El 50 aniversario de la catástrofe de los Ángeles ha servido para aflorar vivencias guardadas en la memoria de muchos. En el bar Rolar, Pedro Arribas ha recordado hoy que tras sonar la sirena del Ayuntamiento subió en un camión con otros vecinos, como en los fuegos, pero luego la impresión de sacar cadáveres le tuvo dos días con el estómago encogido, sin poder comer.
Manuel Ángel «el carnicero» me lo ha contado así, cargado de emoción: «Yo estaba en el hotel Acueducto, en la boda de otro carnicero del pueblo; al empezar a comer, alguien comunicó a Cecilio Hurtado que su hermano Paco podía estar entre las víctimas evacuadas al 18 de Julio.
Salimos varios corriendo y en unos minutos nos plantamos en el hospital, al que llegaban coches con heridos, entre ellos el taxi crema de tu padre. Ya dentro, pasamos a una sala en la que había muchos cuerpos, cada uno tapado con una sábana, y nos pusimos a mirar debajo de ellas para buscarle. Yo habría revisado ya media docena de muertos cuando lo encontré, casi irreconocible, pues había perdido las gafas y tenía la cara envuelta en sangre y polvo. Noté en él algún gesto de vida, no sabría decirte qué, y grité: ¡Cecilio, Ricardo, Tomás, venid todos, que es Paco y está vivo! A través del cura del hospital localizamos un médico, que enseguida mandó llevarle a otra sala donde comenzaron a tratarle».
A los quince meses, el tendero Francisco Hurtado salió por su pie del «18». 50 años después, sigue vivo.
