En la actualidad percibo que es tal la transformación de la sociedad, que los que peinamos canas, estamos asombrados, incluso decepcionados del cambio que han sufrido los juegos infantiles. Hoy día estos juegos se limitan a manejar con el dedo unos chismes que llaman teléfonos móviles libres y que les absorben de tal forma el cerebro que dejan inutilizado su pensamiento para otros menesteres. Ya lo dijo Albert Einstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo solo tendrá una generación de idiotas”.
Mi infancia la pasé en el barrio de Santa Columba, ya que vivía con mis padres en el número 1 de la calle del mismo nombre teniendo su entrada por el que llamábamos “el portalón.
Los juegos infantiles que practicamos en el barrio, heredados de nuestros mozos mayores, eran muy variados y, en general, bastante divertidos, no necesitando artilugios modernos que lo que hacen es embotar la razón.
Los juegos tradicionales infantiles clásicos, se realizan sin ayuda de juguetes tecnológicamente complejos, sino con el propio cuerpo o con recursos fácilmente disponibles en la naturaleza o entre los objetos caseros.
Como anécdota describiré brevemente algunos juegos, probablemente ya olvidados por la juventud y recordados por los que tengan ya una cierta edad. A saber:
La píndola, dola o burro: El juego consiste en saltar por encima de un compañero agachado desde una distancia que va en aumento. Cuando un compañero ya no puede saltar desde esa distancia o salta mal, libera al agachado y le sustituye.
Otra variedad era saltar y colocarse agachado a continuación del anterior hasta que llegaba un momento que era imposible saltan tantos muchachos agachados, despanzurrándose sobre los mismos.
Y otra era el marinerito, que al saltar había que decir un nombre de un conjunto elegido entre el burro con la madre que era el primero en saltar (ejemplo marcas de coche). Liberaba al agachado el que decía el nombre que previamente se había escogido por la madre y el burro.
Las bolas o canicas. Las canicas son pequeñas bolas de diferentes materiales, colores y tamaños. Las más comunes son las que llamábamos de mármol (cemento) que eran las preferidas, también las había de mazarrón (arcilla cocida) muy poco aceptadas y de vidrio y acero pero éstas no eran aceptadas para el juego.
Los lanzamientos se realizan con el dedo pulgar. En cuanto a dónde jugar, lo ideal es la tierra.
Existían una variedad de juegos que nosotros decíamos, genéricamente, jugar a las bolas. Sin tratar de ser exhaustivos, ya que cada región o incluso cada pueblo tenía sus juegos de canicas autóctono, citaré algunos de los que nosotros practicábamos:
El juego de las canicas clásico. Se trazaba sobre la tierra un círculo. Los jugadores depositan en él el mismo número de canicas de su propiedad. Posteriormente, a una distancia de 3 a 5 metros, se dibuja la raya de lanzamiento. Los jugadores, con otras canicas disparan con fuerza en dirección al grupo de canicas recogiendo las que lograron sacar del recinto de juego.
Cuando terminan de usar las canicas de lanzamiento, se vuelve a repetir la operación hasta no dejar ninguna bola en el círculo. Si la bola lanzada se queda dentro del mismo círculo pasa a engrosa a las que ya existen en él.
En el juego del gua participábamos dos niños. Para poder jugar se hacía un hoyo en el suelo —llamado gua— con una profundidad de unos 4 a 6 centímetros.
Para comenzar a jugar, se colocaba estratégicamente una bola de un contendiente a una distancia del gua de unos 3 metros. A continuación el otro jugador disparaba su bola desde el gua para intentar dar a la otra bola escondida, si la daba a continuación la tenía que introducir en el gua con lo que había ganado. Si no lo lograba era perseguida por el contrario que si la daba y hacía gua ganaba. Si no se lograba se repetía alternativamente la persecución.
El juego de gotera o pared: consiste en lanzar desde arriba por una pared, una a una las canicas alternativamente por dos jugadores dejándolas donde se paren, intentando hacerlas chocar con las que están en reposo sobre el suelo tiradas con anterioridad, que es el que gana todas las bolas que estén en el suelo.
Recuerdo que, casi todos los niños, llevábamos una bolsa de tela, en donde guardábamos las bolas que, generalmente, eran de “mármol”.
Concretamente yo llegué a tener la bolsa llena, que dada mi infantilidad consideraba que tenía un auténtico tesoro.
