Desde el pasado día 13, España entera estaba pendiente de la suerte que corría la vida de un niño de tan solo dos añitos de edad: Julen Roselló. Cuando en las primeras horas (01,25) del sábado los españoles tuvimos conocimiento del hallazgo del cuerpo sin vida del niño…el mundo pareció derrumbarse a nuestros pies. La esperanza, que durante casi trece días ha mantenido en vilo al país, se desvaneció. El milagro necesario no se produjo, y la cruda realidad de los hechos consumados se impuso a la razón. ¿Qué podemos hacer para reconfortar a los padres y familiares de Julen, cuando nosotros mismos estamos conmocionados y aturdidos por el suceso ocurrido y rotos por el dolor irreparable de su pérdida? Nada. El dolor de sus padres es el nuestro. La pena y la rabia que sentimos por no tener a Julen al lado de sus padres, y de paso entre nosotros, es infinita, y hay que soportarla y sobrellevarla, pero no me pregunten cómo, porque no me lo puedo imaginar siquiera. No tengo respuestas.
El esfuerzo y la profesionalidad de los más de 300 efectivos humanos (equipos de rescate, técnicos, mineros, guardias civiles, bomberos, psicólogos, médicos, voluntarios) involucrados “full time” en encontrar a Julen han sido verdaderamente encomiables, y más aún teniendo en cuenta las graves y grandes dificultades que fueron surgiendo desde el primer momento a cada paso para acercarse al punto donde se encontraba el cuerpecito de Julen. Tienen, todos ellos, el reconocimiento de la sociedad española. ¿Se podía haber hecho más y mejor? No lo creo. Se hizo todo lo posible, a pesar de que todo es siempre mejorable. Con el tiempo en su contra se gestionó casi intuitivamente para encontrar las mejores soluciones, y se gestionó bien y contra reloj por llegar cuanto antes hasta el pequeño Julen. Nada hay, por tanto, que reprochar en este sentido a nadie. Todo lo contrario.
El municipio malagueño de Totalán, los totalatenses, al igual que todos los españoles, han dado un enorme ejemplo de solidaridad humanitaria. El tratamiento de los medios informativos, en general, ha sido el adecuado. Quizá lo único que ha chirriado bastante en los últimos días haya sido el enfoque distorsionado ofrecido por algunas cadenas de televisión privadas (A3 y T5) que, sinceramente, no han sabido estar a la altura de los acontecimientos, del respeto que debían a la familia, y de la ética informativa necesaria que también exigía un caso tan delicado, singular y excepcional como el tristemente acontecido. Y es que no todo vale por la audiencia.
En este sentido, suscribo en su totalidad, el análisis que hizo Hughes en su columna del sábado en el diario ABC que llevaba por título “Totalán, un tratamiento mediático sin parangón” en la que dejó escrito cuanto sigue a continuación: “Lo de España no es nuevo, pero en Totalán no se oía la voz del niño y pasaron demasiados días. A3 dejó abierta una ventana, “Sálvame” fue ocupado por la información y Ana Rosa se preocupó tanto que llegó a preguntarle a un minero si tenía claustrofobia. Han batido récords de audiencia alimentando una esperanza que les era rentable, llamando rescate a lo que solo podía ser un milagro, y han llegado a influir en la realidad convirtiendo lo irremediable en un operativo que retransmitir con creciente ansiedad. No ha sido la explotación televisiva de la esperanza, sino su fabricación”. En fin, allá ellos con su moral y su conciencia profesional.
Desde Segovia, desde Riaza, y desde el último rincón de nuestra nación, los españoles queremos decir muy alto que a Julen, que lo sepan José y Vicky, sus desconsolados padres, no le vamos a olvidar nunca. Julen va a estar para siempre en lo más profundo de nuestros corazones, y le vamos a llorar mucho, mucho, mucho. DEP.
