La campaña electoral se ha puesto al rojo vivo antes de empezar. Ya no quedan insultos nuevos contra la oposición. Dicen que faltan ideas originales. Quizá, simplemente, no haya ideas. La gente se siente en un continuo “Sálvame” político: hemos convertido el país en un plató de telebasura.
¡Y después se quejan de que los valoremos mal! Por otra parte no hay manera de salir de la trampa. Si te abstienes para protestar beneficias al que más detestas. Si se te ocurre votar en blanco (que además es una odisea porque no hay papeletas como confirman los que lo han intentado) acaban sumando su voto a los de la mayoría. Y nadie monta un partido antipartido. Y los que dicen que son un antipartido acaban siendo mas partido que ningún partido.
Y luego están los grandes grupos de comunicación (que ya nos hemos enterado que están controlados por grandes grupos financieros) que orientan las campañas y nos engañan a todos según nos explican tan estupendamente La Sexta en su informativos y el resto de las series de ficción.
No hay mas remedio que buscar nuevos sistemas para elegir a nuestros gobernantes. Y mientras inventamos algo mejor, compensaría acudir a los que en el pasado se mostraron útiles. Por ejemplo: elijamos a nuestros dirigentes por sorteo. Así se hacía en la primera democracia de la antigüedad, la griega, la de los sabios y artistas y artesanos y comerciantes.
También la primera democracia en España (con perdón) se produjo entre los irreductibles vascongados, que durante el siglo XIX montaron tres guerras civiles para defender sus fueros, el absolutismo y la religión. En ayuntamientos y diputaciones se nombraban los cargos por insaculación, que significa sacar (no de un saco que ya sería demasiado) de una bolsa unas bolitas de plata con el nombre de los candidatos.
Este sistema se ha utilizado también para asuntos de la mayor envergadura: por ejemplo, decidir la clasificación a los mundiales de fútbol antes del recurso a los penaltis (de los que ahora se dice que son una lotería). Y ahora para decidir las eliminatorias. No lo digo irónicamente: hay más periodistas acreditados en el Bernabeu o en el Camp Nou que en el Congreso de los diputados. Un indicio indudable de qué es lo que mas interesa a la gente. Y si sirve para lo importante (el fútbol) ¿por qué no utilizarlo para la política que parece interesarnos menos?
Se podría hacer mediante dos sorteos: el primero para el Congreso y el Senado; el segundo para el gobierno entre los que hubieran salido de la ronda legislativa.
El sistema tendría muchísimas ventajas sobre el sistema actual. La primera, es que nos curaría de muchos de los efectos derivados de los procedimientos que utilizan los partidos para elaborar sus listas: presiones, enchufes, amiguismos, pago de favores, recolocaciones… Entraran los que entraran; y entraran como entraran, siempre podría salir el situado en último lugar.
Incluso los partidos quizá acabaran por incluir en sus listas a lo mejorcito que tuvieran, para que los que salieran fueran siempre presentables.
Y para el gobierno sería mejor aún. Primero, porque lo más probable es que los agraciados fueran de diversos partidos: y tendrían que ponerse de acuerdo forzosamente y colaborar sin paliativos. Tampoco es nuevo el sistema (no por el sorteo, sino por colaboración forzosa en el gobierno). Así funcionó Navarra durante siglos (hasta 1978): cada merindad designaba a un miembro de la Diputación. Y como los siete nombrados se las tenían que apañar, pues se las apañaban. No les fue mal.
El sorteo sería una solución provisional, pero vendría bien para tranquilizar nuestro panorama político, sobrado de “performances”, gestos simbólicos, actitudes teatrales y ya hasta de musical. Dejemos paso a la lotería: tendríamos mas posibilidades de conseguir un gobierno decente y nos saldría más barato.
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(*) Catedrático de Universidad.
