No sabemos qué haría Sánchez si llegare a formar un gobierno monocolor: hasta ahora ha tenido que jugar casi siempre a la contra. Primero, tuvo que demostrar que era tan de izquierdas como Podemos. Era lógico, los jóvenes del partido se le podían ir por ahí, como se fueron tras Carrillo al PCE en 1936. Y Sánchez, luego, tuvo que demostrar que podía pactar para gobernar. Porque, aunque todos los expertos gritaban que era el requisito imprescindible de los nuevos tiempos, ningún dirigente lo asumía.
No sabemos qué idea de país y de gobierno tiene Sánchez de verdad. Cuando ha competido en relativa igualdad (en las primarias de su partido dos veces) ha ganado, pero ideológicamente no había discusión. Los combates posteriores estaban fuera de la racionalidad del discurso político: dos sentimentalismos, el izquierdista de Podemos y el nacionalista llorón. Ambos perpetuamente ofendidos desde una historia inventada.
Y mientras, se las tenía tiesas en su propio partido. Y no hablo solo de barones y baronesas autonómicos o ideológicos. Hoy, es difícil encontrar un candidato a la presidencia con menos apoyo de los simpatizantes tradicionales de su partido: al menos eso me dicen amigos votantes socialistas de toda la vida (que tienen como yo sesenta ya cumplidos). Algunos han decidido no votar a Sánchez ahora y hacerlo en mayo a los socialista locales y autonómicos que les toquen. Unas primarias indirectas.
Sánchez tenía todo más preparado de lo que sospechaban sus contrincantes (incluso sus aliados circunstanciales): mientras todos pedían elecciones, él ya las estaba organizando. Ha permitido que su socio circunstancial de la coleta muestre ante todos sus limitaciones cuando toca hacer algo que no sea llorar y hacer llorar. Y fue la Unión Europea quien le dijo que esos presupuestos tan sociales no eran posibles. Y dejó a los catalanes con un palmo de narices cuando se le subieron demasiado a las barbas. Y borró así ante la gente sus anteriores cesiones. Y su campaña es, con diferencia, la más original: desde el variado desfile de modelos en que se transforma su foto electoral en las calles, hasta marcar la agenda con los temas en que acaba siendo vencedor (cuándo, dónde y con quién el debate electoral) y le evitan tratar cosas molestas.
Con todo, y según las encuestas, estamos en manos de los indecisos. Lo paradójico es que los menos indecisos (Vox) no se sabe bien qué harían. Porque lo que mas repiten es lo que no harían si gobernaran y lo que no dejarían hacer si apoyaran un gobierno del Partido Popular.
Casado tiene que reducir el poder de Vox. Ha de convencer a muchos indecisos que esa opción no tiene sentido. De acuerdo: estáis enfadados y tenéis razón en muchas cosas; pero ojito con los dirigentes ¡Se pasan cada vez más! Y es porque les dais alas. Basta con un partido guerracivilista en España; porque solo con uno no habrá Guerra. Pero como montemos otro enfrente puede que logremos tener otra. Y eso es lo peor, aunque no estalle. Dejemos la guerra en la memoria.
Y puede que muchos enfadados vuelvan al redil de los que les arrojó Soraya, que quería un partido con un “look” tan moderno como los de izquierda, pero sin ideología. Una consecuencia más del desprecio de la cultura tan tradicional en nuestra derecha, que podría llegar a ser de centro solo con tenerla en cuenta. Un buen desafío para el partido si quiere sobrevivir como organización política de masas. Porque en la sociedad que se está construyendo será la cultura (incluida la popular) la que definirá los “suelos” electorales. Y esa cultura es algo más que los medios de comunicación.
Ciudadanos siempre se me queda fuera como opción de gobierno. El centro-centro no triunfa en España. UCD fue una suma heterogénea… y se disolvió por los dos extremos. Aflora en momentos de crisis y no soporta los sistemas electorales mayoritarios. Su mayor éxito inmediato –un gobierno de coalición- sería también su tumba a medio plazo. Que se lo pregunten a los partidos liberales diversos que hemos tenido desde 1975.
Si ganara Sánchez sería preferible que lo hiciera con mayoría suficiente para gobernar solo. Por fin sabríamos qué piensa, qué es políticamente. Hasta ahora solo ha demostrado un pragmatismo inaudito. Eso no es malo en política. Sospecho que es tan centro izquierda (con treinta y siete años de diferencia) como lo era Felipe González en 1982, pero hasta ahora no le hemos visto sin hipotecas.
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Julio Montero es Catedrático de Universidad.
