La narración oral es un terreno poroso en el que convergen muchas otras disciplinas. No es de extrañar, pues los humanos somos seres narrativos que nos contamos muchas cosas todo el tiempo, no solo ficciones literarias. Así, todos los años hay alguna actuación en el patio de la Casa de Andrés Laguna en el que los márgenes de la narración oral se borran como en el caso del viernes cuando la narración derivó hacia las viñetas y los bocadillos de la mano -de las manos, del rostro, de los gestos, de la voz…- de Juan Gamba.
Juan Gamba se ha enfrentado a un dificilísimo reto: contar cómics. Pero no se conforma con contar los argumentos, también cuenta la estructura, el dibujo, los colores, la disposición de algunas viñetas y el estilo, e incluso añade una pequeña introducción para el neófito en el noveno arte a través de las líneas americana, europea y japonesa explicando (sin decir que está explicando) técnicas como el zoom, los distintos planos o los diferentes usos tipográficos. Todo esto hace que su apuesta sea arriesgada -el cómic no tiene por qué interesar a todo el público-, aunque consigue ganarla gracias a la estupenda mediación que hace entre lectura visual y oralidad, permitiendo a quien gusta de la narración el saboreo de una contada de algo más de una hora.
Con todo, en la velada del viernes el narrador, tuvo que competir al inicio de su actuación con el ruido vecinal por la atención del público, aunque enseguida atrapó a los escuchadores con su voluminosa voz y con su frenético ritmo de pasar hojas con sus largos brazos y encuadrar viñetas con sus grandes manos. Empezó con un álbum ilustrado sin texto: Bárbaro, de Renato Moriconi y dejó claro que era posible narrar imágenes. Continúo con un clásico dentro del cómic americano, Sandman del Neil Gaiman (autor británico y de bagaje europeo) con la preciosa historia de Miedo a caer donde Gamba dejó ya salir al mimo que lleva dentro. Continuó con uno francés con referencias al cine estadounidense, Hollywood Jan de Bastien Vivès y Mickaël Sanlaville, donde se muestra a un adolescente que debe enfrentarse al paso que supone el instituto asistido por tres iconos de películas de acción. Tras esta historia adolescente, realizó un sorprendente “giro de guion” al elegir la quietud y el lirismo de Taniguchi y Utsumi y su manga El olmo del Cáucaso donde la expresividad de Gamba tuvo que contenerse al más puro estilo japones para adaptarse a este haiku desglosado en viñetas. El último cómic pertenecía al fabuloso Paco Roca, El faro, que además le permitió volver a la tradición oral gracias al texto de Borges que aparece allí, Historia de dos que soñaron, basado en un relato folclórico. Gamba ya estaba en su terreno y por eso quiso acabar con una versión de Caperucita roja vista desde los distintos colores, planos y estilos de los más destacados autores del tebeo, novela gráfica, cómic, etc.
¿Resultado? Una velada fresca, inteligente, divertida y diferente. Tal vez un tanto intensa para el público desconocedor del cómic, pero un gran aperitivo para acercarse a ese maravilloso mundo donde conviven texto e imagen y donde, como en el cine, todo es esencialmente narración. Y si todo es narración es muy probable que toda narración se recuerde o nazca a través de una serie de imágenes que los contadores recrean con palabras, gestos y movimientos. Pero, claro, de ahí a contar cómics… Pues eso, un desafío al que solo pueden enfrentarse narradores como Juan Gamba, el hombre capaz de poner cara a las onomatopeyas, encogerse y expandirse en función del plano y el cuadre que la historia requiera.
Hoy se despide el XXIV Festival de Narradores Orales con Emilio Pascual que tiene algo de biblioteca ambulante pues atesora lecturas y vivencias llenas de pequeñas joyitas listas para compartir.
