Hace unos días, en mis paseos por Segovia, estaba esperando un autobús urbano en la parada de la vieja estación del ferrocarril. Al poco tiempo llegó un turista, de unos 60 años aproximadamente, que me preguntó: ¿Alguno de estos autobuses llega hasta al final del Acueducto?. Aprovechando esta pregunta, establecí con el turista una conversación que consistió esencialmente en varias respuestas: En primer lugar le contesté: El Acueducto no tiene final, es infinito. Al decirle que el Acueducto no tiene fin, le expliqué que, por ser de procedencia romana y lengua latina, es algo que nunca se acaba, pues las lenguas, en su mayoría, tienen raíces en esa lengua, incluida el inglés que en un 60% tienen su palabras raíz latina, no lo duden, ya que con la expansión del Imperio romano en las Islas Británicas, sobre todo en época del emperador Claudio, allí dejó ésta lengua su impronta.
El hombre sonrió y me dijo que venía expresamente de Lima (Perú), para ver el Acueducto, y con la información de que en una plaza denominada del Conde de Cheste, hoy no solo hay el palacio de este personaje, sino otros varios, y que le interesaba esta zona porque don Juan de Pezuela y Ceballos, fue hijo del último Virrey del Perú, que nació en su capital en 1809, que en su país era famoso como literato y como político y militar. Me explicó toda la historia del Conde de Cheste, quedando admirado de su interés y conocimiento del mismo, cosa que muchos segovianos desconocen.
Me admiré de lo que este turista venía a ver y vió en la ciudad, por lo que me dijo y yo corroboro, por lo que se remonta esta plaza, hoy del Conde de Cheste a la existencia de la iglesia de San Paolo. En el centro de ella había un pequeño y magnífico templo románico, que desapareció no hace muchos años. La iglesia de San Pablo se hizo en 1240 y se demolió en 1874, conservando su planta en el jardín actual. Era de graciosa portada bizantina a un lado y ábside liso con labrada ventana y hermosos chapiteles. Se hizo para panteón de don Fernán González de Contreras Maestresala de Pedro I el Cruel, y sus descendientes, los “Contreras blancos”. Hoy conocemos la iglesia por grabados y se perdió por falta de feligreses.
Cuando hablaba con este turista, que vino desde Perú, a ver ese palacio del Conde Cheste, me hago a la idea de que todos los segovianos debemos de conocer esa zona, que este hombre me decía que estaba al terminar el Acueducto.
Recordaba la huella que en mí dejaron las piedras de esta Segovia y despertasen mis vivos amores por ella, ojos llenos de su arte inmenso y me dí cuenta ya, en los finales de la vida, que admiro a quien viene a mi tierra con interés. En esta ciudad hubo miserias y llantos, pienso cómo han pasado los años con recuerdos que el turista me resucitó. En esta Segovia que otros conocen, viví mis quimeras y en esas piedras y vallas hubo y hay recuerdos de primavera y otoño. Seamos felices conociéndola bien, por ello cuando vengan a visitarla estos turistas, por un nexo cultural, de hondas raíces de épocas gloriosas, todos los segovianos debemos volver a esas raíces, que muchos desconocen, que en ellas hemos tejido nuestras vidas.
Al turista que me comentó cómo es el Palacio del Conde de Cheste, diciendo que era del siglo XV y sus arreglos en los siglos XVII y XIX me sorprendió con su exposición y cuajó conmigo una conversación amplia sobre don Juan de Pezuela y Ceballos muy interesante, y que transcribo:
El Conde de Cheste fue gobernador de Puerto Rico y Cuba, en estos países estableció el trabajo de los obreros por el sistema de “La Libreta” (en ella se apuntaba lo que hacían y así se les pagaba).
Participó en la 1ª Guerra Carlista por el bando Cristino y fue miembro fundador de la Real Academia de la Lengua, y Capitán General de Cataluña. Escribió algún librito como la Traducción de la “Divina Comedia” de Danta, no muy afortunado. Tradujo a Ariosto y a Tasso, autores portugueses, hizo un libro “Las Delicias de la Vejez” etc, etc, y murió en Segovia en 1906.
Esta Segovia que recorro a diario, sin jeribeques, que analizo y veo el olvido de algunas zonas y elementos o edificios artísticos, sin que nadie los señalice. No seamos una sociedad distópica ni utópica, seamos segovianos que amemos nuestra tierra y todos ayudemos a su mayor conocimiento sin apariencias.
Hay un núcleo de personas que asisten a conferencias, rutas artísticas, clubes de lectura, reuniones sociales como en la ONCE o en la Asociación Amanecer, que cada una en su ámbito se preocupa de todo conocimiento de esta ciudad que perdió su fuerza en el siglo XVII y que hay que recuperarla.
Este turista me demostró que todavía Segovia se conoce en el mundo. No la amemos los segovianos como los invitados al “Banquete”, de Platón, sino con hechos.