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José María López – ¿Estaré soñando?

por Redacción
15 de marzo de 2020
en Opinion, Tribuna
JOSE MARIA LOPEZ
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Puedes besar a la novia

Sin pagar, ni pedir perdón

La burbuja de Pedro Sánchez

Acabo de regresar de Cuba. He visto el sufrimiento de los cubanos. No tienen casi de nada. Tiendas con los estantes vacíos o semivacíos, sin saber cuándo pueden entrar productos básicos. Y cuando se anuncia “por el boca a boca” que alguno de estos productos entra a un precio más o menos asequible, se agolpan en la puerta de las tiendas, sin la garantía de que puedan llegar a adquirirlo. Temen que esta situación se prolongue y que vuelvan a pasar una situación similar a la caída del telón de acero, cuando en los años 90 del siglo pasado perdieron el apoyo social y económico de la Unión Soviética. “Entre el boicot de los dirigentes de Estados Unidos, que decía un cubano y el de nuestros dirigentes, que apostillaba otro, estamos apañados. De esta no salimos”.

La situación es dura. Coincidí allí con la llegada de la ración mensual para dos personas y que pueden adquirir a un precio asequible con la cartilla de racionamiento. Es inimaginable para nosotros. Lo demás tiene que buscárselo cada uno como puede a precios desproporcionados y con salarios muy bajos, sin la seguridad de encontrar productos básicos, incluso personas con un poder económico un poco mejor. Uno no sabe cómo puede vivir esta gente sin perder el sentido del humor y con gestos de solidaridad en medio de sus carencias. Era frecuente que, al preguntarles cómo estaban, contentaran: “ahí vamos “ o “más o menos”, que sospecho es donde debe estar el secreto de su subsistencia y que no he sido capaz de descifrar.

Cuando el pasado jueves fuimos a comprar comida aquí, ya que teníamos el frigorífico prácticamente vacío después de una estancia fuera de Segovia de algo más de un mes, me parecía soñar. Muchos de los estantes de las grandes superficies estaban vacíos o semivacíos y me dicen que se hacen colas por la mañana para adquirir productos en cantidades exageradas para acumular, “por si debemos quedarnos en casa por el coronavirus”. De pronto me parecía soñar, ¿será que estoy todavía en Cuba?.

Con todo el respeto a los que acumulan exageradamente y sabiendo que nuestra situación no es la de Cuba, sería bueno que en esta emergencia nacional sacáramos lo mejor de nosotros mismos, poniendo en práctica lo que me ha llegado de una plataforma #conciencia ciudadana ya# y que trascribo:

“Entendamos que esta no es una lucha contra un virus sino contra nuestras costumbres. Esta es una ocasión para transformar una emergencia en una carrera de solidaridad. Cambiemos el modo de ver las cosas y de pensar. Ya no es “yo tengo miedo al contagio” o “a mí no me importa el contagio”. Ahora el asunto es: yo tengo que cuidar de los demás. Yo me preocupo por ti. Yo me mantengo a distancia por ti. Yo me lavo las manos por ti. Yo renuncia un viaje por ti. Yo no voy al concierto/cine/teatro por ti. Yo no voy al centro comercial por ti.

Por ti que estás en una unidad de cuidados intensivos. Por ti que trabajas en un hospital y no te puedes poner enfermo@. Por ti que eres anciano y frágil, pero que tu vida vale tanto como la mía. Por ti que estás luchando contra un cáncer y que no puedes luchar también contra esto. Por favor, levanta la vista…”

Vuelvo a Cuba. Estábamos cenando al lado de la Plaza Vieja de La Habana. Apareció un hombre mayor apoyado en un bastón. Apenas veía, por lo que caminaba con dificultad. Empezó a cantar. Su voz todavía era fuerte y entonaba bien. Pregunté a la camarera y me dijo que este señor había pertenecido a un grupo musical muy importante de Cuba, pero que había llegado a esta situación por el alcohol. Me dejó cantar con él y me dijo que se llamaba Néstor, pero que ya no traía el acordeón porque pesaba mucho y no podía con él. Le pregunté si podíamos invitarle a lo mismo que estábamos comiendo nosotros. Me dijo que sí, pero no quiso comerlo allí: “Solo voy a beberme el “sumito” (zumo). La comida me la llevo a casa porque no sé si mis biznietos tendrán algo para cenar esta noche y prefiero compartirlo con ellos”. Personas como Néstor, a sus setenta y cinco años, nos reconcilian con lo mejor del ser humano que habita en cada uno de nosotros.

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