La pandemia del coronavirus declarada en España a mediados del pasado marzo es la mayor catástrofe humanitaria desde hace bastantes décadas. Nuestro país, según los datos publicados, es el que mayor incidencia de contagios y fallecimientos por cada cien mil habitantes está teniendo en el mundo, si nos creemos los datos escasamente fiables facilitados por la dictadura comunista china, país de origen de este desastre mundial. El peculiar Gobierno de España reaccionó tarde y negligentemente ante el brote evidente del coronavirus desde finales de enero, impulsó imprudentemente y por motivos ideológicos las manifestaciones masivas y contagiosas del 8M (que tanta influencia han tenido en el ascenso galopante de los contagios) y la organización y coordinación sanitaria desde el ministerio regido por un “filósofo socialista catalán de cuota”, la gestión (que han tenido que rectificar) de centralización de compras de material de prevención, tests y respiradores dentro y fuera de nuestro país está siendo deplorable, por no hablar de la tardanza en el rescate con retrasos desesperantes a los españoles a los que la epidemia les ha pillado en países extranjeros, por no hablar de las picias que nos han hecho países para los que nuestra ministra de Exteriores solicita dinero de la UE, que nos hace falta a nosotros.
Parece evidente que la pandemia tendrá unas gravísimas consecuencias sociales y económicas en todos los países, pero especialmente en el nuestro, y que de su duración y superación definitiva dependerán los impactos en las familias, especialmente en las más vulnerables, y en el tejido empresarial, de donde sale la producción para dar empleo, generar valor añadido y contribuir al sostenimiento del “estado de bienestar”, a través del enorme aparato triplicado de las administraciones públicas españolas. Por eso, y porque lo prioritario son las vidas humanas y la salud de los ciudadanos españoles, sean mayores o estén en la época más productiva de sus vidas (en eso no coincido con el nazismo mengueliano de los políticos dominantes del Benelux y de Cataluña), resulta de gran interés tener una referencia sobre la evolución previsible del coronavirus en nuestro país.
Pues bien, suponiendo que confiemos en los datos oficiales sobre contagios y fallecimientos publicados por el Gobierno, parece que España está remontando el pico de la epidemia. No obstante, hay que mencionar que los datos sobre el número de contagiados de Covid 19 ni siquiera son refrendados por el propio Gobierno, dado que reconocen que solo se registran aquellos casos que han dado positivo en el test, que no ha sido aplicado a un gran número de personas a los que se les ha enviado a su casa por no presentar síntomas graves, y que se da por cierta la existencia de un indeterminado pero nutrido número de casos de infectados asintomáticos. Algunas estimaciones de organismos y equipos científicos consideran que el número real de contagiados está en torno al millón de personas o más. Respecto a los fallecimientos, lamentablemente no se dispone de estadísticas para contrastar los datos facilitados por el Gobierno, si bien la Asociación Española de Servicios Funerarios, que aglutina a todas las empresas que se ocupan de ese funesto menester, acaba de declarar que no le cuadran los datos de fallecidos por coronavirus del Gobierno con los datos normales de fallecimientos (es una pena que el INE publique con tanto retraso las estadísticas de población, para poder verificarlo, pero algún día saldremos de dudas). Es muy probable que muchos de los fallecimientos producidos en casa o en residencias de ancianos, fuera de los hospitales, no estén computados en la estadística de víctimas del coronavirus. Por consiguiente, debemos ser prudentes en esta aparente mejora estadística.
Sin embargo, aun creyendo en las estimaciones de superación de la epidemia a finales del mes de abril como insinúa el Gobierno, o yéndonos a finales de mayo como indican algunos estudiosos del tema, lo que parece claro es que no se puede, a tenor de lo que sucede en países que van por delante como Corea del Sur, en una fecha determinada echar las campanas al vuelo y levantar de golpe todas las medidas de prevención necesarias para minimizar el número de víctimas. El propio Gobierno nos está ya insinuando, aunque no con una transparencia nítida, que habrá que aplicar un plan de normalización, liberando de forma gradual las medidas restrictivas adoptadas, y diseñar unas disposiciones para evitar que el coronavirus vuelva a rebrotar, dado que no todos los infectados están controlados. En el mejor de los casos, si se cumplen las previsiones mencionadas, nos iríamos a mitad del verano para tener una supuesta situación de normalidad. Pero, no nos engañemos, la posibilidad de que el coronavirus experimente una mutación (como ya ha sucedido en el que tenemos frente al original importado de China) y vuelva a brotar en el otoño-invierno no es ninguna hipótesis calenturienta. Hasta que no se disponga de tratamientos y/o vacunas adecuadas, no podemos bajar la guardia.
Por consiguiente, al objeto de hacer previsiones sobre los impactos socioeconómicos de la pandemia del coronavirus, debemos de estimar que no saldremos de la pandemia hasta finales de mayo o mediados del verano. Pero que, a partir de ese momento, nada va a volver a ser igual.
