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Julio Montero Díaz – El COVID es cosa propia

por Redacción
9 de septiembre de 2020
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO 1
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Tiempos líquidos

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Memento mori

El lunes ingresé, a través de urgencias, en planta. El PCR había dado positivo el miércoles y la cosa no mejoraba. Tampoco era llamativamente mala: se podía aguantar y me había hecho a la idea de que sería uno más de los que se curarían en casa. Pero un amigo médico me recomendó que acudiera a urgencias, para que me hicieran una analítica complementaria. Le hice caso y ya no salí (por ahora).

Hasta entonces habíamos guardado las medidas de distanciamiento y de cuarentena. Nada nuevo porque al confinamiento ya nos había acostumbrado meses antes a una situación muy similar.

La hospitalización enciende una luz roja: de repente tienes la sensación de que aquello tiene que ver contigo. Las preguntas sobre si respiras bien, si te sientes fatigado, o con algún agobio te hacen pensar y caes en la cuenta de que no estás tan bien, tan “normal”, como pensabas… y lo que viene después, cada día, te lo confirma: cada mañana radiografía; cada levantarse comienza con que te sacan sangre, y no siempre tus venas están por la labor de facilitar que todo salga al primer pinchazo; cada inicio de jornada una colección de pastillas, desde la mañana a la noche…

El tratamiento tiene en el caso del COVID, al menos en el mío, un componente de inseguridad al que no estamos acostumbrados. Habíamos construido toda una serie de lógicas que nos ayudaban a funcionar de manera práctica y segura en la vida normal. Sabíamos qué era prudente y qué no en casi todos los aspectos de nuestra vida. Este optimismo en la previsión del futuro había llegado incluso a que algunos médicos y unos informáticos estuvieran desarrollando programas y algoritmos que nos orientarían sobre qué posibilidades tendríamos en cada caso para adquirir tal enfermedad o contagiarnos de aquella otra.

Más aún, se construyen protocolos de actuación médica sobre algoritmos que en vez de atender enfermos “curan” enfermedades. Los muertos son así menos dolorosos: forman parte de la siguiente rectificación del protocolo: sin dolor, sin nombre, sin apellidos… todo estadísticamente limpio en una especie de cura al mogollón en la que no se necesitarán médicos en el futuro. Lo seguro, para que te curen en ese tiempo por llegar ya cercano, será que te ajustes a los casos que se contemplan como típicos. Como seas algo distinto tus posibilidades serán menores.

Estas coordenadas de seguridad se han caído con el COVID. Y te acostumbras a escuchar a tu médico que te dice, como si fuera lo deseable, que la cosa va bien porque tienes una neumonía doble, ventilas bien, tienes fiebre, pero no muy alta… En fin, todo lo que antes eran motivo de preocupación. Mientras, te inyectan eparina para prevenir infartos; tomas antibióticos para combatir la infección pulmonar; ingieres antes un protector de estómago para evitar efectos no deseables de los antibióticos; te ponen oxígeno si no ventilas adecuadamente… y aunque te sientas mal (cansado, en estado semifebril, como si te hubieran dado una paliza todos tus sobrinos o nietos juntos…) has de dar gracias porque solo un grupo reducido de los afectados por el COVID puede escuchar a su médico que le felicita porque las cosas no van mal y las perspectivas son buenas.

Y en esa situación caes en la cuenta de que cuando de verdad habías estado mal había sido unos pocos días antes: cuando la fiebre no te dejaba dormir ni despertar, cuando se mezclaba lo que querías hacer con los asuntos pendientes porque pensabas que podrías atenderlos bien, cuando mantenías unas conversaciones llenas de realismo con amigos muertos hace años, con otros con los que querías charlas desde hace tiempo sin encontrarlo y el que los tiempos y las eternidades circulaban a su gusto por tu mente sin orden ni concierto. Sí: verdaderamente tiene razón mi médico: estoy bastante bien de mi COVID; nunca me he sentido mejor estando tan mal.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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