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Jugando a ser dioses

por Ángel Gracia Ruiz
2 de diciembre de 2022
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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Los pasados días 15 y 16 de noviembre se celebró en Bali la cumbre del G20. Las 20 economías más importantes del mundo, que cuentan con más del 85% del dinero del planeta, junto con los bancos más poderosos, se sentaron a debatir, hilar, trenzar y controlar los designios de la humanidad. España no tiene lo suficiente como para formar parte de esta élite, si bien ostenta la “honrosa” condición de invitada permanente. Nuestro flamante presidente, que ni pincha ni corta en ella, lució un modelo muy acorde con la moda balinesa, hecho a la medida de su ego, para que, al menos alguien, se diera cuenta de su presencia. Dos días de debate con sus cenas de gala incluidas, para lograr una declaración conjunta que ha quedado redactada en 52 numerales.

Desde un punto de vista global, cabría destacar ese tono tan aséptico que utilizan todas estas declaraciones de intenciones, de grandilocuente redacción, altruista-sonante construcción y vacío vacuo de contenido real. Desde un análisis más concreto, los temas como la guerra en Ucrania, la crisis energética, el cambio climático y el control sanitario global, construyeron su humeante armazón. Como curiosidades a destacar, que no se ha logrado una condena unánime a la guerra (solo los de un bando lo han hecho) y, mucho menos, el inicio de un diálogo para la paz. Putin no acudió a la cumbre y su representante salió de allí por patas a la primera de cambio. Jinping no dijo ni pío al respecto.

Eso sí; estos señores que llevan años defendiendo la necesidad de reducir la población mundial, se erigen ahora como salvadores de esa población que luchan por disminuir. Y para ello, redactan un punto en la declaración (el 23, concretamente) apoyando el establecimiento de un sistema digital de salud a través de unas redes de verificación de la historia clínica y certificado de vacunación de todo individuo que pretenda moverse entre países. Así mismo, su compromiso de reforzar la gobernanza mundial en materia de salud en manos de un único organismo, la OMS. Y ya sabemos por experiencia lo que ocurre cuando el poder se aglutina un unas únicas manos.

Si bien es cierto que estas asépticas declaraciones no van más allá de meras intenciones redactadas por escrito, no lo es menos que muestran una vía indiciaria del camino que van a tomar las legislaciones nacionales y supranacionales amparándose en la legitimación que les otorga una declaración de intenciones “tan importante”.

Así que esta va a ser la ruta que va a guiar nuestros futuros movimientos, al amparo de próximas normas, que vamos ver emerger a la luz como las margaritas en primavera.

El caso es que toda esta representación orquestada se asemeja a una partida de ajedrez. Como primera regla de juego, resulta necesaria la fractura de los jugadores en dos bandos antagónicos: las blancas y las negras. La segunda, consiste en adscribir a todo ser humano, por el simple hecho de serlo, a uno de los dos grupos. Los creadores del juego son los que eligen a cada uno de los personajes que van a llevar a cabo la misión inherente a la figura concreta asignada. Así, ahora tenemos a Biden como rey de las blancas, a Jinping como rey de las negras, con su reina Putin a su vera. También eligen a los dos jugadores que van a mover las fichas de un bando y de otro. Y comienza la partida. En ella, las figuras se creen dioses que dirigen el ejército de las blancas o de las negras y llevan a una muerte “justificada” a sus peones, alfiles, caballos o torres, en aras del logro de un fin más elevado, como es vencer a las fuerzas contrarias.

El caso es que todos ellos se olvidan por completo de que no son más que meros figurantes puestos ahí por quienes los han creado, movidos por una mano invisible ajena a ellos mismos, que los utiliza como esclavos para que, a su vez, esclavicen a los súbditos que les han asignado para jugar. Se creen que son lo que no son. Se alimentan de su propia vanidad cocinada en el fuego del ejercicio del poder. Jamás se sacian con el consumo de la fama o el dinero. Siempre desean más y más. Y engordan como cebones para morir como los marranos el día de la matanza.

Desde siempre ha sido así. Las epopeyas más antiguas de la historia de la literatura mundial, relatan lo recordado boca a oreja más allá de la memoria. Obras como el Ramayana o el Mahabharata describen las batallas entre las fuerzas del bien y del mal.

El caso es que aquí, ahora, en Bali, en la cumbre del G20, ambos bandos pertenecen a las fuerzas del mal, al clan de los cebones. Pareciere que el ejército del bien (por el simple hecho de haber sido adscrito por nacimiento al bando de las blancas o de las negras) se hubiera quedado adormilado, contemplando inactivo las demoníacas fechorías de sus reales adversarios, estudiando la estrategia más adecuada para vencer definitivamente en la gran batalla.

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