El saber no ocupa lugar, salvo que usted, quien leyere, tenga otra idea que fuere superior en su análisis “cuántico”, u otro, este es “su” refrán:
“El saber no presenta ningún tipo de inconveniente, nunca estorba”
O bien, si es que usted eligió el camino de la ironía, sepa que:
“El saber no ocupa lugar, pero pesa…”.
(En clara referencia al peso de los libros que contienen el saber).
Claro, opino, que el refrán pudo haber encontrado su complemento en la “analítica”:
“El saber no ocupa lugar, la ignorancia sí”
¿Que no quiere saber más porque tiene el móvil a tope? No siga leyendo. Puede afectar gravemente, si lo hace, al sistema inmunológico de su saber y al de su almacenamiento.
¡Anda que no!
A lo que te voy. De familia oriunda de Asturias, Martín Chico Suárez nació en Ceheguín (Murcia), en Julio de 1864. Una vez superado el periplo de la enseñanza inicial, sus padres le enviaron a Madrid donde siguió los estudios hasta obtener el título de Maestro.
Tras las oposiciones pertinentes, su primer destino para ser educador de personas fue la toledana Illescas. En el lugar, pese a escaso tiempo que estuvo, dejó su impronta de gran persona, educador modélico, y excelente pedagogo. Tanto se implicó en la enseñanza que, una vez acabado su horario lectivo, daba clases a personas que le requerían de manera altruista. Filantropía pura.
Illescas refrendó su paso por la localidad poniendo nombre a uno de los colegios. El paso del tiempo no ha borrado el buen recuerdo de un mejor Maestro.
Acababa de comenzar el siglo XX cuando consigue plaza en Segovia. Le asignan al colegio de San Esteban (desaparecido). Una década impartiendo enseñanza. A comienzos del curso de 1911(¿) le trasladan al colegio de San Lorenzo, donde continúa realizando una grandísima labor que se recuerda con el paso del tiempo. Allí, en plena calle El Puente (entre Plaza de San Lorenzo y San Vicente), se sitúa el colegio “viejo” en el que Martín ejerció sus saberes de Maestro.
El CEIP “Martín Chico”, el nuevo, el del polideportivo multiusos, al ladito mismo del Ciguiñuela, añora –seguro-, al Maestro que dejó su impronta a través de la mejor enseñanza: la del acceso al conocimiento.
En su camino de vida, el Maestro, mostrando también su interés por la botánica, era ecologista confeso, ocupó su tiempo en la escritura divulgativa. De ahí nació un libro que ha perdurado en el tiempo: “Mi amigo el árbol”. Hasta cuatro ediciones salieron de la imprenta. El trabajo fue premiado por la Sociedad de Amigos del árbol de Barcelona.
En el año 1964, en la imprenta de El Adelantado y de autor anónimo, se editó el libro “Un educador extraordinario, Martín Chico, 1864-1964, su etapa segoviana”, que recogía el paso del Maestro por Segovia. En el se había datos y recuerdos de la Asociación de Discípulos del profesor.
Martín Chico falleció en su Murcia natal el 31 de julio de 1931. Tenía 67 años. En el cementerio, en la lápida de mármol blanco del nicho donde fue enterrado, figura la inscripción: Martín Chico Suárez -MAESTRO-.
Así, en mayúsculas.
En el arrabal
Información del año 1588: “Juan Fernández, clérigo y cura de las iglesias de San Marcos, San Gil y La Fuencisla, junto con diputados y mayordomos de las referidas, encargaron al entallador Jerónimo de Amberes y al pintor Alonso de Herrera, un retablo para el altar de San Marcos y otro para la Ermita de la Virgen de La Fuencisla. Una vez construidos y colocados pagaron por ellos la cantidad de 2.140 ducados”. (1)
El que ahora vemos en La Fuencisla es el que trazó el Maestro de Obras Reales, Pedro de la Torre, que recabó la colaboración de su hermano, el jesuita Francisco Bautista. En 1662 estaba concluido. Su coste: 72.000 reales. (2)
Otros profesionales de la obra fueron, Pedro Redondo, aparejador; Francisco Negrete, maestro de obras; los canteros Martín de Izarra, Juan de Yzaguirre, Pedro Lapuente, Pedro de Arteaga, Jose Zazo y Juan de Magaguren, que, además, tuvo a su cargo “el destajo de toda la obra”. (3)
============
(1) Francisco de San Marcos, “Historia del origen y milagros de Ntra. Sra. de la Fuencisla”. Madrid 1692. Pg. 432.
(2) J.M. Cruz Yabar “Anales del Instituto de Estudios Madrileños”, año 2011. Pag. 109-112.
(3) Cabello de Castro, “El Santuario de la Fuencisla”, año 1942.
