Los historiadores no siempre (en realidad casi nunca) logramos establecer paralelismos significativos entre el pasado y el presente. Pero es verdad también que, a veces, acertamos: no porque se repita la historia, que no se repite; sino porque uno puede escoger niveles de lógica distintos para explicar las situaciones. Y eso es importante, porque la historia son explicaciones, no hechos, por mucho que la gente se empeñe.
La diferencia más importante entre un periodista o un sociólogo y un historiador es que el último sabe que el tiempo que pasa es un factor clave en la explicación de los hechos; mientras que los otros viven en un continuo y cambiante presente. Explican el presente desde el presente.
Hoy quiero contar la historia situado en 2023 (mas o menos). Primero, porque Sánchez aunque sea doctor con una tesis que apenas hizo, no es tonto. Sencillamente es una persona con prisa. Segundo, porque en 2023 querrá ganar las elecciones por una amplia mayoría, como en los viejos tiempos de Felipe y Zapatero. Tercero, porque no es frecuente que se reúnan un estratega de primer nivel y una persona sin escrúpulos y con la decisión firme de sacar el plan previsto.
En enero de 2020, Sánchez tenía dos problemas fundamentales. El primero: conseguir que se aprobaran unos presupuestos que le permitieran hacer su política. Dicho en su lenguaje: unos presupuestos progresistas. Para conseguirlo, necesitó añadir algo más a la inicial coalición de síes y abstenciones, porque no le bastaba mayoría simple. Los nacionalismos más o menos independentistas apoyaron lo suficiente y los pequeños (ya sin problemas con el concepto de nación española en unas cuentas), cambiaron dinero por dinero.
Y se cumplió lo previsible, sin quitar esfuerzos ni méritos al equipo de gobierno. Y se aprobaron los presupuestos que hicieron posible un gobierno “progresista” que desarrollara políticas “progresistas” como se proclamó a gritos. Este asunto resultó clave, porque una vez conseguido, no hizo falta volver a hacerlo en los ejercicios siguientes. Aunque faltó la mayoría adecuada (ya verán por qué), se renovaron automáticamente.
Sánchez tuvo que ceder todo lo que cupo y más para conseguirlo. Apretó los dientes y aguantó el chaparrón de críticas que le acusaron de vender el país por parcelas a los independentistas, de negociar con terroristas y de estar vendido a repúblicas sociobananeras o a tiranías medievales de la media luna… pero no le quedaba otra.
Luego vino el giro constitucionalista. Los nacioindependentistas (de intensidades varias) para entonces ya se habían pasado bastante en sus exigencias y reivindicaciones. Y Sánchez presentó de modo decidido y convincente su cara de defensor de la Constitución. Recordó a todos que nunca la había abandonado: que se había limitado a intentar un diálogo abierto y constructivo con las periferias políticas y que ellos lamentablemente se han excedido y traspasado las “líneas rojas” de la democracia española.
Para entonces estaba blindado: un presupuesto propio. A los socios de gobierno y a la oposición les tocó decidir. Unidas no lo estaba tanto. Pero decidieron mantenerse en el gabinete (reducido su peso) como garantes de la aplicación de las políticas sociales. Populares, ciudadanos y voxistas se quedaron sin argumentos de oposición cuando Sánchez les pidió que apoyaran lo que tanto reclamaban (en realidad solo algo parecido). Ahí empezó el lío (para la oposición). Con su apoyo, el presidente hubiera conseguido su propósito: enfrentarse al soberanismo tras haberle ofrecido un diálogo que no aceptaron. Sin él cabía que convocara elecciones en 2023. En la campaña alegará que requiere una mayoría para cumplir un plan que las oposiciones de ambos extremos han traicionado. Quedará en un cómodo centro. Podrá achacar a estos que su patriotismo era interesado y estrecho. A los soberanistas que no quieren dialogar. Y Unidas tendrá muy difícil no volver a las posiciones históricas de Izquierda Unida. Sánchez ganará. La oposición se habrá quedado sin programa, sin discurso y sin historia que contar durante bastante tiempo. Podrá decirse que así continuaron los 12 años de gobierno de Sánchez.
