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Juan Carlos I y el intento de manipular la historia

por Javier Gómez Darmendrail
3 de marzo de 2025
en Tribuna
JAVIER GOMEN DARMENDRAIL
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Juan Carlos I tiene sus luces y sus sombras, pero a mi juicio, las sombras o los deslices del rey emérito no deben hacer olvidar su papel decisivo en la restauración de la democracia en España. Como ya son legión los que se dedican a amplificar las sombras, a mí me gustaría destacar algunas de sus luces y el grandísimo papel histórico que jugó tras la muerte de Franco, en un momento sumamente complicado para todos. Ahora casi nadie se atreve a defenderlo, pero yo lo hago con gusto, porque fue un hombre espontáneo, querido y respetado por los ciudadanos, que supo encarnar los valores de una monarquía parlamentaria moderna al servicio del pueblo. Por eso me gustaría señalar que si tuviéramos la desgracia de que muriese fuera de España, sería una gran vergüenza para todos los españoles.

La realidad es que Juan Carlos I pasará a la historia como el Monarca que devolvió la soberanía al pueblo y autolimitó sus poderes para convertirse en un Rey constitucional, ingresando así en la órbita de las Monarquías de la Europa occidental. No hay que olvidar que pudo haber ejercido el poder de forma autocrática, pero eligió voluntariamente que fuese su pueblo quien decidiera cual sería su función a través de una nueva Constitución.

Desde el inicio de su reinado, dejó clara su voluntad de ser el rey de todos los españoles, promoviendo la reconciliación entre diferentes sensibilidades políticas y sociales del país. Fue un hombre audaz en un momento sumamente delicado y consiguió, con la eficaz ayuda de Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez, consolidar una democracia moderna en España, por desgracia hoy amenazada y en pleno declive por culpa de unos desaprensivos que en vez de pensar en el bien de los españoles, tienen otras prioridades como vamos comprobando día tras día.

Y para contrarrestar el patético hostigamiento, el linchamiento público a que le tiene sometido este gobierno, sería conveniente recordar que fue él quien inició el viaje a la democracia y propició la Constitución que acaba de jurar recientemente S.A.R. la. Princesa de Asturias y a la que el Gobierno le prohibió asistir.

Constitución que tenemos gracias a él y que tras cuarenta años de dictadura y un golpe de Estado desactivado en 1981, impulsó y patrocinó con inteligencia un intenso período de crecimiento, estabilidad y reconciliación, elogiados en todo el mundo. Por eso, impedir su asistencia a la jura de su nieta, fue un gran error, una muestra de desconsideración y un enorme desprecio hacia quien tanto debemos los españoles y la propia España.

Su vida y su reinado han sido testimonio de un compromiso inquebrantable con la democracia, la unidad y el bienestar del pueblo español y ha contribuido a la consolidación de un país moderno y próspero, sin olvidar su papel fundamental en la Transición democrática. Bajo su reinado, España experimentó un crecimiento económico sin precedentes y una modernización que la situó entre las naciones más avanzadas del mundo. La entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986 y la internacionalización de la economía fueron pasos fundamentales de este proceso, en los cuales la figura del Rey jugó un papel primordial. Y España se convirtió en un referente de estabilidad y progreso.

Yo tengo el convencimiento de que esta persecución hacia su figura se debe en primer lugar al malévolo intento de erosionar lo más posible a la Corona -que molesta a algunos por su alto grado de aceptación por parte de los españoles-, y de paso hacer la vida más complicada a Felipe VI, este fantástico rey del que tenemos muchos motivos para estar orgullosos. Quizá estas sean las razones por las que algunos intentan a toda costa empañar, ensombrecer, manchar lo más posible, la imagen de aquel que escribió uno de los capítulos más ejemplares de nuestra reciente historia.

Ahora, esta nueva izquierda -con esa pretendida superioridad moral que se atribuye a sí misma sin razón alguna-, intenta con todas sus fuerzas que se olvide ese capítulo, y pretenden manipular la historia lanzando su propio relato. Vi hace poco la presentación de un documental en la televisión donde el invitado sostenía que fue la movilización de los españoles quien trajo la libertad. Pues mire, no; quienes trajeron la libertad fueron el rey Juan Carlos I, que impulsó y patrocinó el tránsito de la dictadura a la democracia, Torcuato Fernández Miranda, profesor de derecho político de Juan Carlos y principal estratega del proceso con aquella famosa máxima “de la ley a la ley”, y Adolfo Suárez, que condujo con habilidad desde la presidencia del Gobierno un período tan complejo y dificultoso que acabaría provocando su dimisión.

La prueba más evidente de que fueron ellos quienes pilotaron la Transición, es que en 1976 las izquierdas no aceptaron la ley para la Reforma Política y promovieron la abstención en el referéndum. Pero tras el abrumador apoyo de la sociedad (aprobaron el proyecto el 97,36% de los votantes), y el claro rechazo por parte de los españoles tanto a la dictadura como a la revolución, la izquierda se vio obligada a cambiar de criterio. Y esto es memoria histórica, democrática y fácilmente comprobable. Julián Marías lo resumió perfectamente en un titular: ”España fue devuelta a los españoles en 1976”.

Volviendo a nuestro rey emérito, no estaría de más recordar que fue el mejor embajador de las empresas españolas y un incansable agente comercial que consiguió múltiples contratos, beneficiosos tanto para las empresas como para el empleo. Y de paso, no está de más recordar que el rey Hussein de Jordania le regaló un palacete en Lanzarote, pero él lo donó a Patrimonio Nacional y ahora lo usan los Zapateros y los Sánchez de turno sin ningún reparo ni sonrojo.

Y me van a disculpar, pero no sabría terminar este escrito sin hacer una breve mención a la reina Sofía por quien tengo una especial debilidad. Yo sabía de su sencillez y amabilidad por los corrillos que hacíamos con los reyes en el Congreso al inaugurar las legislaturas. Pero cuando tuve el honor de entregarle en La Zarzuela el libro que publicamos sobre el primer congreso Ciudades Patrimonio de la Humanidad -del que aceptó la presidencia de honor-, tuve el convencimiento de que estaba ante una reina no solo afable y sencilla, sino todo un ejemplo de dignidad y señorío.

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