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José Luis Salcedo – Las meloneras de Zamarramala

por Redacción
17 de agosto de 2020
en Opinion, Tribuna
JOSE LUIS SALCEDO web
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Tiempos inciertos

Entre las muchas estampas típicas de nuestra ciudad de épocas pasadas, estuvo la de la melonera de Zamarramala. Digo la melonera porque raramente los melones de Zamarramala eran vendidos por hombres. Esta imagen se daba en septiembre época de la recolección de estas cucurbitáceas.

Las tierras de este barrio segoviano (antiguo pueblo) siempre fueron, tal vez por su composición, muy aptas para sembrar hortalizas pepónides. Las cosechas solían ser abundantes y naturalmente venía el problema de la venta del género. Como este barrio siempre fue un pueblecito bastante reducido en extensión y población, la salida de los productos cosechados principalmente de melones y menos de sandías era necesario venderlos en nuestra capital para obtener así una rentabilidad a su trabajo, esto es la siembra, cuidado y recolección de los citados productos.

Al igual que hoy día todo el mundo dispone de un automóvil, el medio de transporte y locomoción entonces era el del borriquito, así que no había casa de Zamarramala que se preciase que no tuviera al menos una acémila, generalmente un borriquito, como si fuera un paciente y sufrido componente más de la familia.

A estos borriquitos, y algunas veces los mulos o caballos, se los guarnecía con sus arneses que en nuestro caso no faltaban las aguaderas, que eran unos serones generalmente de pleita (tejidos de esparto) con cuatro cavidades situadas dos a cada lado del lomo del animal. Estas oquedades se llenaban con el producto de la cosecha que eran naturalmente los melones y en menor medida las sandías y con esta carga a Segovia se dirigían. Ahí teníamos la típica estampa de la melonera deambulando por las calles segovianas vociferando su mercancía: ¡La meloneraaa…!

También cuando había mercado en la Plaza u otros lugares como en la plaza de los Huertos e incluso en el Azoguejo podía descargar allí los melones, exponiendo en el suelo el género para que el público en general contemplase la mercancía y pudiese elegir a su gusto el melón o sandía que le apeteciera y comprarle. Los chavales de entonces, que éramos unos golfillos, siempre estábamos merodeando cerca del puesto de melones, a ver si la melonera se distraía un momento y aprovechábamos la oportunidad para arramblar con algún melón.

Hemos de decir que los melones eran de un tamaño más bien pequeño, con una piel amarillenta en cuya superficie llevaban una multitud de garabatos que nosotros decíamos que estaban escriturados, su carne era de color anaranjado. La calidad generalmente no era extraordinaria pero eran muy apetecibles los que salían buenos. Ahora bien, nunca tuvieron comparación con los melones que se llamaban de “El Puerto” (proceden de Murcia, hoy se llaman de “el Abuelo”) y los de “Villaconejos” (al sur de Madrid) que siempre se consideraron de mejor calidad.

La melonera de Zamarramala tirando de su borriquito se recorría las calles principales de Segovia pregonando su mercancía y ya solía tener sus clientes y clientas fijos que compraban algún lote de los apetitosos melones.

Fue una estampa, como otras muchas que el paso del tiempo borró de nuestro paisaje urbano y ya solo queda todo para el recuerdo de los que vivimos en otras épocas de grata memoria.

En el mismo Segovia hubo también melonares. Recuerdo uno que hubo en lo que posteriormente fue el campo de fútbol de El Peñascal (hoy es un parque-jardín recreativo), donde en cierta ocasión yéndome a bañar a Las Arenas con el que fue mi querido amigo Gustavo Postigo Santamaría (no llegábamos ninguno a los diez años), adquirimos unos cuantos melones zarriosos y una hermosa sandia al melonero que custodiaba el melonar. Todo el lote nos costó una peseta. Cargados con la mercancía adquirida llegamos hasta el rio donde dimos buena cuenta de las pepónides. Estoy hablando de año 1939.

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