El ritmo y las lógicas universitarias con el correspondiente al contexto que las envuelve y paga (el mundo real, como lo llaman otros) son cada vez mas divergentes. Dicho de otro modo: cada vez se separan más; lo universitario puede incluso llegar a aparecer para los ajenos como un mundo distinto: un planeta de atmósfera diversa que paradójicamente coincide en espacio y tiempo con el de los demás. Un mundo con más (o con menos) dimensiones que el que habitan el resto de los mortales. Tan es así que quienes se sumergen en él necesitan para sobrevivir un traje especial (casi espacial) que indique a los universitarios que aquel señor no es de allí (basta con verle el traje) y que por lo tanto no hay que tener demasiado en cuenta lo que diga.
Eso no significa que el mundo universitario no cambie: lo hace desde luego; pero en un sentido distinto y a una velocidad diversa. Es innegable que Bolonia ha marcado un antes y un después; pero antes lo supuso la LOU de Maragall y luego las habilitaciones y después las acreditaciones y, sobre todo, casi al final, la crisis económica. En la medida en que esta última parece entrar (no sé si precipitadamente) en la historia económica, los universitarios (al menos los rectores) se preparan para un nuevo posicionamiento institucional, que lógicamente (para no ser menos) supondrá también un antes y un después.
Tiempo habrá para la universidad en sentido macro. Hoy prefiero quedarme en algunos asuntos de orden micro. El primero es que, en medio de todo este lío de cambios y recomposiciones, una de las cosas más complicadas de este mundo (cada vez más complicada) es que un funcionario docente (incluso un contratado indefinido) pueda cambiar de universidad. Uno podría pensar, como en aquel viejo chiste, que es porque ningún catedrático (o titular o contratado) puede pasar a mejor vida, no puede alcanzar algo mejor que lo que ya tiene. Pero eso es solo un chiste sin fundamento. Lo realmente difícil es que cuando uno quiere cambiar lo toleren los que están donde él quiera ir. Casi se considera una agresión. De hecho la gente se refiere sin pudor a que está a punto de salir “su plaza”, como si la Constitución Española vigente no estableciera como obligatoria la libre concurrencia y el mérito como único indicador para incorporarse a la función pública.
En fin, uno de los grupos profesionales, que teóricamente debiera ser el más abierto y flexible por la excelente formación intelectual de sus miembros y su capacidad para asimilar y adelantarse a esos cambios en los que estamos metidos, sería en la práctica el más reacio (o el que más difícil lo tiene) para hacerlo.
Otra “pequeñez”: una de las cosas más complicadas (por no decir directamente imposible) en España es recuperar talento e incorporarlo a la universidad. No es infrecuente que la primera oportunidad que tenga un estudiante universitario para escoger algo que realmente le guste se produzca al matricularse en un máster.
Me he encontrado (y a otros profesores les pasa exactamente igual) con un número ya importante de estudiantes que descubren un área que les encanta y que encaja perfectamente con sus cualidades, precisamente al avanzar en sus estudios de máster. Empiezan, por fin, a poner todo su afán en algo que les entusiasma y destacan con calificaciones muy brillantes. Y ocurre más en los que no habilitan para ejercer una profesión y “se limitan” a ofrecer una seria formación especializada de alto nivel: desde la química a la historia pasando por cualquier otra cosa.
Casi el único modo de canalizar ese talento es su incorporación a la universidad para desarrollar esas cualidades en la investigación. Y eso es lo desesperante: no hay manera de lograr que el “descubierto” pueda reconstruir su currículo y optar a una beca de investigación, que es el único modo práctico de incorporarse a la vida académica como profesión. Resulta desesperante ver cómo esas personas se pierden por no haber sido empollonas en el grado. Y más: encontrarse a los memoriones sin chispa dominar con sus becas los programas de doctorado. Por favor: que alguien haga algo y podamos recuperar a los mejores para la investigación y la docencia universitaria.
Julio Montero es Catedrático de Universidad.
