Me inicié como investigador en historia contemporánea de España, como mis compañeros de curso, mientras éramos aún estudiantes de la Autónoma de Madrid, con el análisis de la prensa durante el llamado Sexenio democrático o revolucionario: 1868 a 1874. Fueron seis años movidos: destronamiento de Isabel de II mediante un movimiento militar que culminó en una batalla en Alcolea (parece que más de opereta que de verdad); regencia del general Serrano (el de la elegante calle en el barrio de Salamanca); proclamación de Amadeo de Saboya como rey de España; asesinato del presidente del gobierno, Prim (al que se confinó a una calle que se le ha quedado pequeña, cerca de donde vivía); renuncia del monarca; proclamación de nuestra primera república; golpe militar del general Pavía; república autoritaria presidida por Serrano (el mismo de antes) y pronunciamiento militar del general Martínez Campos (también con calle en el Chamberí elegante de la capital).
En medio de estos acontecimientos, como de compañía, segunda Guerra carlista (o tercera depende de quién lo cuente) que tuvo como escenarios principales Navarra y el País Vasco y también Aragón y zonas de Cataluña. Y, de postre, nuestro primer movimiento político centrífugo independentista de nuestras periferias (especialmente en el Levante y Andalucía).
No quiero establecer paralelismos con la situación actual. Si he escrito lo anterior es para aprender a leer hoy como historiador los contenidos de los medios de comunicación social.
Lo que me llamaba entonces la atención, como historiador novato, al pasar las páginas de aquellos periódicos (y leí todos los ejemplares de El Diario Español, todas las páginas, todos los días) era que las portadas y los interiores estaban llenos de noticias de las que yo no tenía ni idea. Dicho de otro modo: lo que interesó a los periodistas en aquellos años fueron cosas intrascendentes para la historia que luego se escribió en los libros.
Y no sería porque no hubiera una actualidad llena de una vida política intensísima y de sucesos que podrían considerarse, y eran, trascendentales. Y que no se diga que la política se hacía entonces entre bambalinas y en elegantes salones porque nos encontrábamos en dos guerras civiles: la carlista y la cantonal.
Los notarios de la actualidad (los periodistas de entonces) muy probablemente ofrecieran un testimonio real de lo que importaba a las gentes embarcadas en la actividad política en cualquiera de sus formas. Precisamente aquel público era el que leía aquellos periódicos. Los chicos de la prensa hacían su trabajo: escribían para su público. Es más cada cabecera escribía para el suyo propio y específico (para los de su tendencia, su partido o su grupo dentro de su partido).
Ahora me llama la atención lo poco que ha cambiado el periodismo en lo fundamental. Es verdad que los periódicos impresos tienen un diseño más amable; que tienen muchísimo más papel (de 4 a 40 páginas); que la ediciones digitales se actualizan, si se quiere, cada minuto; que el periodismo audiovisual nos abruma con imágenes tan buenas como las de las películas de ficción… incluso podría decirse que el periodismo ha dejado de ser una profesión de paso para establecer auténticos maestros de la información (incluso de la información política).
Pero a la luz del torrente informativo de estos días me gustaría saber qué espacio ocupará en los libros de historia el desentierro del dictador. Por ejemplo, dentro de cuarenta años (los cuarenta son ahora una medida mágica), Porque lo que es seguro, si es que el hecho es tan histórico como nos dicen ahora, es que Sánchez, Casado y hasta puede que Rivera tengan sus calles en los futuros barrios de la futura capital del país. Abascal e Iglesias se quedarán sin ella (ni los carlistas ni los cantonales consiguieron una).
Y como historiador quiero reivindicar, frente a los profesionales de la información y a los políticos de paso (con o sin calle) que la actualidad podrá ser todo lo suya que quieran, pero que la historia la escribimos nosotros. Y el acontecimiento histórico con el que nos intoxican estos días solo es probablemente un acontecimiento mediático (que es otra cosa como quizá sepan). Al periodista la actualidad, la explicación del pasado es nuestra: de los historiadores.
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(*) Catedrático de Universidad.
