Hasta en la facultad de matemáticas de Madrid circuló una divertida historia, mecanografiada en una cuartilla por las dos caras, titulada “La boda de un ábaco convergente con una variable independiente”. Sólo recuerdo que la enamorada función terminaba esperanzadamente con “la matriz cuadrada”.
Estamos en plena vorágine del número, porque las cifras producen una enorme tranquilidad a los que nunca supieron matemáticas. Siempre hay una mayor o menor que otra y hasta el mas tonto sabe que las cifras mas grandes son las mejores (excepto en el colesterol). Pero si los números significan algo es por lo que designan, no por ellos. Los empresarios primordiales, los de las facturas primeras de la historia lo sabían muy bien. Incluso cuando se inventó el dinero hubo que poner una palabra detrás de la cifra porque si no, aquello no tenía sentido. Me temo que palabras y números nos acompañarán juntos: en las facturas, en los cuentos y, sobre todo, en la inteligencia.
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(*) Catedrático de Universidad.
