El domingo 23 de Septiembre comenzó el otoño. Esta estación durará 89 días y 20 horas y terminará el 22 de diciembre con el comienzo del invierno, y felizmente (al menos para mí) despedimos así al sol, los bañadores y al bronceado, ya van cayendo las hojas de los árboles, ha terminado el periodo estival, y sin darnos cuenta, de repente estamos en otoño, y con ello hemos vuelto a la rutina del hogar, el trabajo, el colegio… Me entusiasma, me encanta y me siento feliz ante esta bonita y preciosa temporada. Bien lo aprecio, porque siento por muchos y variados motivos que hay más paz, tranquilidad, serenidad, añoranza… Lejos de las tribulaciones y bullicio de las vacaciones estivales, yo, personalmente lo prefiero al resto de las estaciones del año. Hablando de las vacaciones, dudo si existe la depresión posvacacional o “síndrome vacacional” que tanto anuncian y divulgan de continuo una vez acabado el verano, e incluso muchos manifiestan que al reincorporarse al trabajo tras las vacaciones sienten malestar y bajada de rendimiento en cuanto a lo profesional. Muchos apuntan que se refiere a la apatía, cansancio, falta de concentración… A mi modesto entender (pues nunca lo he apreciado) creo que no existe tal síndrome y, además tampoco debe estar admitido por la OMS.
Bien, dejemos a un lado tal ¿síntoma? y centrémonos en lo que nos importa. Por fin hemos dejado de sudar. Los colores en los árboles inspiran los paseos y caminatas. La noche comienza temprano y dicen algunos que es la mejor temporada para la meditación e incluso una cita romántica para los añorantes.
Este cambio de ciclo o estación es muy atractivo para establecer unos propósitos positivos, con una buena consistencia y estabilidad. Como bien nos aconsejan los expertos, el caso es no dejarnos arrastrar por la, melancolía y por la tristeza con la que solemos etiquetar al otoño sobreponernos y estar por encima de esa bajada del tono vital tras las vacaciones estivales y empezar a encontrarle el punto a esta estación tan agradable y entrañable.
No podemos olvidar las migraciones otoñales de las aves que pasan el verano en el norte de Europa, y que al llegar su crudo invierno vienen a distintas zonas de la Península donde el invierno es más bonancible, y donde existen humedales y comida en abundancia. ¿Quién no ha sentido en otoño ver y contemplar las perfectas filas y columnas a las grandes grullas comunes y otras aves? Entre septiembre y noviembre llegan gradualmente a distintas comunidades donde, de nuevo, se convierten en una gran atracción.
Por otro lado, la flora también cambia durante esta estación: los árboles de hoja caduca comienzan a perder su cobertura, dotando de una variedad de colores variopintos muy singular al paisaje. Las tonalidades amarillas, rojizas y ocres comienzan a dominar todo aquello que vemos, especialmente en los valles, ya que ahí suelen concentrarse la mayor parte de la vegetación que pierde la hoja. El mejor ejemplo del reflejo otoñal es el paisaje en todo su entorno y esplendor siempre fiel con la naturaleza.