Es el título del “SALMO” que escribe Julián del Olmo y que viene a dar respuesta a la pregunta que me han hecho algunas personas y nos podemos hacer los creyentes y los no creyentes: ¿Se ha escondido Dios, que no le vemos, en medio de esta pandemia?. Hasta los místicos que han tenido una gran experiencia de Dios, en ocasiones, en momentos de profunda oscuridad interior, se han hecho la misma pregunta. Buceemos en nuestro interior, busquemos en nuestra sociedad, porque Dios siempre está. Este es el “SALMO”:
“¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido” (S. Juan de la Cruz).
Te busqué… por todas partes porque no daba crédito a lo que estaba sucediendo y porque Tú, Señor de cielo y tierra, no tomabas cartas en el asunto sabiendo que una palabra tuya bastaría para detener la pandemia que amenaza con diezmar la población del planeta.
Te busqué… por todas partes para que nos explicaras por qué Tú, Señor de cielo y tierra, permites que sufra tanta gente, que muera tanta gente, cuando has dicho que eres: un Dios “compasivo y misericordioso lento a la ira y rico en clemencia y lo mismo que un padre siente ternura por sus hijos el Señor siente ternura por los suyos” (Sal 103,8).
Te busqué… por todas partes para que Tú, Señor de cielo y tierra, pongas sosiego y paz en nuestros corazones porque nos asustamos sobremanera al comprobar que somos más mortales de lo que nos creíamos y que el poderío militar, el progreso y los avances en ciencia y tecnología no bastan para salvarnos cuando las seguridades y certezas se desvanecen.
Te busqué… por todas partes para que Tú, Señor de cielo y tierra, nos dijeras que la pandemia no es un castigo de Dios porque el flagelo azota por igual a justos y pecadores.
Sabemos y creemos que Tú, como buen padre, siempre estás al lado de tus hijos, en los momentos buenos y malos, sufres al vernos sufrir y sabes sacar bien del mal aunque nos cueste entenderlo. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,21).
Te busqué… por todas partes para preguntarte, Señor de cielo y tierra, cómo debíamos actuar ante la tragedia que estamos viviendo.
Tu Palabra nos da algunas claves: gritadle a Dios: “¡Levántate, Señor, y ven en nuestra ayuda! ¡Sálvanos por tu misericordia!” (Sal 44,24) y pedid a todo el mundo “que de las espadas se forjen arados y de las lanzas, podaderas y que no se alce en armas pueblo contra pueblo” (Is 2,4).
(El gasto en armamento se destinará a proteger la salud, aumentar las ayudas sociales, luchar contra el hambre y la pobreza y cuidar mejor a la Creación). “Señor, Dios mío, a ti te grité, y Tú me sanaste. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa” (Sal 29,4)
Después de cuarenta y cuatro días confinados en casa y prorrogados, al menos, otros quince, por COVID 19, al dolor y sufrimiento de los enfermos y sus familias y la pérdida de amigos y familiares, se une ahora la lógica preocupación para afrontar el día después de la pandemia. ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos ha sobrepasado completamente?. El Papa Francisco, pastor que acompaña delante, detrás y al lado a una grey desconcertada, en una Meditación de Pascua, que recomiendo leer, titulada “UN PLAN PARA RESUCITAR”, plantea una alternativa al virus del miedo, desde el Dios de la Vida, capaz de hacer renacer la esperanza cuando todo se da por perdido: “A pesar de que la globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar, si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo. Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio”.
Todos debemos responder solidariamente en esta situación. Los primeros, dando ejemplo, la clase política y las fuerzas sociales y religiosas. Por encima de otras consideraciones de interés de grupo o cortoplacistas, todos a una en este empeño. Lo contrario sería un “pecado social grave” contra el pueblo.
Me lo ha enviado un buen amigo: “Si se tratase de construir una casa, de nada nos aprovecharía que supiéramos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza. Acaso tampoco, si se trata de gobernar a un pueblo, nos serviría de mucho una retórica con espolones”. (Juan de Mairena de Antonio Machado). Pues eso.
