He comentado otras veces que la posición de Ciudadanos es difícil en nuestro panorama político. Es difícil que cuaje un partido de centro-centro a nivel nacional; aunque consiga resultados parciales de interés en convocatorias locales y autonómicas. Tampoco la historia política española (próxima o anterior a la Guerra) ofrece una experiencia estimulante. Solo dos excepciones que apenas cumplieron un quinquenio vivas: la Unión Liberal a mediados del XIX y la UCD de la Transición.
El anhelado adelantamiento al Partido Popular no se ha producido en las urnas, pero está, de verdad, al alcance de la mano en los inevitables pactos de gobierno, que se abren con todas las cartas ya repartidas. Todos saben que una cosa es lo que se dice en las campañas (las promesas que se cumplirán si se llega a disponer del poder con mayoría absoluta) y otra muy distinta la que exige pactar cuando ese triunfo se ha escapado.
Desde luego toda posibilidad de pacto exige una actitud abierta del Partido Socialista que es a quien le toca decidir en el fondo con quién quiere gobernar (dentro del gobierno o con simple apoyo parlamentario).
Dudo que el electorado de Ciudadanos se vaya a sentir a traicionado porque se produzca un acuerdo de gobierno, en los diversos niveles, con los socialistas. Porque de no hacerlo obligaría al partido mayoritario a pactar con Podemos. Y los resultados de este no lo presentan ni mucho menos como una opción de gobierno ampliamente apoyada: Iglesias ha recibido en sus costillas electorales el mayor varapalo de los concurrentes. Además ese mismo electorado no entenderá fácilmente los acuerdos vergonzantes con Vox (que serán reales aunque se nieguen).
Dejar a Sánchez obligado a pactar con Podemos, y complementariamente con los independentistas, implicarían concesiones de entrada en las inevitables conversaciones que nos esperan sobre la cuestión territorial (por decirlo suavemente). Resultaría difícil de entender que un partido que nació del “problema catalán” se retire ahora a la oposición sin intentar resolverlo desde el poder (compartido por supuesto) y, por tanto, con más posibilidades de hacer valer sus planteamientos.
Ciudadanos adquiriría así un protagonismo político (en un gobierno de coalición con el Partido Socialista) que supondría de verdad el “sorpasso” al Partido Popular en la práctica. Si de verdad es un partido de verdad, de gobierno, tendrá que asumir alguna responsabilidad. No puede limitarse a protestar por lo que hagan otros sin entrar a la solución, pudiendo hacerlo.
Por otra parte esa línea de pactos son inseparables de otros en las autonomías y ayuntamientos. Y ahí Ciudadanos también tiene cosas que ganar… y que ofrecer. La primera arrebatar la única “victoria” que esgrime el Partido Popular (su contrincante en la lucha por el centro): mantener Madrid. Tampoco se le podrá acusar de negar la entrada a experimentados políticos de probada eficacia en la gestión. Y en otros territorios la alternativa a Podemos como socio también tiene su interés para socialistas.
Si, como parece, se abre un ciclo de mayoría (al menos relativa) socialista por falta de organización del centro derecha, falto además de líderes claros y consolidados, la entrada en el gobierno de Ciudadanos asentaría la de Rivera. Así, la construcción del centro derecha podría realizarse desde el centro-centro.
Eso permitiría esperar la progresiva disolución de Vox que seguiría el camino de Podemos por el otro extremo y la construcción de un panorama tradicional en nuestro espectro político: dos grandes bloques de centro derecha y centro izquierda, acompañados de partidos marginales pero presentes en sus extremos.
La historia ofrece una pista alentadora para Rivera: Cánovas, el constructor del sistema de la Restauración y líder del partido conservador, procedía de la Unión Liberal, aquel partido de centro-centro que solo aguantó cinco años en el poder con Isabel II.
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(*) Catedrático de Universidad.
