Lo de reponer se refiere a la papelera que existía en la esquina de la calle María Zambrano a la vera del Archivo Histórico y en la proximidad de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce. Los turistas que han pernoctado en el Hotel que con cinco estrellas se ubica en los aledaños del lugar suficientemente, a mi entender, ubicado, me preguntan a veces por ella indicándome que el artilugio que enfrente del Hotel debería servir para reciclar el papel, aparte de tener una abertura como de buzón de correos, está atiborrado de cartones y además como es de filo vivo, si metes la mano para empujar, lo mismo se te queda una falange en su interior y luego para sacarla se puede montar un cipijostio de dimensiones históricas.
Yo, que, por razones de supervivencia, zascandileo por esa zona a la que por cierto la tengo un especial cariño porque es ella, con su nombre, la que rellena todas las domiciliaciones de los impuestos con los que la vida se nos hace más placentera al constatar él cómo nunca llegaremos a padecer lo que el santo Job aunque no nos distanciemos del mismo ni media rueda si llega.
Esto en cuanto a lo de reponer es todo lo que se me ocurre a sabiendas de que una papelera no proporciona fotos, consolida amistades y la afluencia de visitantes no se resiente.
A lo de poner, menuda la que se está formando con el demonio que se quiere entronizar en la curva de la calle San Juan. Entre santos firmemente manifestando sus creencias, vírgenes restaurándose la una y la otra permaneciendo en su hornacina, nos vamos a condenar entre firmas y rúbricas.
Hacia todo ello, una cosa se me pasa por estas entendederas que la naturaleza con tanta escasez me ha otorgado. Se trata del cómo las intervenciones de todo tipo en una ciudad cuyas características son excepcionales deben de regirse por criterios solventes. Si de estatuaria se trata, la exquisitez debe manifestarse como testimonio de la sensibilidad que la ciudad alberga. Por ejemplo, Si el “Hombre con Cordero” de Picasso se yergue en la Plaza de La Iglesia de Vallauris indiscutiblemente y sin necesidad de llevar el nombre de ningún coche, es porque todo el espacio desde el que puede ser contemplado se impregna de una emoción que cada espectador modela poniendo énfasis en el vulnerable animal recién parido o en el efecto protector del pastor. La configuración de lo representado se materializa con profundidad en el concepto y personalidad en el condimento.
Si del demonio se trata, o séase de uno de los Arcontes que tanto conocía Jesús el Galileo como para enseñarle a su hermano Tomás del cómo defenderse de ellos, a lo mejor, lo que se pretende sea la explicación de una leyenda popular no exenta de cierto simbolismo, contamina al Acueducto más que los Urbanos rascándole los pies y los turistas tocándole los trienios sin remunerárselos. Y ya de paso, si se le puede fotografiar con el Cementerio Municipal al fondo, antes del Santo Ángel de la Guarda, los familiares de los difuntos se llevan a la Mujer Muerta por el mismo precio.
A lo de a caballo regalado no le mires el diente, es un refrán que según la memoria histórica, exige enmiendas casi en su totalidad. Cada vez que me cruzo con don Antonio Machado esperando el que se abra la taquilla del Juan Bravo, toda su poesía se me convierte en un paraguas tragado en prosa y con una cabeza peinada con la radial del querer y no poder.
Si las obras de la calle San Juan se terminasen en una noche aunque faltase de poner el ultimo adoquín del Padre Claret, que es el que descojona los amortiguadores, adelante con esta “donatio inter vivos”. Si no, a los que la palabra democracia se les hace en la boca, por no citar más lugares, agua de litines, que se lo hagan mirar llevando al lado ese alguien que les recuerde el “morir habemus” de toda la vida.
