No sé ahora, pero cuando estudiábamos historia en el bachillerato de antes (siempre ha habido un bachillerato de antes), teníamos las sensación que la historia era la historia de los imperios. Empezábamos con el imperio egipcio que se presentaba como una cápsula intemporal. Y seguían el de los sumerios, el de los acadios, el de los medos, el de los persas, el de los macedonios de Alejandro… y así hasta empalmar con el imperio romano que en oriente duraba hasta que sucumbió ante el turco. A la vez se empezaba a forjar el castellano, al que siguió el británico (que aún dura en la mente de aquellos isleños), que convivió con el francés, el austriaco, el ruso y el alemán, todos en diversas versiones. Y luego claro el norteamericano compartido con el soviético… y eso sin contar con los orientales: China, India, Japón…
Todo este repaso abreviado e incompleto es para evocar que no hay nada más presente en la historia que los imperios y los imperialismos. Por eso cuando alguien comenta que lo verdaderamente diferencial de su país, pueblo o comarca es su sometimiento al imperialismo me quedo un poco de piedra, porque es tan patente lo contrario que no puedo entender esta manía por arrogarse la exclusividad de ser víctima de un imperialismo opresor.
Todos podemos llorar el ser víctimas de un imperio. Y ya se sabe que el que llora es porque pide. Desde luego se puede echar la culpa de nuestros males a un imperio cruel y explotador. Es modo de decir que todos tenemos cuentas pendientes con la historia, en realidad con nuestro pasado. Es verdad que no todos los imperios son iguales. Los sumerios, acadios y demás de aquella zona, por los siglos de la antigüedad, eran crueles y genocidas: escogían lo mejor de cada reino pequeño (incluidas las concubinas del rey y la gente más lista y preparada) y al resto lo convertían en esclavos, los deportaban o simplemente los mataban o mutilaban… No sé si existe algún movimiento que reivindique un pago compensatorio de aquellas vejaciones en forma de territorio independiente, museo ‘etnoautogestionado’, o recursos económicos… No me suena.
No sé si los españoles actuales podemos reclamar a Italia por las barbaridades del imperio romano con nuestros ancestros íberos y si los lugareños de Baza podrán exigir la construcción de un recinto sagrado con culto pagado por el estado para albergar a su dama, si se confirma que era una diosa ¿Los sucesores de los masacrados de La Vandeé francesa podrán reclamar a la actual república, heredera de la revolución primordial, compensaciones por sus ancestros víctimas de un genocidio?
En fin: han existido muchos tipos de imperio y muchos tipos de imperialismos. Pero la justicia histórica no es una justicia penal. En realidad esa expresión no pasa de metáfora o de intento avispado de forrarse de un despacho de abogados norteamericano. La historia de los historiadores es una explicación del pasado hecha desde cada presente. La realizaban antes los historiadores de cada época, que eran unas personas que dedicaban mucho tiempo a procurar entender las fuentes (las pruebas), a valorarlas, a contextualizarlas, a ponerlas en relación. Sobre esa base ofrecían explicaciones que ayudaban a entender problemas de su actualidad. Pero esas explicaciones nunca eran sentencias.
Ahora se establecen tribunales constituidos por jueces que aplican al pasado el código penal de la actualidad. No tienen interés en explicar las cosas. Buscan pruebas de delitos actuales en un pasado en que no lo eran. El primer problema es decidir la jurisdicción de estos tribunales de delitos de lesa humanidad que parecen no prescribir ni hacia delante ni hacia detrás. Debajo de todo yace un problema importante: ¿Dónde comienza la historia? Que es lo mismo que definir cuándo termina la actualidad. Cuando el pasado queda en manos de los historiadores porque los jueces ya lo han abandonado.
Las transiciones políticas de los años setenta, primero en Europa y luego en América Latina, intentaron adelantar mediante pactos de silencio el fin de la historia. De una u otra forma se establecieron leyes de punto final en casi todos los países en los que los dictadores se presentaron dispuestos a abrir sus regímenes a sistemas democráticos. La experiencia ha indicado que esta solución no es fácil de respetar a medio plazo. Y es que la historia tiene sus tiempos y casi exige que los protagonistas hayan muerto. La historia del tiempo presente es más una ciencia auxiliar de la sociología, del derecho penal y si se me apura de la cultura actual, incluida la popular.
