Quiero hacer llegar un aviso especialmente urgente a los expertos: queridos especialistas, sed prudentes. Corréis un serio peligro. Podéis acabar todos en la cárcel al terminar esta crisis.
Todos esos policías que hoy preguntan amablemente a la gente por su ser más profundo (¿quién es usted?¿de donde viene? Y ¿adónde va?) se lanzarán como lobos sobre vosotros. Os detendrán con ostentación, públicamente, ante las cámaras previamente convocadas y os esposarán delante de vuestros hijos y demás seres queridos. Entre vuestros vecinos no faltarán los idiotas declarados que moverán su cabeza de una lado a otro mientras murmuran en voz baja “ya lo decía yo….” Y luego se lo comentarán a los empleados de los medios de información que les pondrán delante cámaras y micros para que la gente “normal” exprese su opinión.
Expertos de cualquier cosa: callad que los momentos son malos a pesar de las apariencias. Haced el favor de no manifestar vuestra sabiduría y buena preparación en ningún campo del conocimiento. Que nadie ose explicar nada basado en su autoridad como estudioso, profesor, investigador… y menos aún como experto en pandemias, en epidemiología, en construcción de modelos matemáticos de evolución, en algoritmos, big data, minería de datos o inteligencia artificial. El asunto es grave porque las autoridades no dejan de repetir desde hace quince días que actúan siempre bajo las recomendaciones de los expertos.
La primera vez que escuchamos esta declaración presidencial la mayor parte de la ciudadanía respiró tranquila. Y esa sensación se extendió durante los primeros días de la pandemia. Parecía que llegaba el sentido común a nuestra política. Por fin, los que sabían, esa famosa generación que era la mejor preparada de nuestra historia, iba a tomar las riendas del poder. Y aunque fuera de manera indirecta, por fin se haría caso a quienes sabían algo de algo.
Lo malo del asunto ha sido la persistencia en la afirmación. No había día en que un político, especialmente los que ejercen el poder, no declarara que su guía fundamental era lo que le aconsejaban los expertos. Daba igual el nivel que tuviera el mando: presidente, vicepresidentes, ministros, presidente de comunidad, consejero de esto o de lo otro, alcalde de ciudad importante o mediana, civil o militar. Los acostumbrados a que nadie les hiciera el menor caso, quienes veían como la primera partida que se reducía era la de investigación, quienes comprobaban como los políticos se “comían” las convocatorias para proyectos de investigación a base de retrasarlas, o como los transformaban en la práctica en modos de subvencionar a grupos de amigos y no sé cuantos trucos administrativos más… Los que siempre se sentían esquivados cuando iban a los diversos ministerios y consejerías encargados al parecer de fomentar la investigación, la innovación y la sabiduría… de repente los poderes confiaban en ellos y se entregaban a su juicio y saber.
Y pasara lo que pasara, la misma cantinela: lo que aconsejan por expertos por aquí; lo que digan las “autoridades” científicas por allá; los que recomienden los especialistas por el otro lado… Parecía cumplirse el sueño dorado de la tecnocracia: el gobierno de los mejor preparados, de los mejores técnicos, de los más adecuados especialistas, de los más estudiosos expertos…
Y todo un grupo de personas que sabían de aquello de la pandemia por una u otra causa, por uno u otro lado, pensó que les harían caso, que pintarían algo; que lo que la sociedad había invertido en ellos (aunque luego tuvieran que haber emigrado a otro país para trabajar) acabaría revirtiendo en el país.
Cuando se han ido conociendo los desastres que al principio ignoraba el común de los mortales (y nunca mejor dicha la expresión) la cosa empezó a cambiar. Lo primero que ha cambiado es la percepción: lo del consejo de los expertos era la mejor excusa para quitarse responsabilidades futuras de encima. Tanta alabanza presente parece una preparación para ponerlos luego frente al pelotón de fusilamiento de la opinión pública. Al final resultará que tenemos unos políticos estupendos y unos expertos que han engañado a todo el país… y a las pobres autoridades que confiaron en ellos también y primero.
