En muchos pueblos de nuestra provincia y en la capital de Segovia se celebró el pasado domingo de Resurrección la “Procesión del Encuentro” que rememora el que se produjo entre Cristo resucitado de entre los muertos y su madre María. No es fácil definir lo que sería este encuentro, pero debió estar transido de una serena alegría y profunda interioridad. Las dos procesiones en las que participé ese domingo tuvieron la grandeza de los actos sencillos: en Sigueruelo, a los pies de la sierra, por sus calles y casas que dotan al pueblo de una cuidada arquitectura rural; en Cerezo de Abajo, en medio de un prado con la imponente sierra de Guadarrama por testigo. Los hombres por un lado con una imagen del resucitado y las mujeres por otro con la imagen de la Virgen de luto, hasta que se produce el encuentro. Ropas enlutadas que cambian a blancas de fiesta en María, dejan paso al Resucitado: “vayan los hombres delante con el Lucero del día, que ha resucitado hoy, Día de Pascual Florida”, para confluir en la celebración gozosa de la Eucaristía. En ella los cristianos rememoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que no es la celebración de un acontecimiento del pasado, que cada año que transcurre, queda un poco más lejos de nosotros. Los creyentes celebramos en Pascua al resucitado que vive ahora llenando de vida la historia de los seres humanos.
Celebrar la Resurrección de Jesús es abrirnos a la energía vivificadora de Dios. Creer en el Resucitado es creer que ni el sufrimiento, ni la injusticia, ni el cáncer, ni el infarto, ni la metralleta, ni el pecado, ni la muerte tienen la última palabra. Solo el Resucitado es Señor de la vida y de la muerte. El verdadero enemigo de la vida no es el sufrimiento, sino la tristeza.
Nos falta pasión por la vida y compasión por los que sufren. Y nos sobra apatía y hedonismo barato que nos hacen vivir sin disfrutar lo mejor de la existencia: el amor.
Hoy se está produciendo en nuestro país el encuentro con las urnas, lo que, a mi modo de ver, debería llevar aparejado un encuentro previo con nosotros mismos. Tenemos el peligro de carecer de una “infraestructura interior”. A la hora de votar, aparte de otras consideraciones y de que cada uno lo haga en conciencia, sugiero, por si ayuda, entrar dentro de nuestro corazón y descubrir lo mejor que hay en nuestra vida. Lo que, a pesar de todas las dificultades y crisis, nos sostiene y nos hace vivir: el amor de la esposa o esposo, la alegría de los hijos y de los nietos, los amigos, las experiencias positivas, lo que nos da fuerza para sentirnos vivos. No necesitamos tanto tiempo para hacer esta peregrinación a nuestro interior. No se trata de análisis psicológicos interminables. Se trata de tomar conciencia de nuestros sentimientos buenos, de nuestras acciones generosas y nobles, de nuestros deseos de vivir con más coherencia y verdad. Y a la luz de esto, aparte de lo que hayamos escuchado estos días de atrás en las promesas que nos hacen las distintas opciones políticas y la credibilidad que nos merecen, votar por lo que consideremos mejor no solo para nosotros, sino para la colectividad.
El encuentro con las urnas, que nos une hoy a todos los ciudadanos, debería llevar parejo el compromiso de encontrarnos después unos con otros desde nuestras distintas opciones políticas en el respeto al que piensa distinto y en el deseo de sumar a la hora de construir una sociedad más justa, fraterna y solidaria. Lo contrario sería el encontronazo que conduce a la discordia, el enfrentamiento y la esterilidad. Si algo debería ayudarnos al encuentro, hayan ganado o perdido las opciones que hemos apoyado, debería ser resistirnos a formas de vida que nos encierran dentro de nuestro propio egoísmo y rebelarnos frente a la indiferencia social que nos impide mirar la vida desde los que sufren.
Esto vale para creyentes y no creyentes. Como cristiano aporto que en la Resurrección de Jesús se nos revela el triunfo de la justicia de Dios sobre las injusticias que cometemos los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia. La víctima sobre el verdugo. Hay mucho camino por hacer juntos, para andar perdiendo el tiempo con enfrentamientos.
