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Julio Montero – ¡En pie famélica legión!

por Redacción
3 de junio de 2020
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO 3
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Puedes besar a la novia

Sin pagar, ni pedir perdón

La burbuja de Pedro Sánchez

Los paseos por las avenidas, que los ayuntamientos han cerrado al tráfico los fines de semana, para que podamos disfrutar los hasta hace poco confinados, obligan a escuchar conversaciones gritadas a los dos metros normativos de separación. Un par de ellas por lo menos mostraban con optimismo que esto del COVID no era para tanto y que en un par de meses, como mucho, las cosas seguirían como antes.

Llamé a mi peluquero (que naturalmente comparto con toda su clientela habitual del barrio desde hace cuarenta años). Dejé pasar la semana de urgencias para evitar agobios. Me cogió le teléfono, como siempre, su mujer. Y al intentar establecer la cita para el corte ya muy necesario, me dijo que no tenía hueco. Me extrañó tanta ocupación después de quince días. Y, a continuación, me aclaró: ya no abrimos. Eloy se jubila. Evidentemente algo ha cambiado para ellos. Han adelantado una decisión que probablemente se hubiera retrasado algunos años aún. Pero volver a empezar con casi setenta años: buscar nuevo local –el último lo dejaron por no pagar el alquiler sin actividad-, comunicar a los clientes el cambio y esperar a que todo saliera bien con dos o tres años de perspectiva como mucho… No merecía la pena empezar de nuevo para unos pocos años más. Es indudable que algo les ha pasado.

Otro peluquero (este exclusivamente de caballeros) y en otra capital de provincia. Situación totalmente distinta. Joven, casado y con una hija de 12 años. El negocio ya iba achuchado antes porque la competencia es grande en el gremio y se cobra lo justo para que los hombres entren. Local alquilado: ¿sigues y pagas, o levantas y recoges y te expones a no encontrar otro cercano y a que vuele la escasa clientela fija? En cuanto se ve el panorama, te vas: sencillamente no hay recursos para pagar, porque vives al límite. Pero eres autónomo y siguen tus exigencias con hacienda. El asunto que le hacía llorar cuando me lo contaba era cómo explicar a su hija que iban a ponerse a la cola para recibir comida e ir tirando. Es indudable que algo les ha pasado.

Viuda sin hijos de 85 años. Vivía de su pensión (580 euros al mes) y del alquiler de un local por el que recibía 750 euros al mes y que le costaba 250 de gastos de comunidad. El inquilino cierra la tienda en los tiempos del confinamiento. Ella se queda con 250 euros de gasto sobre su pelada pensión. La ayudan dejándole comida en la puerta sus dos sobrinos, que tampoco son dos potentados porque se han “beneficiado” de un ERTE en sus empresas. Es indudable que algo les ha pasado.

Abogados laboralistas. Marido y mujer. 37 años y dos hijos. Sin ingresos desde marzo: han trabajado en multitud de ERTES que no cobran porque sus clientes no tienen para pagarles. Han vivido de los ahorros mientras han podido. Ahora, ponte a explicar lo de siempre a la hora de comer a los tuyos. Es indudable que algo les ha pasado.

Nuestros pobres de hoy ya no son los pobres de antaño. Tenemos más problemas con por exceso de alimentación (y mala) que por hambre. Nuestros pobres en occidente pueden comer, de eso se encarga en el peor de los casos Caritas, o los bancos de alimentos o las instituciones que siempre se han dedicado a eso y ahora están sobrepasadas y con sus despensas a ras de cero cada día.

Los pobres de hoy son pobres vergonzantes. Su pobreza no tiene voz para gritar “soy pobre”. No forman parte de la famélica legión que canta la internacional. Muchos de ellos son gente que sencillamente ha hecho toda su vida lo que tenía que hacer: trabajar, sacar adelante sus familias, incluso hacer modestas previsiones para asegurar dignidad en su independencia económica después de cerrar su intensa y larga vida laboral. Preocupa también porque la legión de hambrientos alemanes de los años treinta se apuntó mayoritariamente al nazismo, no al comunismo. Era sencillamente gente que se había formado, había hecho bien lo que les tocaba y sin comerlo ni beberlo se encontraron sin casi nada.

Los famélicos del COVI no tienen cuentas pendientes con la justicia, tampoco con la sociedad. Y su número se ha disparado en esta pandemia. Las cosas volverán, o no, a ser como antes; la vida se arreglará en más, o en menos tiempo. Pero incluso en la previsión más optimista, para muchísima gente, es indudable que algo ha pasado, que está pasando: ¿se conformarán? Porque por mucho que todo fuera a mejor, ellos ya tienen las heridas de esta pandemia en su carnes y en sus almas; en sus carencias y en sus vergüenzas afrontadas como pueden: ¿cuánto aguantarán?

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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