Al estar rodeado de la epidemia que ha transmitido a la población, a partes iguales, tanto riesgo como temor, me planteé la posibilidad de describir lo que sucedió en nuestra ciudad hace ahora 135 años. Concretamente en 1885. Pero no. De aquello se salió, con innumerables problemas, pero se salió. Lo mismo que va a suceder ahora. Aquellos, los de antes, tenían escasísimos medios para combatir cualquier mal que les llegara. Ese fue el mayor de los problemas. Ahora…
Ahora, si seguimos la línea que marcan los epidemiólogos que buscan lo mejor para todos, por duras que nos parezcan las medidas, se recuperará el camino mucho antes. Por más que sepamos que en ese tramo van a quedar muchos jirones (1).
La tristeza no va a ser un buen aliado, que no, para mirar de cara al futuro. Y me gustaría —me digo— que entre todos, los aislados, los enfermos, los que trabajan y ayudan, los jóvenes, los mayores… Abriéramos todos los días la ventana para dejar entrar los rayos de una luz nueva que muy pronto derrotará al pesimismo que ahora nos invade. No podemos vivir en la desesperación ¡No!
Y mañana volveremos a vernos en los lugares de siempre porque habrá salido el sol.
Sin más llega el cambio de tercio.
No era, ni de lejos, la Plaza de Toros construida en Chamberí en 1805 por “La Económica”. Segunda plaza más antigua de Castilla y León después de la del Castañar, en Béjar. No era lo mismo. Aquella, la nuestra, se construyó con ladrillo y mampostería. Esta, la bejarana en 1711 de madera y remodelada en varias ocasiones.
Al hilo de ello me dispongo a contar a quien leyere que la otra “plaza de toros” de Segovia, año 1872, se construyó en la calle de los Estiradores (la que ahora se encuentra entre Jardín Botánico, Roble y Perucho), contigua al espacio que ocupó el frontón de Timoteo Polo.
Existía cierta justificación en la construcción. La prohibición de los toros en la Plaza Mayor y el tener que desplazarse hasta la de Chamberí, cuando no había transporte que acercara a los aficionados, hizo que se pusieran ideas en acción y naciera “la otra”, más cercana. Así mataban el “gusanillo”.
El máximo de espectadores que acogía era de 800. Eso sí, apretujaos. Tenía un “corredor” que se reservaba a las localidades de preferencia, no tenía barreras y no se organizaban corridas “normales”. El coso solo recibía becerradas, cuyos organizadores más habituales eran alumnos de la Academia de Artillería. No estaban solos en los menesteres, ya que junto a ellos colaboraban maestros y oficiales de distintos oficios de la ciudad. Gente que quería pasarlo bien.
No se vendían localidades y solo acudían los que conseguían invitación. Habitualmente se lidiaban tres becerros. Siendo lidiadores los propios organizadores. En una de las balaustradas las jóvenes guapas y elegantes de la ciudad, ataviadas con mantilla, situaban su mantón de Manila.
La música no faltaba. Amenizaba el espectáculo, o lo que fuere, una murga famosa en la ciudad. Era conocida por formar parte en encierros de niños, a los que acompañaban con alegres pasodobles. Era lo que se “llevaba” También intervenía cuando festejaban cualquier acontecimiento familiar, al que era invitado el conjunto.
Permitan que me despida con una “chicuelina” de espaldas.
¡Y olé!
De enseñanza
Segovia 1879, Instituto de 2ª Enseñanza (luego “Mariano Quintanilla”). Es nombrado catedrático interino en la asignatura de Agricultura, Félix Gila Fidalgo. Había sido alumno del referido centro y a él regresaba después de que en estudios posteriores consiguiera el doctorado en Ciencias Naturales. Su sueldo era de 2.500 pesetas/mes.
Enrique IV y lo suyo
Unos datos sobre el actual Parque de la Dehesa. Este se extiende por una pequeña parte de las, nada menos, que veintitrés hectáreas de la antigua Real Dehesa de Enrique IV cuyos límites los pongo “sobre la mesa”:
-Actual convento de San Antonio el Real;
— Carretera de La Granja;
— Camino de Valdevilla;
— Estación de ferrocarril y
— Ermita del Cristo del Mercado.
El lugar contaba con praderas, arbolado y eras para la trilla a orillas del arroyo Clamores. Lógico que al rey le gustara, que, cierto es, supo mantener su belleza hasta bien entrado el siglo XX. Un hermoso lugar donde no faltaban los árboles y se podía beber el agua de la fuente de la Dehesa, con bancos de piedra en los alrededores.
