Dada mi provecta edad, me gusta rememorar acontecimientos añejos. Como yo fui un niño, no precisamente de formación ejemplar, sino más bien travieso, y como recuerdo con claridad acontecimientos y chiquilladas de aquellos lejanos días, deseo hoy referir la gazuza de pan que pasamos en la posguerra.
En el trascurso de la Guerra Civil en Segovia no se pasaron penurias materiales aunque sí anímicas, pero concluida la contienda comenzaron a escasear todos los productos de primera necesidad, particularmente los alimentos, hasta el extremo que el gobierno de Franco tuvo que racionarlos, creando instituciones como el Servicio Nacional de Trigo o la Comisaría de Abastecimientos y Transportes (coloquialmente Abastos) que distribuyeran los alimentos entre la población civil. Paralelamente la picardía del pueblo instituyó el estraperlo, que fue una distribución y venta de productos de primera necesidad de forma fraudulenta. Hoy día aún se conservan fortunas hechas por el estraperlo.
Con el bloqueo internacional que sometieron a España casi todas las naciones, y no siendo suficiente la cosecha nacional de trigo, este producto de primera necesidad, escaseó, y el pan, al igual que casi todos los productos, tuvo que racionarse. La ración que se impuso fue dar una barra de pan muy corta, que nosotros llamábamos “una viena”, a cada persona y al día. En nuestro caso cuando llegaba el panadero a casa (ya que existían repartidores) le estabas esperando como el agua en mayo. En las casas de inmediato nuestras madres nos daban la “viena”, que nos tenía que durar todo el día; como te la comías de una sentada nada más llegar, el resto del día te quedabas a verlas venir.
Llegó a ser tan escaso el trigo que hubo una época que se implantó la broa de maíz (o de lo que fuera que a ciencia cierta nunca se supo su contenido), que era algo así como un bodigo pero de una masa amarillenta muy compacta de densidad plúmbea, que cuando una porción llegaba al estómago parecía que lo que te habías tragado era un ladrillo.
Después de la venida de la primera dama argentina, Evita Perón, Argentina nos ayudó enviando barcos repletos de trigo y se reanudó la ración de pan de trigo, que ya era una bendición, aunque escasísima.
Cuando mi padre salía a pueblos a comprar madera de nogal, ya que era ebanista, esperábamos su regreso como el santo advenimiento, para ver si nos traía alguna hogaza de pan de pueblo, con lo que si esto ocurría, en casa se organizaba una verdadera fiesta. Si no venía el preciado alimento nos causaba la desolación.
Al portalón (nº 1) de la calle de Santa Columba donde yo residía, servía el pan Pepe el Andaluz a través de su hermano Juan que llevaba el pan en un carrito tirado por un borriquito que se sabía de memoria el recorrido y lo hacía él solo automáticamente. Pero a nosotros nos servía la panadería de Redondo. Hoy sigue existiendo esta panadería llevándolo una descendiente del mismo Redondo llamada María Isabel Redondo Robledano.
El repartidor de Redondo, por no subir con todo el saco de pan hasta los pisos superiores, lo dejaba en el portal. Los chicos que éramos unos diablos, nos percatamos de la cuestión y cuando ascendía a servir el pan, nosotros subrepticiamente nos acercábamos al saco y le sustraíamos una sola “viena”, para que no se percatase de la falta y siguiera confiando en dejar el saco en el portal en días sucesivos y así no se nos acabara el chollo.
En fin así fuimos trampeando con un ansia de pan que se me hace inolvidable aunque pasasen siglos.
Como dato curioso tengo que decir que Pepe el Andaluz (José Marín Nadales), ya teniendo yo unos 27 años le conocí e intimamos profundamente, llegando a ser un amigo de los más queridos que he tenido, hasta tal punto que tengo que agradecerle que en cierta ocasión que mis desventuras me llevaron a la indigencia y a no disponer de efectivo ni para comprar de comer, fue Pepe, mi amigo del alma, el que generosamente me auxilió. Eso no se olvida nunca. Además que allá por aquellos años fueron discípulos míos tres de sus hijos y los hijos de sus hermanos Juan y Rafael (Falele).
