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Julio Montero – Cuando todos los gatos son pardos

por Redacción
15 de julio de 2020
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO
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Mi teatro

La normalización del deterioro

Menos penaltis y más croquetas

Entre el amplio conjunto de epitafios falsos que recorren la literatura de circunstancias, me llamó la atención el que situaba un buen amigo, con una enorme dosis de sorna, en la tumba de Dionisio el Tracio. Ahora corresponde decir que, como todo el mundo sabe, se le suele considerar el autor de la primera gramática del mundo, en este caso, del griego clásico. La atribución reza así: “Aquí yace Dionisio el Tracio, que todo lo que escuchó desde que tuvo uso de razón le pareció equivalente.”

El refrán le viene que ni pintado a cualquier periodista que asista al espectáculo de las ruedas de prensa del actual gobierno y que ha de tragarse, quiera o no, las peroratas de nuestra ministra portavoz. Me recuerda la cantinela de los empolloncetes de clase que aunque memorizaban con cierta habilidad, siempre se equivocaban en lo esencial y en ese meter la pata, los que aún pensábamos, nos trochábamos cruelmente de risa. En los resúmenes que nos administra la tele estoy al acecho. Me cabe la esperanza de encontrarme algún rasgo similar al genial número de lectura que Les Luthiers incluían en todas sus actuaciones (y del que quedan varios ejemplos en Youtube).

Pero no quiero hoy hacer leña del madero de la ministra. Pensaba al recordar el falso epitafio que ese no decir nada, o decir tantas cosas que parezcan similares, es justo lo contrario de lo que pretende el lenguaje. En el fondo al pobre gramático Dionisio se le echaría en cara lo peor: comunicarse, hablar, no sirve para nada, porque todo es lo mismo, no hay manera de decir algo nuevo.

Y esa es una de las cosas más desanimantes de nuestra actualidad: hemos perdido el respeto a las palabras y consiguientemente a las ideas y hasta a las cosas que nombran. Ignorar las palabras es despreciar el mundo que nos rodea. Es considerarlo tan insignificante que se le niega un lugar en nuestra cabeza primero y en nuestra boca después… o puede que sea justamente al revés y que de dejar de aplicar a cada cosa su nombre, su palabra, y de sustituirlos por genéricos polivalentes, se nos vacíe el cerebro de distinciones. Así pensamiento y lenguaje acabarían por ser la noche de los gatos pardos.

Ese gris oscuro que se extiende como una mancha por cerebros y lenguas ha hecho posible que los modernos charlatanes se encuentren en su ambiente más propicio. Pueden decir lo que quieran, en realidad lo que les sale literalmente de la boca sin estacionarse antes en la mente ni para un ligero tuneo.

Los primeros en difundir esta epidemia debieron ser los mal llamados comunicadores, especialmente los que hacían llegar lo que sucedía en el césped de los estadios de fútbol a las masas expectantes. Entre frases del estilo “avanza ahora por la posición teórica del medio volante izquierdo” que podía emplear Matías Prats abuelo (el del bigote) alrededor de 1960 y el triunfante giro lingüístico del “tiki-taka” con el que nos narraron el éxito mundial de nuestra selección balompédica en Sudáfrica hace 10 años, media una auténtica revolución: la rotación occipucial (la expresión es de un psiquiatra amigo) que ha adquirido dimensiones planetarias. Se nos ha vuelto la cabeza del revés. Si hubiera que traducirlo en términos anatómicos sería como si todo el mundonos diera la cara por la espalda.

No sé si después, o a la vez, nos llegó la ola marketiniana. Quizá el grupo que más ha contribuido a sustituir las palabras del castellano llano por términos que no se saben qué significan. Gentes sabias sospechan que no significan nada… o que significan todo, cualquier cosa claro: porque en el fondo los dos extremos son lo mismo. Y se difunden como una sombra perversa términos que o no están en el diccionario, o si lo estuvieran su significado de secta no tiene nada que ver con el que allí figura. Arranca sonrisas ajenas la seriedad con que esta comunidad de nuevos hablantes se toma su nueva terminología. Tendrá que ver con el sentido de pertenencia o con la conformación de una nueva identidad. Identidades por otra parte de corto recorrido, porque son vocabulario de entidad, de empresa, no van más allá.

Lo más divertido de todo es cuando las entidades y las sociedades claman por lo difícil que es atraer el talento. No deben darse cuenta, por falta de vocabulario, que cuando uno se empeña en echar fuera de la vida normal la precisión y la capacidad de analizar; cuando se prima la superficialidad de la venta fácil, los talentos encajan mal. Están acostumbrados a llamar a las cosas por su nombre y los mediocres que hablan esas lenguas capadas, y están al mando, los tachan de prepotentes.

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