José Rodao Hernández y Martín Chico Suárez fueron los artífices fundadores, año 1904, del Instituto Benéfico “El Niño Descalzo” en Segovia. Ambos eran vocales del Consejo Superior de Protección a la Infancia y represión de la Mendicidad.
La benemérita institución citada fue modelo que “copiaron” diferentes ciudades españolas. La idea viajó también fuera de España. Al efecto se implantó en Munich, donde contó primero con la idea y luego el apoyo efectivo de la Infanta Paz de Borbón, esposa del príncipe Luis Fernando de Baviera.
En torno a la referida se editó un periódico, “El Niño Descalzo”, del que fueron redactores Rodao y Martín Chico. Su vida fue de cinco años; los mismos que permaneció activa la Institución, y en él colaboraron periodistas de Segovia y de diferentes provincias.
En sus pocas páginas se informaba del primer reparto de calzado a los niños pobres por las festividades de navidad. En torno a este tema, Rodao, invitó a Azorín (José Martínez Ruiz) a escribir unas líneas sobre la Institución. El escritor aceptó y lo envió a El Adelantado. El texto, con el título “La filosofía de los zapatos”, se publicó el 21 de diciembre de 1907:
“Amigos de Segovia; vosotros habéis fundado una Sociedad para donar a cada niño descalzo un par de zapatos. Y yo os digo: cuando les donéis a estos niños un par de zapatos, ellos seguirán yendo descalzos.
¡Cómo! —exclamaréis vosotros, un poco agraviados— ¿Esto es posible?
—Y yo os vuelvo a decir:
—Esto es evidente.
—Yo, en mis paseos por la campiña, he encontrado muchas veces niños que volvían de las montañas cargados de hacecillos de leña; estos niños llevaban sus zapatos colgados en el hombro; sus pies aparecían desnudos. La explicación es fácil; los niños son filósofos pequeñitos; ellos saben con dolorosa evidencia, que no tienen más que un par de zapatos, y a ellos no se les oculta que si este par de zapatos se les rompe, ya no podrán disponer de otros.
—De aquí que vayan descalzos y con sus zapatos al hombro…
—Y bien es necesario que los niños se convenzan de que si los zapatos que llevan se les rompen, encontrarán otros en casa. Y para eso, amigos míos, es preciso regalar a cada niño pobre, no un par, sino dos pares de zapatos.
—Yo creo que todas las madres de estos niños aplaudirán estas palabras mías y dirán:
—Este Azorín tiene razón”.
En estas líneas, Azorín muestra su inconfundible estilo.
Más de 800 años
Les cuento. Se cumplen por ahora más de ocho siglos y medio desde que en Segovia se reunieran los zapateros de la ciudad y crearan la Cofradía que les iba a unir a todos ellos en un mismo fin. La pusieron bajo la advocación de Santa Ana (1).
Uno de sus objetos era salir a pedir por las casas los lunes del año, y con lo que recaudaban, el 26 de julio, festividad de la santa, organizaban una procesión, que se desplazaba hasta La Alameda, donde se situaba la iglesia/ermita de Santa Ana. Después regresaban y obsequian a los pobres del Hospital de la Misericordia con una comida y merienda extraordinarias, comprándoles además algunos efectos, hasta invertir el producto de lo que han recogido entre todos.
La Cofradía, sin que el que escribe pueda determinar fecha, sufrió un “lapsus” e interrumpió su actividad. Esta regresó con fuerza, para realizar los mismos cometidos, a finales del siglo XVII. Es, posiblemente –lo recogí de un texto de D. Juan de Contreras—, la cofradía más antigua de las de Segovia.
Con buen gusto
En la iglesia de San Marcos, que este año 2020 se ha visto privada del lleno de su nave de fieles para celebrar la festividad de su patrón, como se suele hacer cada 25 de abril desde hace “la tira”, en el “peazo” de historia que yo he consultado se dice que, en ella se encuentra enterrado el ensamblador Jones de Aguirre. Este había nacido en la localidad guipuzcoana de Oreja, trabajó en Segovia y tuvo su residencia habitual, demostrando saber elegir, en el barrio de San Marcos. En su testamento, año 1605, dejó escrito que sus restos reposarían en la referida iglesia.
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(1) Lo cuenta Colmenares. El cual aseguró que tenía un manuscrito que lo confirmaba. Este fue redactado por Don García, abad del Monasterio de Santa María de los Huertos.
