Para llegar y culminar con el deporte que hoy conocemos hubo unos inicios. Lo que no deja ser una perogrullada de tamaño natural del quien estas líneas escribe. Pero sí. La actividad deportiva tuvo sus comienzos, y como en el devenir de los tiempos se fue perfilando hasta llegar a nuestros días, explico a los lectores como se fraguó la ‘cosa’.
Algunos–no todos, ni todas-, recordamos la primera prueba olímpica, teniendo como justificación para que así sea, que el calendario y el tiempo no se llevaban bien. Vamos, que tenían sus diferencias. Prosigo. Les digo que la cosa se inició en el año 776 a.C. Sepan que la primera prueba ‘olímpica’ consistió en una carrera de velocidad ¿La distancia?, pues… lo que medía el famoso estadio griego, situado al final –según se descendía-, del monte Cronión: 192,27 metros.
Otras cosas. Con la finalidad de que no hubiera montonera y que pudieran tener referencia que les llevara a meta, los corredores circulaban entre dos líneas. Estas se formaban con maderas (travesaños) empotrados (o como mejor se entienda), en el suelo. Una hilera en la zona este y la otra en el oeste ¿Quieren preguntar, para saber, la extensión entre el este y el otro? Se lo digo. La pista debería medir 600 veces la longitud del pie de Heracles, conocido por todo el personal mitológico como Hércules.
Cosas que cuento para más saber:
– El máximo de corredores era de veinte.
– Los participantes tomaban la salida desnudos. Quiero decir desnudos.
– Los espectadores veían la prueba desde los taludes que rodeaban el estadio. Solo los organizadores tenían asiento dentro.
– Si los jueces de llegada no podían definir quién había ganado por la igualdad en meta, (había muchas ocasiones en las que la ‘foto finish’ no funcionaba) decidían, después llegó Salomón, que la carrera comenzara de nuevo.
¿Hércules? Les cuento. Era hijo de Zeus y de Alcmena y fue adoptado por Anfitrión (¿?), bisnieto de su padre.
Solo los ‘sabios’ llegan tan lejos.
