Estamos en una sociedad llena de contradicciones. Por una parte, a veces sin darnos cuenta, da la impresión de que siempre tiene uno que estar sintiendo mucho, viviendo mucho, experimentando algo nuevo, diferente, para no parecer que estamos encerrados en una vida vulgar. Valoramos lo especial creyendo que eso es lo que da sentido a la vida. Sin embargo, hay muchas vivencias cotidianas que, si lo pensamos bien, son algo grande: el pan nuestro de cada día, la palabra, llena de posibilidades, el ocio, el trabajo, aprender, estudiar, las rutinas que van marcando los días, los términos medios, las inquietudes por cosas sencillas…
Por otra parte, parece que queremos construir una sociedad donde se huye del esfuerzo, se olvida fácilmente que la construcción del ser humano es un proceso personal e histórico que hay que saber acompañar y respetar. Se apela a lo inmediato, se abre camino lo superficial y por consiguiente, aun diciendo que hay que valorar lo antiguo, cuidarlo y conservarlo, con ello se hace referencia, si acaso, a monumentos, obras de arte, muebles… y pocas veces a las personas sabias, que han ido acumulando su sabiduría con los años. Se abre camino así el discurso simplista, momentáneo, complaciente, y se escucha poco a quien nos devuelve a la realidad, que por dura, aunque veraz, rechazamos, sin darnos cuenta de que “los sabios atesoran la ciencia, mientras que la boca del necio es un peligro”. (Prov. 10,14) o que “en los labios del cuerdo está la sabiduría; y sobre la espalda del necio la vara”. (10,13).
Con estas dos citas me adentro en el tema de hoy, que no es otro que una invitación a aprovechar este tiempo veraniego para leer con sosiego EL LIBRO DE LOS PROVERBIOS de la Biblia. ¿Por qué hago esta invitación?. Porque este Libro que fue escrito probablemente entre los siglos V al III antes de Cristo, recogiendo tal vez proverbios desde el siglo X antes de Cristo y que tiene, en el peor de los casos 2.500 años de existencia, refleja la realidad que el hombre va descubriendo, en lo que respecta a su vida humana, su psicología, sus relaciones sociales, y la dimensión religiosa de la existencia. “El corazón del hombre traza su camino, pero es Dios quien dirige sus pasos” (16,9). Este Libro, amplio conjunto de sentencias y de poemas didácticos, nos ayuda a vivir según marca el sentido común –de manera eficaz y fecunda, incluso lúdica- la complicada trama de la existencia humana en un todo armonioso con uno mismo, con los demás, con el mundo y con Dios. En una palabra, a vivir humanamente.
A modo de aperitivo, dejo unas cuantas “perlas” que aparecen en él: Estas, que nos invitan a vivir de forma saludable: “Por encima de todo, vigila tu corazón, porque de él procede la vida. Aparta de ti la falsedad de la boca, aleja de ti el engaño de los labios. Miren tus ojos de frente, dirige tu mirada hacia adelante. Fíjate donde pones el pie: así serán seguros tus caminos. No te desvíes a derecha ni a izquierda, aleja tus pasos del mal”. (4, 23-27)
O estas otras, de plena actualidad, que pueden ayudarnos a construir una sociedad mejor, incluidos nuestros representantes políticos, si todos nos ponemos a ello: “Quien busca el bien, halla complacencia; quien persigue el mal, al mal sucumbe” (11, 27), conscientes de que ”la mano perezosa empobrece, la mano diligente trae riqueza” (10,4), a lo que habría que añadir para completar que “un pueblo sin gobierno va a la ruina, el éxito depende de muchos consejeros”, (11,14), que lo sean de verdad y sean escuchados.
En fin, “miseria y oprobio a quien rechaza la instrucción: honor a quien admite la reprensión” (13,18), pues hay “quien, hablando, hiere como espada”, mientras que “la lengua de los sabios es medicina” (12,18). Ojala seamos capaces de escuchar las palabras de los sabios. Estaremos más sanos y serán más sanas nuestras relaciones.
Y para terminar: “No niegues un favor a quien lo necesita si está en tu mano hacerlo” (3,27). Felices vacaciones a quienes las están disfrutando este mes de julio.
